La noche del 19 de septiembre de 1985, las marquesinas sin luz generaron un sentimiento de tristeza en la Ciudad de México, recordaron el periodista José Luis Martínez y el fotógrafo Juan Ponce Guadián.
En entrevista para EL UNIVERSAL, José Luis contó que, antes del sismo, la Ciudad de México tenía una vida nocturna intensa en los cafés cantantes, piano bares y cabarets.
“El cabaret era como el escalón máximo (…) los de lujo contaban con grandes estrellas; los de segunda tenían grupos para bailar, ficheras y algún espectáculo, con gente no muy famosa; y los de tercera sólo tenían grupos para bailar y ficheras”, explicó Martínez.La mañana en que ocurrió el temblor, el periodista llevaba cinco años laborando como editor de la revista para caballeros “Su Otro Yo”, que dirigía el fotógrafo Vicente Ortega Colunga.
Aquel empleo le permitió conocer anécdotas de personalidades como María Félix, Lola Beltrán y Pedro Infante, que Ortega Colunga retrató en centros nocturnos como El Waikiki, El Patio y El Ciro’s.
“Había convivido con muchas figuras del Cine de Oro Mexicano, me gustaba escucharlo porque me imaginaba escenas de la película 'Salón México' o de rumberas”, detalló.
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La oficina de la revista se encontraba en el cuarto piso de un edificio que se ubicaba en la calle Bucareli número 18. Algunas noches, el director pedía a José Luis que dejara de revisar los textos para que fueran a trabajar.
“Vamos a trabajar, era su frase (…) Ir a trabajar, era ir a cenar, platicar un rato, a veces íbamos al piano bar y a las 11 de la noche íbamos al cabaret para ver a las estrellas que se presentaban a las 12, eran jornadas de trabajo muy largas que se terminaban en la madrugada”, contó el periodista.
Cabareteras, desde princesas hasta una reina
En las marquesinas brillaban los nombres con letras grandes de Olga Breeskin, “La Princesa Lea”, “La Muñequita de San Ángel”, “La Princesa Yamal”, Mora Escudero -mejor conocida como “Las Piernas del Millón”, porque aseguró sus extremidades inferiores en 80 mil dólares-, Mara Maru, Lyn May, entre otras.
Para el fotoperiodista Juan Ponce Guadián, “La Princesa Lea” ganó popularidad porque en sus espectáculos simulaba darse un baño de champagne en una copa gigante.
“'La Princesa Lea' llegó de Canada, era la estrella del Can Can -un cabaret de la colonia del Valle-. En una ocasión, vi cuando 'El Negro' Durazo le regaló una esmeralda, acostumbraba darles regalos caros a las vedettes”, destacó Ponce.
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A pesar de la fama de “La Princesa Lea” y del dinero que las vedettes gastaban en los vestuarios, José Luis Martínez y Juan Ponce piensan que el mejor espectáculo era el que Olga Breeskin, la reina de las cabareteras, ofrecía en el Salón Belvedere del Hotel Hilton Continental.
“Mientras todas las demás hacían estriptís, en los espectáculos de Olga nunca hubo un desnudo integral y sin embargo era la gran estrella (…) Una boa gigantesca que ocupaba para envolverse era una de las atracciones principales (…) fue muy audaz para los negocios; llegó a tener un programa de televisión, 'Súper Olga', le decían”, expresó José Luis.
También, recordó que la vedette tuvo una escuela de aerobics en un tercer o cuarto piso de un edificio con grandes ventanales, cercano a la estación del Metro Insurgentes, que obligaba a los transeúntes a detenerse para observar el movimiento sensual de las alumnas.
El terremoto trajo el adiós a una época
A pesar de que existía una variedad para divertirse, José Luis observó que la vida nocturna iba disminuyendo por la inseguridad, las crisis económicas y porque las vedettes no contaban con un relevo generacional en la primera mitad de la década de los ochenta.
La situación se agravó cuando algunos cabarets quedaron hechos ruinas por el sismo de 8.1 grados del 19 de septiembre de 1985.
Por el susto, “La Princesa Lea” decidió irse a vivir a Acapulco, Guerrero, en donde abrió un centro nocturno.
Sin embargo, no todas contaron con la misma fortuna, por ejemplo, Greta Gray, quien tendría unos 22 años, murió cuando se vino abajo un edificio de la unidad habitacional de Tlatelolco.
“Greta cantaba muy bonito, logró a presentarse en El Patio -inmueble que estaba en la esquina de las calles Atenas y Bucareli-. Cantaba un estilo romanticón, también bailaba, llegó a tener un nivel bueno en las marquesinas”, explicó Juan Ponce.
Para otras vedettes, el temblor representó la perdida de sus fuentes de empleo. Algunas tuvieron que ir a cantar en bares y cantinas porque debían mantener a su familia.
“Olga Muñiz sigue cantando y lo hace muy bonito, va a las cantinas, consigue un músico para que las acompañe. Se defiende todavía, se cuida (…) Debe de mantener a su familia (…) La otra vez la vi en 'El Colibrí' que está por la colonia Guerrero”, contó Juan Ponce.
