La revista estadounidense TIME, en su última edición de 1945, determinó que el suceso más importante de tan fatídica temporada de 12 meses fue el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón.
La Segunda Guerra Mundial finalizó con la victoria de los Aliados, seguida por una reorganización y polarización geopolítica, todo envuelto en un contexto volátil, pues la humanidad estaba en alerta. Hubo un mundo antes y después de las bombas atómicas.
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El 7 de agosto de 1945, un día después de desatada la primera hecatombe nuclear, EL UNIVERSAL publicó declaraciones autocomplacientes de altos mandos militares estadounidenses. No sólo se dio el tiro de gracia a las maniobras militares japonesas, sino que se exhibió el arma que revolucionaría el futuro de los conflictos bélicos, según los comentarios recabados por este diario.
En una investigación de Carlos Sola Ayape y María Fernanda Sotelo, se sostiene que “la energía basada en la fisión controlada del átomo ha sido un poderoso elemento de perturbación de la conciencia y ha condicionado sobremanera el devenir de las relaciones internacionales”.
Sobre Hiroshima y Nagasaki se demostró la destrucción que provoca un artefacto atómico y en lugar de preparar el camino para la paz mundial, comenzó una paranoia global por temor a la próxima “nube de hongo”. Eran los tiempos de la era nuclear.
“[La bomba atómica] es un aprovechamiento del poder básico del Universo. La fuerza de la que el Sol extrae su poder se desató contra aquellos que trajeron la guerra al Lejano Oriente”, dijo Harry Truman, entonces presidente de EU, para anunciar el primer bombardeo nuclear de la historia. TIME lo nombró Hombre del Año en 1945. Fuente: Harry S. Truman Library/YouTube.
Tratados que no detuvieron el crecimiento de arsenales
Estados Unidos no sólo lanzó las bombas atómicas contra Japón, lo hizo contra el mundo entero, para demostrar su capacidad bélica, pero también aumentó el interés de otras potencias por desarrollar su propio programa nuclear.
Algunos países destinaron enormes sumas de dinero para tener dispositivos más grandes, potentes y letales que sus enemigos, a pesar de que dirigentes y poblaciones exigieron la pacificación de la energía atómica y la eliminación de los programas bélicos que la utilizaran.
A diez años del bombardeo, según la edición del 7 de agosto de 1955 en EL UNIVERSAL, la Unión Americana quiso compartir el conocimiento nuclear con otras naciones, excluyendo el uso militar. Mientras, la Unión Soviética y Reino Unido ya tenían sus propias bombas.
Para el 5 de agosto de 1963, en un acto de aparente esperanza, se firmó el Tratado de Proscripción Parcial de Pruebas Atómicas, que prohibió la experimentación de artefactos nucleares en atmósfera, espacio o profundidades del mar. Los promotores fueron Estados Unidos, Reino Unido y la URSS.
En palabras de Nikita Kruschev, sucesor de Iósif Stalin, el acuerdo “liberará al mundo de las letales nubes radioactivas”. Aunque fue una breve “atenuación a la tensión internacional”, según mencionó EL UNIVERSAL, también hubo reacciones en contra.
El 6 de agosto del 63, un día después del acuerdo y dentro de las conmemoraciones en Hiroshima por las víctimas de Little Boy, representantes chinos y africanos criticaron el tratado, pues “permitía al agresor el derecho de matanza en masa y niega a las víctimas el derecho a defenderse”.
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Varias naciones tenían planes para desarrollar armas con mayor capacidad destructiva, pero la firma de tratados impulsados por las potencias les cerró vías de experimentación. Eso libró al mundo de miles de bombas, pero también dejó la superioridad militar en pocas manos.
Por el contrario, en Latinoamérica dominó la protesta antinuclear y se planteó prohibir la posesión o fabricación de bombas en la región. México fue líder en esas negociaciones, en especial el diplomático Alfonso García Robles, ferviente promotor del desarme.
