De los policías retratados, a la derecha figura el sargento que pidió mil pesos a "Martha" por evitarle el paso por las galeras. Sin el trabajo de Alicia Espinosa, las pruebas contundentes contra estos agentes no habrían salido a la luz. Archivo EL UNIVERSAL.
Por: Eloy Linares
Del 8 al 10 de octubre de 1976, este diario publicó un reportaje de la periodista Carmen Alicia Espinosa Ortega quien se hizo pasar por una trabajadora sexual para conocer los riesgos y abusos que vivían a diario.
En su experiencia como meretriz, la reportera fue víctima de extorsión y estuvo privada de su libertad en la cárcel femenil conocida como “La Vaquita” de la Ciudad de México.
La noche del siete de octubre de 1976, la periodista de EL UNIVERSAL , Carmen Alicia Espinoza estaba entre la esquina de las calles Guerrero y Mosqueta, sus labios sostenían un cigarro y con la mano izquierda balanceaba su bolso. En aquel momento, sintió temor de estar en contacto con personas alcohólicas, toxicómanos y desequilibrados mentales.
A pesar de la lluvia y del viento helado, sudaba y sus dientes castañeaban, pero de miedo. Al estar a punto de arrepentirse por haber estudiado periodismo, pensó en las mujeres que soportan diferentes tipos de vejaciones para laborar como trabajadoras sexuales y disimuló una sonrisa.
Al poco tiempo, los fotógrafos Daniel Soto y Bernardo Arredondo se acercaron y retrataron a Alicia Espinoza, acción que alejó a las mujeres que acostumbraban trabajar en esa esquina.
Después de que tomaron las placas, durante media hora, estuvo sola hasta que el conductor de un auto Chevrolet le preguntó: “¿Cuánto mamacita?”, pero al escuchar la tarifa de 300 antiguos pesos optó por continuar su camino, escribió ella en su reportaje.
El reportaje de Alicia Espinosa tuvo lugar en la capital hace cerca de 50 años, cuando las oportunidades en servicios de asistencia y de salud para las sexoservidoras eran nulos. Archivo EL UNIVERSAL.
En ese instante comenzó un desfile de automovilistas que preguntó el costo de sus servicios. Minutos después, dejó de poner atención en las personas que tenía en frente. Presa de la angustia, bajó la mirada y esperó el arribo de la policía porque su presencia la consideró como una esperanza.
La idea nació en un cabaret de la Guerrero
Con el nombre de Martha Hernández Gaxiola, mujer que acaba de llegar del estado de Sonora, Alicia Espinoza cambió su identidad y se sumergió en el ambiente de ilegalidad que rodeaba la prostitución.
Todo inició en el cabaret “La Lunada” de la colonia Guerrero. En el establecimiento, los periodistas Carmen Alicia Espinosa, Saúl López y los reporteros gráficos Daniel Soto y Bernardo Arredondo idearon el plan para realizar el reportaje.
Al punto de reunión, Alicia Espinoza llegó con una peluca rubia, su ropa era un vestido llamativo con escote pronunciado, en sus ojos colocó unas largas pestañas postizas con densas rayas negras de delineador y el maquillaje de su rostro lo resaltó con un rojo encendido que ocupó para pintar sus labios y mejillas.
El reportaje encubierto de Alicia Espinosa fue vanguardista por exponer la situación de un sector vulnerable y explotado por las propias autoridades capitalinas en los años 70; seguramente aún hay muchos casos hasta el día de hoy. Archivo EL UNIVERSAL.
Se lee que mientras bebían un brandy barato, una persona, que vestía un traje deslucido y con barba crecida, se acercó a la periodista para cantarle el tango “Volver” de Carlos Gardel, luego entonó el tema “Sabor a mí” de Álvaro Carrillo hasta que Daniel Soto lo alejó con una mirada seria.
Después de beber tres tragos salieron del establecimiento. Alicia Espinoza se dirigió a la esquina de las calles Guerrero y Mosqueta y Saúl López fue a buscar a unos policías para acusarla de haberle transmitido una enfermedad venérea.
