Entre robos, fraudes, piratería y la ahora imparable influencia del internet y streaming musical, el negocio de discos físicos quedó casi en el pasado después de su época de oro.
De reinar entre los jóvenes ochenteros y noventeros a ser innecesarios para las nuevas generaciones, los CD y acetatos apenas sobreviven entre los melómanos melancólicos, vendiéndose en puestos ambulantes que no dejarán perder el legado discográfico.
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Son los negocios improvisados en calles capitalinas los que ahora sostienen las ventas de discos, algunos con mejores catálogos que tiendas establecidas. La Feria del Disco, Zorba y Tower Records quedaron atrás, ahora es tiempo de pequeños vendedores y de la internet.
Numerosos robos afectaron las tiendas de discos
Las tiendas de acetatos, discos compactos y cassettes eran de los sitios más concurridos por jóvenes capitalinos en el siglo XX. La demanda de éxitos musicales las convirtió en negocios muy rentables, lo que llamó la atención de ciertos amantes de lo ajeno.
A la par del auge de tiendas musicales, se dio un preocupante número de robos durante los años 80 y 90, como el caso que apareció en páginas de EL UNIVERSAL el 4 de octubre de 1988, sobre un voluptuoso robo que cinco criminales cometieron en una discotienda capitalina. Los maleantes golpearon a un vigilante y robaron una cantidad incalculable de discos.
Años antes, el 21 de noviembre del 80, se acusó a estudiantes de la Vocacional 7 de atracar negocios musicales en Iztapalapa. De uno saquearon 50 mil pesos entre CD’s, cassettes y un mezclador de sonido; este diario aseguró que muchos jóvenes se dedicaban a estos atracos para conseguir mercancía fácil y revenderla.
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Una de las bandas delictivas más recordadas de esos años fue “Los Panchitos”, organización que, entre otras actividades, se dedicó al atraco de tiendas de acetatos y cassettes.
Este diario atribuyó cuantiosos robos a “Los Panchitos”, como los ocurridos el 8 de agosto del 81, cuando unos 50 “porros” robaron dos negocios de discos, uno en Santo Domingo y otro en Miravalle. Saquearon acetatos, cassettes, pósteres de algunos artistas, bocinas y aparatos de sonido, botín que ascendió a casi 300 mil pesos.
Sus delitos se reportaron de nuevo en noviembre de ese año, cuando atacaron dos joyerías y otra tienda de discos de la colonia San Rafael, de donde robaron 140 mil pesos en mercancía.
La delincuencia también afectó a la Feria del Disco, famoso negocio mayorista para acetatos y CD’s. En enero de 1994, una camioneta que surtía a la tienda tepiteña fue blanco de tres criminales, quienes robaron del vehículo gran cantidad de compactos. La pérdida se calculó en 120 mil Nuevos Pesos, aunque el monto pudo ser mayor, según los reportes.
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Para 1995, los atracos se sofisticaron y las bandas delincuenciales implementaron técnicas de fraude. EL UNIVERSAL notificó sobre un nuevo modus operandi, donde los delincuentes se hacían pasar por trabajadores de disqueras para recoger devoluciones de discos.
Según consideró esta casa editorial, los delincuentes que aplicaron este tipo de robo debían tener acceso a información de la compañía disquera, para conocer los procedimientos de recolección y horarios idóneos para lograr engañar a dueños de establecimientos.
En la nota del 8 de enero del 95, se recuperó el risible caso de un hombre que intentó embaucar a los dependientes de una tienda usando una credencial falsa de Warner Music, pero él solo se delató por un tonto error: su identificación decía “Guarner Music”.
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Este método fraudulento afectó severamente a los negocios capitalinos, pues las empresas discográficas no se hacían responsables por las pérdidas, lo que generó un aire de sospecha contra las disqueras, quienes podrían emplear a maleantes para robar su propia mercancía.