La voluntad latinoamericana culminó en el Tratado de Tlatelolco o Para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, promovido el 14 de febrero de 1967.
En 1968 se dio un paso importante, con el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, con más de 150 países firmantes. Se estableció que las naciones que ya tuvieran bombas atómicas –Estados Unidos, URSS, Reino Unido, Francia y China– podrían mantenerlas, pero sin traspasarlas ni ayudar a otros países con su fabricación.
A los demás estados se les prohibió tener artefactos nucleares. En la actualidad se cree que cuatro naciones no firmantes poseen algunas de estas armas, como la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte; ninguno planea firmar al acuerdo, pues tendrían que destruir su arsenal.
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Entre los años 80 y 90, se estimaron más de 17 mil ojivas nucleares activas, algunas con capacidad destructiva más grande que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Los principales productores y poseedores eran Estados Unidos y la todavía Unión Soviética. Para 2005 se contabilizaron 30 mil.
En el marco del aniversario número 60 del bombardeo sobre Hiroshima y Nagasaki, se realizó una encuesta en la Unión Americana y se concluyó que el 57% de los encuestados consideró “adecuado y justo” el uso de la bomba atómica contra los japoneses en el último tramo de la Segunda Guerra Mundial.
La eterna herida de Japón
La primera conmemoración para las víctimas de las bombas atómicas fue en 1947, durante la ocupación estadounidense en Japón. Algunos datos sobre el efecto de las explosiones permanecieron clasificados hasta 1952, cuando la tierra del Sol naciente recuperó su independencia.
Siempre en la misma fecha del bombardeo se realizan emotivos rituales y homenajes para las víctimas. Con el paso de los años, sobre todo a partir de 1950, estos eventos en Hiroshima ganaron gran convocatoria internacional.
Por el contrario, en 1955, Nagasaki no realizó algún evento y acusó a Hiroshima de usar la tragedia como publicidad y propaganda. Tsutomu Tagawa, entonces alcalde de Nagasaki, criticó los homenajes y aseguró que su ciudad no quería ser recordada por el bombardeo atómico que sufrió.
A pesar de la reconstrucción entera de Hiroshima, el Genbaku Dome –antiguo edificio gubernamental construido en 1914– mantiene sus secuelas tras la caída de Little Boy; ahora es un monumento contra las armas de destrucción masiva. Fuente: UNESCO/YouTube.
También denunció el caso de algunas señoritas de Hiroshima que recibieron apoyo para viajar a Estados Unidos y realizarse cirugías reconstructivas. Tagawa comentó que en su localidad también había mujeres con severas lesiones visibles y que “quedaron feas, pero no buscan publicidad” ni apegarse a los estadounidenses.
Nagasaki veía con desconfianza el “uso pacífico” de la energía nuclear, recelosos de sus implicaciones y poseedores. La rivalidad entre ambas ciudades se disipó pronto, pero esos conflictos eran muestra del impacto social que tuvieron las bombas atómicas, siendo una herida difícil de procesar.
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En agosto de 1973, el entonces primer ministro japonés, Kakuei Tanaka, aseguró que su país no fabricaría armas nucleares y que permanecerían bajo la protección de Estados Unidos. Japón tenía, para ese momento, un armamento de defensa básica como consecuencia de su pacto de rendición.
Algunos de sus ciudadanos protestaron contra la estrecha relación entre sus gobernantes y la Unión Americana, y también contra las constantes pruebas nucleares en otros países.
Las víctimas mortales de Hiroshima y Nagasaki aumentaron cada año. Los hibakusha o “personas bombardeadas” fueron los sobrevivientes al estallido de Little Boy y Fat Man, y sus testimonios quebraron al mundo, mostrando la destrucción física y emocional que dejó la hecatombe nuclear.
Algunas de las “personas bombardeadas” emigraron a Estados Unidos, pero sin algún apoyo. Para 1986, al menos mil sobrevivientes residían en el país norteamericano y otros cientos en Europa y Latinoamérica, varios de ellos con problemas renales, cardiacos o cáncer.