Mientras, Daniel Soto y Bernardo Arredondo siguieron a sus compañeros en sus vehículos para obtener el testimonio gráfico del reportaje.
Aquí la reportera encubierta escuchando la oferta de un cliente que preguntaba por el costo de sus servicios. . Archivo EL UNIVERSAL.
Cuotas semanales para obtener la “purificación”
En el momento en que esperaba el arribo de la policía, de un auto Dodge Dart azul claro, sin placas y con una antenita en el techo, descendió una persona de tez morena y baja estatura para preguntarle si era nueva en el rumbo.
Después de intercambiar unas palabras, el sujeto señaló el interior del auto para explicarle que adentro viajaba el comandante de vigilancia de la zona y que si quería evitarse broncas tenía que “jalar” con ellos. Por ser nueva en el negocio, le dijo que se iba a “purificar” con una cuota de 300 antiguos pesos semanales y se marchó.
Un instante después, apareció una camioneta panel de la Policía Preventiva. En el auto viajaban cuatro agentes de seguridad pública y el sargento, con placa 24165, Pedro Mendoza Cardoza. Del vehículo descendieron tres elementos, quienes la rodearon e interrogaron.
La periodista se presentó como Marta Hernández Gaxiola y dijo que buscaba trabajo. En ese momento, el sargento le ordenó que se subiera a la camioneta porque tenía que acompañarlos a la delegación.
"Una noche de vejaciones, humillaciones, abusos policiacos y corrupción", es como se describió en su momento la experiencia de la periodista de este diario. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Cuando dos de los policías la tomaron de las manos, Alicia Espinoza se desesperó, trató de liberarse y les exigió que le explicaran el motivo de su detención, recordó que tenía derechos como ciudadana y comenzó a gritar.
Uno de los agentes fue a buscar a Saúl, quien minutos antes les había dado un billete de 100 pesos, y con su dedo índice la señaló para decir que era ella. Con una sonrisa, el sargento ordenó que la subieran a la patrulla.
En ese instante, del cabaret “La Lunada” salió una persona en estado de ebriedad y ofreció a los policías 50 pesos para que la dejaran en libertad. Sin embargo, Saúl les dio el doble y a empellones la subieron a la panel.
Alicia recuerda que al estar en el interior del vehículo, dos de los policías le preguntaron: “¿Cuándo fue que te 'echaste' a ese güey?” y “¿De veras estás enferma?” Al mismo tiempo, uno de ellos, con sus manos sudadas, recorría sus piernas y el otro tocaba su busto.
Narra que con un nudo en la garganta respondió que acaba de llegar de su tierra y que era nueva en el negocio de la prostitución.
Cuando llegaron a la quinta delegación de la alcaldía Cuauhtémoc, el sargento le pidió una “cabeza yucateca” para que la dejaran en libertad, pero la periodista expresó que desconocía el significado del término.
“Tú si de veras que eres estúpida, pinche piruja. Una cabeza grande, un milete, una milanesa, mil billetes de a peso. ¿Te estás haciendo loca? Además, vas a tener que 'pasar' por todos los compañeros, me respondió deslizando su gorda mano por mi cadera”, palabras que plasmó Alicia Espinoza en su texto.
Ante el acto de extorsión, la periodista disimuló que buscaba dinero de su bolso y sacó un billete de 100 pesos para ofrecerlo a los policías y les pidió que la llevarán a “La Vaquita”, Reclusorio No. 3, porque no quería estar en la delegación.
“Pero ¿cómo prefieres ir a 'La Vaquita'?, qué no sabes que los médicos que te examinen te van a violar y las celadoras, todas, son lesbianas, y van a pasar por ti todas”, declaró el sargento Pedro Mendoza Cardoza.
Al saber que de quedarse en el edificio de la delegación seguro sufriría todo tipo de abuso por parte de las autoridades presentes, en un ambiente más inaccesible, Alicia solicitó el traslado directo al establecimiento del reclusorio. Archivo EL UNIVERSAL.