El mayor clavo en el ataúd, la piratería musical
Durante los años 90, cuando los acetatos ya no eran principales medios musicales y los discos compactos alcanzaban su mayor popularidad, la informalidad y ambulantaje se concentraron en la piratería y venta de mercancía más barata.
Según nos compartió Pedro Chávez, melómano capitalino y entrevistado para Mochilazo en el Tiempo, la salida al mercado del quemador para CD’s fue el auge de la piratería. Chávez recordó que amigos y vecinos tenían quemadores para 5 o 10 discos, con los que hacían copias que se vendían como pan caliente en los tianguis a un precio muy accesible.
EL UNIVERSAL reportó, en una edición de 1997, la presencia de numerosos puestos ambulantes para piratería y remate de discos en la glorieta de Insurgentes, muy cerca de Zona Rosa, donde se concentraban varios negocios musicales.
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Según denunciaron algunos dueños de discotiendas, el ambulantaje ofrecía discos y cassettes a mucho menor precio e incluso tenían lanzamientos exclusivos antes de que siquiera las disqueras los distribuyeran, factores que dañaron su mercado.
“Nosotros tenemos que esperar a que sea la venta oficial, mientras que ellos no se sabe cómo consiguen los discos originales o piratas antes de tiempo y sin dar garantías a los clientes”, comentó un dependiente de discos establecido en Zona Rosa.
“Nuestra mercancía la conseguimos en Tepito a precios bajos, nosotros le ganamos un poco más de la mitad. […] Depende de cómo se vean las personas, le regateamos a los precios: si se ven mejor, sólo le bajamos un peso al precio”, explicó un ambulante de Insurgentes.
Con el comienzo del nuevo milenio, el mercado discográfico sufrió sus peores embates frente a la piratería. Esta casa editorial informó que, durante el 2002, el 68% de los discos vendidos en México eran piratería, colocándose como el primer lugar mundial en este penoso campo.
Para el 15 de noviembre de 2003, el entonces director del Centro de Estudios Tepiteños, Alfonso Hernández, calificó a la piratería como un “amortiguador social”, pues consideró que este negocio informal remediaba una falta de productos originales y destinados sólo a clases medias y altas, inaccesibles para los de población pobre.
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Puestos ambulantes de Tepito –incluyendo en la calle Matamoros, donde todavía se levantaba la Feria del Disco– se atascaron de piratería, con CD’s y cassettes que traían sus portadas y folletos hechos con fotocopias a color, a precio accesible y con calidad pasable.
Hoy en día, el ambulantaje mantiene presentes a los discos físicos
En entrevista para EL UNIVERSAL, Pedro Chávez recordó que, “con el CD, muchos discos de acetato se tuvieron que reeditar y reimprimir, y para muchos eso fue una gran ventaja; muchos empezaron a tirar sus acetatos porque ya tenían la versión mejorada”.
Algo similar ocurrió con los servicios de streaming musical –Napster, YouTube, Spotify– que mantienen una calidad de audio y ofrecen un catálogo casi infinito de canciones, sin necesidad de invertir en discos físicos y todo dispuesto en un teléfono móvil.
Chávez expresó gran pesar tras tirar o regalar algunos de sus acetatos y cassettes, pues confió que con CD’s y YouTube tendría todo y ahorraría espacio.
“Me arrepentí y es que no te imaginas que sí debías guardarlos. […] No me acuerdo de todos los que di, pero ya los guardo como puedo. Los míos estaban bien cuidaditos, pero ya tengo que conformarme con los que veo aquí, maltratados o sucios”.
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Durante nuestro recorrido por puestos de la Avenida Balderas, vimos a algunos compradores de diferentes edades –algunos veinteañeros, otros de tercera edad– que, para cerciorarse de su buena elección, sacaban su celular y localizaban un disco completo en Spotify, mientras decidían si el material merecía los 30 a 50 pesos que pedía su vendedor.