La vida nocturna no volvió a ser igual
Por el sismo, el Hotel del Prado -que se encontraba en la avenida Juárez- se vino abajo. Días después, El Regis, que estaba a un costado de la Alameda Central, tuvo que ser demolido, situación que también ocurrió con otros inmuebles de la colonia Roma y Condesa.
De acuerdo con el periodista y el fotógrafo, la reconstrucción fue lenta y nada volvió hacer los mismo cuando algunos establecimientos volvieron abrir.
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Además, para esas fechas, se había importado de los Estados Unidos el concepto de table dance, espectáculo que remplazó las marquesinas iluminadas con los nombres de las vedettes y vestuarios los lujosos por un tubo en una pista de baile.
“Cuando todo reinicia, se había importado el concepto de table dance, que es diferente en muchas cosas, porque en el table no hay estrellas, todas las chavas son iguales, no hay marquesinas, tu no ibas a ver a nadie en especial”, explicó.
Además, agrega Martínez, tampoco tenían un nombre propio: “por ejemplo, si ibas a 'El Azteca' y te encontrabas a Geovana; en otro table, Geovana se llamaba Britney porque ahí había una Geovana; ya no había identidad entre el parroquiano y la estrella que buscabas”.
La reconstrucción dejó atrás a la cultura popular
El espacio urbano forma parte del acervo cultural de la sociedad. José Luis recordó que el mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda” de Diego Rivera que estaba en el hall del Cine del Hotel Prado, sobre la avenida Juárez.
Por sí sola la obra tiene historia, dado que pasó varios años en resguardo porque el pintor escandalizó a la clase alta local con la frase que le colocó: “Dios no existe”, de Ignacio Ramírez, “El Nigromante”.
“'Te espero en el mural de Diego Rivera' a las seis, a las siete, a las ocho, no importa la hora, todo el mundo sabía en dónde estaba, y uno podía fijar o acudir a sus citas con plena certeza, y pasar el tiempo, entre turistas, viendo esa magnífica obra rodeada de historia, de leyendas, aun de maledicencias”, explicó José Luis en la crónica “El día que cambió la noche”.
Para el periodista las autoridades actuaron de una manera populista cuando expropiaron el predio de la avenida Juárez en donde estaba el Hotel Regis para construir la Plaza de la Solidaridad.
“Expropiaron ese terreno para construir la Plaza de la Solidaridad, que se volvió una plaza de indigentes. No tengo nada contra los indigetes, creo que son el resultado de la injusticia social, pero tampoco creo que sea conveniente destruir, por actitudes populistas, el trazo de una ciudad”, enfatizó Martínez.
También lamentó el abandono de las instalaciones del centro nocturno El Patio, que se encuentra en la calle de Atenas, o el Teatro Blanquita, ubicado en el Eje Central Lázaro Cárdenas, lugar donde la sociedad podía tener contacto directo con los artistas.
“Creo que lo peor que le puede pasar a una ciudad es perder su memoria y gran parte de su memoria son los edificios, los lugares emblemáticos que le dieron personalidad”, expresó.
Un día antes del sismo
La mañana del 18 de septiembre de 1985, José Luis Martínez acudió al edificio de Radio Fórmula, que se encontraba en Donceles Río de la Loza 300, para entrevistar a Sergio Rod y Gustavo “El Conde” Calderón, locutores de “Batas, pijamas y pantuflas”, programa matutino de mayor audiencia en la Ciudad de México para ese entonces.
Después de la entrevista, fue a desayunar al Café La Habana, donde escribió y corrigió algunas notas; luego se dirigió a la oficina de la revista “Su Otro Yo”; y, al terminar la jornada laboral, salió a “trabajar” con Arturo Sampedro y David Ricardo.
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Comenzaron la tarde en la cantina La Reforma, que se ubica en Bucareli y Artículo 123, después de dirigieron al centro nocturno El Patio, lugar en donde entrevistó al comediante Héctor Suárez.
Al concluir, fueron al Salón Luz de la Zona Rosa para escuchar jazz, luego se dirigieron al Capri, lugar en donde entrevistó a la cantante y pianista Tere Cisneros. Después, disfrutaron el show de Mara Maru, “La Pantera Blanca”.
La noche fue larga, el último sitio que visitaron fue el Studio 54 para darle a Mayra Rey unos ejemplares del mes de septiembre de “Su Otro Yo”, número para el que posó.
“Podríamos haber seguido en el Salón Luz cuando menos una hora más, bebiendo y escuchando al pianista loco, cantando con él canciones de Armstrong, uno de mis ídolos de siempre, y sin embargo, ante mi terquedad, nos fuimos. Pagamos la cuenta, recogimos mi Volkswagen del estacionamiento y nos dirigimos al Centro por Paseo de la Reforma, colmado de luces y arreglos de las recientes fiestas patrias.
De haber presentido lo que sucedería en unas horas, habría manejado más despacio para contemplar la belleza de la avenida, la luz de las marquesinas, el vaivén de la gente ese día que, sin saber por qué, mis amigos y yo deseábamos comernos la noche a puños”, escribió José Luis en la crónica “El día que cambió la noche”.
- Fuentes:
- Entrevista a José Luis Martínez y Juan Ponce Guadián.
- Martínez, José Luis. El día que cambió la noche.