Cerca de la puerta de la delegación, el sargento, junto con un oficial, le volvió a insistir que hablara con su “caifán”, o un familiar, para que les diera los mil antiguos pesos que solicitaban para dejarla en libertad.
La periodista describe que a punto de llorar les explicó que le era imposible conseguir el dinero. En el libro de registro de la Quinta Delegación, el médico de guardia Rubén Soqui González la clasificó como prostituta no ebria de aproximadamente 30 años.
"Si te portas bonito te voy a ayudar"
Valiente, Alicia Espinoza ingresó a la penúltima de las galeras de la Quinta Delegación de Cuauhtémoc a las 3:45 de la madrugada del 7 de octubre de 1976, la celda era de tres metros cuadrados, en el interior había cuatro literas de concreto, el cuarto olía a orines, vómito, heces fecales y desinfectante. Ante la falta de sanitarios, los detenidos ocupaban una coladera para hacer sus necesidades fisiológicas.
En las paredes, que alguna vez fueron de color verde, estaban las firmas de “El Alacrán”, “El Chofer”, “El Cábulas”, “El Fito”, “El Gran Chava”, “El Gato”, “Lulú” y “Medina”. Para continuar con la costumbre, la periodista tomó su lápiz labial y escribió con gruesas letras el nombre de Martha Hernández.
Con el pretexto de buscar noticias, a las cuatro de la madrugada, los fotoperiodistas Daniel Soto y Bernardo Arredondo llegaron a la delegación y retrataron a su compañera.
La periodista de esta casa editorial mantuvo su papel en cada situación a la que se enfrentó, en este caso la celda de nueve metros cuadrados, camas de concreto y un lugar poco salubre con “firmas” en los muros de reclusos presos anteriormente. Archivo EL UNIVERSAL.
Cuatro horas después, el auxiliar del juez calificador, el oficial mecanógrafo Rafael Rivera, ingresó a la galera para preguntarle si iba a pagar la infracción de 700 antiguos pesos y como no tenía dinero, le explicó que la iban a trasladar a “La Vaquita”.
Al poco tiempo, escribió Alicia, un sujeto de unos 35 años la fue a ver y, mientras la acariciaba, le preguntó si necesitaba algo. La persona le ofreció el teléfono para que hablara con alguien y le pagara su multa.
Cuando se enteró que era una trabajadora sexual, soltó una carcajada y comenzó a deslizar sus manos en la espalda y caderas de la periodista. Después, le dijo: “Bueno, mira, si te portas 'bonito' conmigo, yo te voy ayudar a que salgas”.
Las imágenes de Alicia tras las rejas son impactantes porque aunque ella aparentó verse atrapada en la situación, quedó claro que para las sexoservidoras de la capital sí era una realidad cotidiana. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Mientras viajaba a bordo de la camioneta panel 937, junto con otros nueve detenidos que irían a “El Torito”, caía una ligera llovizna. Ella narra que durante el recorrido, aquellos sujetos estaban sorprendidos de compartir el vehículo con una mujer.
Al medio día, Alicia Espinoza ingresó a “La Vaquita”, ahí una persona con un rostro "sin expresión" la recibió, anotó sus datos en el libro de registro, tomó sus huellas digitales, le quitó su peluca, la bolsa, contó sus pertenencias y le dio un recibo. En la prisión estuvo en contacto con mujeres que decidieron cumplir con un arresto porque les fue imposible pagar una multa superior a los 2 mil pesos.
El tradicional sistema de “cuotas” entre policías
Durante las 12 horas que Alicia Espinoza vivó en carne propia las vejaciones que padecen las trabajadoras sexuales, la periodista observó que agentes de la Policía Preventiva, de la División de Investigaciones de la Delincuencia, de la Judicial, elementos del Ministerio Público y personal de diferentes departamentos del entonces Distrito Federal establecieron un sistema de “cuotas de protección” para tolerar la prostitución.