Por ahora, los acetatos y CD’s todavía se ofertan en la Ciudad de México, gracias a cadenas como MixUp o en librerías, pero también subsisten en negocios independientes como el de Marcial Huerta León, coleccionista y vendedor que platicó con EL UNIVERSAL.
Huerta León vende discos desde 1975, ubicado entre la Biblioteca México y el Mercado de la Ciudadela; “nosotros vendemos usaditos, desde 30 pesos hasta mil 500”. Gracias a su gusto musical, él mismo recomienda a sus clientes “tal disco de jazz, tal disco de blues”; sus tiempos recorriendo tiendas de acetatos y CD rindieron frutos.
Nuestro entrevistado tiene como clientes a muchos de los amigos que hizo en sus tiempos de cazadiscos. “Se acaba de morir uno de mis compradores que tenía unos 4 mil LP’s de puro rock progresivo europeo. […] Los hijos no quieren venderlos, es recuerdo de su padre”.
A los melómanos más ambiciosos les tomó años y hasta décadas mantener sus colecciones y todavía las alimentan, buscando entre tianguis o puestos ambulantes por discos de edición especial e importados desde Japón o Europa.
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Marcial Huerta reafirmó que “se perdió mucho LP cuando salió la transición del cassette, la gente empezó a tirar los discos. En esta calle [Emilio Donde, Centro Histórico], se paraba el camión de la basura y yo vi a la gente de los departamentos traer discos [para desecharlos]”.
“Los de la basura separaban portadas y discos, hasta me decían ‘dales una checada’ antes de desecharlos, pero como yo ya estaba con el compacto, ya para qué”, compartió el coleccionista y vendedor.
Mientras platicamos con Huerta León, también conocimos a Luis Alberto Esperanza, uno de sus compradores y quien mantiene un apego por discos físicos, a pesar de escuchar música por medios electrónicos. “El streaming musical te da la ventaja de conocer música y películas que no tienes el alcance de conseguir, aunque no es lo mismo que tenerlo físico”.
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“Todavía tengo esa emoción de escuchar el disco sin ponerlo en streaming. A lo mejor es algo por mi edad [aunque no rebasa los 50 años], pero con tu disco vas a aventurarte a algo nuevo. Poner el disco en mi tornamesa genera una especie de emoción”, compartió Luis Alberto.
Nuestro entrevistado y cliente de Marcial Huerta tiene recuerdos de tiendas del siglo XX, en especial del Gran Bazar, un negocio cerca del metro Cuatro Caminos, que “fue la tienda más grande que yo haya visto. Ahí compré boletos para Paul McCartney en el 93”, compartió.
Luis Alberto aseguró que puestos ambulantes como el de Huerta León mantienen a flote el mercado de discos. Incluso entre sus cajas le tocó encontrar acetatos o CD selectos que “ya no vas a encontrar en tiendas convencionales” o que en línea tendrían un costo al triple.
Los melómanos capitalinos no olvidan los discos y momentos que pasaron en Zorba, Hip 70, AB o en alguna tienda que tenían cerca de casa y que les permitió vivir las tardes de su juventud rodeados de música y amigos, pero son tiempos que no regresarán.
Aunque todavía sobrevive la impresión de CD’s o de acetatos para artistas del momento, no se compara con los altos índices de venta y demanda que se vieron en la Ciudad de México del siglo XX, con rock, pop, rancheras o música experimental que fascinó a los chilangos.
Pero, para aquellos que les faltó tener un disco de su banda favorita o que dejaron perder algunos de sus tesoros, las calles todavía esconden joyas melómanas. Aunque ya no existen los enormes pasillos de la Feria del Disco o el glamour de Tower Records, el legado discográfico sigue aquí, sonando con fuerza.
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL.
- Entrevista con Pedro Chávez, comprador y coleccionista de CD y vinilos
- Entrevista con Marcial Huerta León, vendedor y coleccionista de acetatos y discos compactos
- Entrevista Luis Alberto Esperanza, comprador y coleccionista de discos