Japón se encargó de los hibakusha desde 1956, aplicando chequeos anuales y manutención. Se estima que el gobierno asiático gastó más de 500 millones de dólares para localizar a los sobrevivientes en el extranjero y atenderlos en sus nuevos lugares de residencia.
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Un número considerable de víctimas se negó a recibir atención, por miedo a ser discriminados por identificarse como “personas bombardeadas”, pero todos enfrentaron una bomba de tiempo con su salud, por las complicaciones médicas causadas por la radiación.
Hasta el día de hoy, se contabilizan más de 200 mil muertes por los bombardeos atómicos en Japón.
¿Habrá algo peor que Hiroshima y Nagasaki?
El duelo por las bombas atómicas permeó la consciencia mundial. Colectivos que no experimentaron la explosión se unieron para nunca ser víctimas de un desastre de tal magnitud, respaldando los testimonios de los hibakusha.
Un gran número de protestas antinucleares acompañan cada año los aniversarios de Hiroshima y Nagasaki, sin conocer la cantidad de pruebas que ya se realizaron para mejorar las armas atómicas.
Con la disolución de la Unión Soviética, muchos secretos sobre experimentación armamentista salieron a la luz, todos enfocados en tener mayor efectividad con artefactos de destrucción masiva.
En el territorio de Kazajistán estuvo la principal zona de pruebas nucleares de la URSS. Semipalatinsk –ahora Semey– fue escenario de casi 500 explosiones atómicas experimentales y hasta nuestros días presenta niveles de radiación más altos que los conocidos en Japón o incluso Chernóbil.
Semey también se convirtió en un símbolo de autopreservación, parecido a Hiroshima y Nagasaki, con un monumento a las víctimas y estragos de la experimentación nuclear con intereses bélicos.
De acuerdo con un artículo del 2005 para este diario, el factor que más detuvo una guerra nuclear en el siglo XX fue la consciencia de los gobiernos y sus líderes. No usaron las temibles bombas atómicas para terminar con cualquier conflicto porque los daños habrían sido irreversibles.
Desde 1945, ningún enfrentamiento entre naciones se liberó del halo atómico. EL UNIVERSAL comentó, en su edición del 21 de julio de 1985, que “el mundo afrontará un nuevo drama, pues las armas que habían hecho posible la paz se convertirían en una amenaza permanente”.
Pareciera que estamos en una etapa menos amenazante, conmemorando año con año a los únicos fallecidos oficiales por bombardeos atómicos, pero tampoco estamos seguros de lo que guardan los arsenales armamentistas actuales.
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Con la llegada del nuevo milenio y la trasformación del plano geopolítico aparecieron otras amenazas. Ahora también es posible que agrupaciones terroristas, con capacitación suicida, tengan en su poder el legado de la era nuclear, con armas y ojivas capaces de destruir poblaciones enteras.
Lejos de lo que se creyó al momento de bombardear Japón, las bombas atómicas no trajeron paz a la humanidad, ni desaparecieron las intenciones bélicas en los países, simplemente se convirtieron en el arma que muchos querían tener y en la motivación para crear algo más letal.
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Atomic Photographers
- Calduch, R. (1991). Las armas de destrucción masiva y la disuasión nuclear del mundo actual. En Relaciones Internacionales.
- OPANAL. (5 de junio 2018). Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe.
- OMS. (26 de abril 1993). Efectos de las armas nucleares en la salud y el medio ambiente.
- Organismo Internacional de Energía Atómica. (22 de abril 1970). Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares.
- s.a. (31 de diciembre 1945). El hombre y la bomba. En Time Magazine.
- Sola, C. & Sotelo, M. (2020). La bomba atómica después de Hiroshima y Nagasaki, el difícil camino hacia el control de la energía nuclear. En Revista de Filosofía, Arte, Literatura, Historia.