El cobro de las cuotas iba de los 150 hasta los mil pesos, cantidad que a las trabajadoras sexuales les parecía excesivo, porque el 90% de su dinero terminaba en las manos de sus “protectores” y de sus proxenetas, “madrinas”, “cinturitas”, “chulos” o “padrotes”.
De acuerdo con la periodista, las mujeres que anunciaban sus servicios sexuales en los periódicos como “masajistas” o “decoradoras de interiores” tampoco escapaban a ese mundo de corrupción.
“Nadie de éstas logra escapar de las garras de la prostitución. Una vez iniciadas, son acosadas en mil formas, no sólo por los clientes o por los 'cinturitas', también por explotadores y policías de todos los niveles que, inconmovibles, exigen amenazantes su 'parte', describió Alicia en su reportaje.
El especial de Alicia Espinosa no sólo reveló múltiples zonas en que trabajaban las sexoservidoras del Distrito Federal hace 50 años, también tocó el tema de las muchas mujeres que viven en situación de abuso y extorsión, no solo por parte de autoridades policiacas. Archivo EL UNIVERSAL.
“La infeliz que se niega a pagar es inmediatamente acusada de delitos imaginarios, golpeada, ultrajada y forzada a 'trabajar' de nuevo para satisfacer la criminal exigencia de quienes conoció dentro del fango”, narró.
En octubre de 1976, algunas de las zonas en donde se ejercía la prostitución estaban en Insurgentes Norte, en las calles que iban de Reforma al Cinema La Raza y desde “El Caballito” hasta La Diana Cazadora; también en Insurgentes sur, por el cine Las Américas hasta el Viaducto.
Además, había presencia de trabajadoras sexuales en Juanacatlán, Melchor Ocampo, Río Tíber, Pánuco, Garibaldi, Anillo de Circunvalación, Avenida Nuevo León, en las colonias Escandón y Guerrero.
En su reportaje Alicia Espinoza explicó que “las ficheras”, mujeres que recibían fichas por cada trago o botella consumidos por parte de clientes, también fueron víctimas de explotación laboral en los centros nocturnos del Distrito Federal.
De acuerdo con la reportera, en los establecimientos de primera clase llegaban a cobrar 300 pesos de comisión por una botella de mil 500 a 2 mil pesos.
Sin embargo, en los bares de segunda y tercera categoría, las mujeres percibían una remuneración de cinco a veinte pesos por copa y de 50 si el parroquiano descorchaba la bebida.
Desde extorsión hasta abusos que se daban recién se encontraban sexoservidoras y autoridades, fue información que proporcionó la mano de la valiente periodista Alicia Espinosa de EL UNIVERSAL. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Al término de la jornada, las empleadas cambiaban unas fichas que recibían por el consumo de los clientes.
En bares como el “Capri”, “Mink”, “El Closet”, “Las Fabulosas”, “Follies Bergere”, “La Ronda” y “El 77”, una noche de trabajo representaba una ganancia de mil pesos, pero destinaban hasta el 90% de su sueldo para saldar la tarifa que le exigía la persona que las protegía.
Además, “las ficheras” tenían que pagar una cuota cuando un cliente las sacaba de los centros nocturnos.
Hoy extorsionadas hasta por el crimen organizado
A 45 años de la publicación del reportaje de Alicia Espinoza, la organización Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer cuenta con testimonio de trabajadoras sexuales que siguen siendo víctimas de extorsión.
A parte de los actos discriminatorios que padecen por las autoridades, también existen personas que las intimidan con perros, les lanzan huevos, piedras y obstruyen su lugar de trabajo.
La periodista Carmen Alicia Espinoza falleció en noviembre del 2003, su testimonio sobre prostitución evidenció una cruda realidad: la red de corrupción de los años 70 y que aún continúa pese a los logros que este sector ha alcanzado para tener una vida digna.
Sin embargo, hoy hasta el crimen organizado en el centro de la capital las extorsiona con una cuota diaria de entre 100 y 500 pesos por lo que han llamado "derecho de piso".
Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL.