La otra epidemia que cerró panteones hace más de 100 años
La otra epidemia que cerró panteones hace más de 100 años

Texto: Nayeli Reyes Castro

El 2 de noviembre de 1918 los cementerios de la Ciudad de México amanecieron marchitos, rodeados de soldados y gendarmes que evitaban la entrada de una multitud con ofrendas florales , guitarras, canastas con comida y jarros de pulque. Iban a cumplir con la tradición de la época: “ llorar el hueso ”, pero las puertas nunca abrieron, una epidemia las había sellado.

La cronista Ángeles González Gamio cuenta que a principios del siglo XX la tradición de “ llorar el hueso ” consistía en ir a los panteones precisamente a llorar a los muertos, abundaba el aguardiente y el pulque , por lo que la visita terminaba en un jolgorio y con frecuencia había golpes y balazos .

La otra epidemia que cerró panteones hace más de 100 años
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Día de muertos en el Panteón Francés en 1899. Foto: Colección de Carlos Villasana.

En México de mis recuerdos , Antonio García Cubas relata que en ese entonces, el día de Todos los Santos (1 de noviembre) por la tarde las familias comenzaban a arreglar los sepulcros para que despertaran “vestidos de gala”, llegaban con candeleras, cirios, jarrones, tibores, coronas de chaquira, azabache de flores artificiales…“cuantos adornos le sugería el acendrado cariño hacia sus deudos difuntos o bien su vanidad”.

Luego, el día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre) las personas acudían muy temprano para completar los adornos con ramos y “coronas de frescas y olorosas flores”. Algunos llevaban comida para pasar el día, pero era una “precaución inútil”, porque en los alrededores de los panteones había incontables puestos de fritangas y de pulque . Para las 10 de la mañana todo estaba listo para quienes iban a rezar, llorar, divertirse, reír o todo a la vez.

Nada de eso pasó hace 102 años.

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Así se veía un cementerio el 2 de noviembre de 1900, según la publicación “Recorriendo los panteones”, del semanario El Mundo Ilustrado (11 de noviembre de 1900). Foto: Colección Carlos Villasana.

Los muertos se quedaron solos

“Hoy pasarán los muertos su día tan abandonados como los demás días del año. La epidemia reinante no permite la visita anual a las necrópolis y los pobres muertos no verán interrumpido su sueño por las ruidosas romerías populares , ni por las ofrendas del ‘zempoazuchitl’ en cuyas hojas amarillas se acusan las primeras herrumbres del otoño”, relataba EL UNIVERSAL ILUSTRADO el 1 de noviembre de 1918.

Al día siguiente los uniformados fueron improvisados “San Pedros” que no cedieron ante las súplicas de los vivos para entrar a ese mundo de las ánimas, tampoco ante sus amenazas; en el Panteón Municipal de Dolores y en el Francés persiguieron a quienes saltaron las tapias de las bardas para entrar.

Sólo podían pasar los difuntos que iban a ser enterrados, era la orden del Consejo Superior de Salubridad: se había decretado el cierre de las necrópolis los primeros días de noviembre para evitar que las aglomeraciones propagaran los casos de influenza española que azotaba la capital.

Publicaciones de EL UNIVERSAL del 3 de noviembre de 1918, durante la pandemia de influenza española, y del 25 de octubre de 2020, cuando las personas quisieron visitar con anticipación a los cementerios ante la medida de cierre por Día de Muertos para evitar la propagación de la Covid-19. Diseño web: Griselda Carrera.

Los casos aumentaban sin control. En una entrevista publicada en EL UNIVERSAL el 1 de noviembre, el doctor José María Rodríguez, presidente de dicho Consejo, anunció que en pocos días no serían suficientes los médicos de la capital para atender enfermos, también que escaseaban los medicamentos que usaban para tratar la influenza española (quinina, aspirina y sulfato de calcio).

En el diario El Nacional anunciaban: “la curva de la epidemia es ascendente en forma aterradora”, los expertos recomendaban como el mejor remedio la higiene , evitar desveladas, comer a buenas horas y esperar… los científicos seguían trabajando en los laboratorios para descubrir “el verdadero germen de esta pandemia que nos ha traído la espantosa guerra europea”. Incluso rotativo El Pueblo afirmaba que Pancho Villa y sus tropas habían enfermado.

La otra epidemia que cerró panteones hace más de 100 años
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Ilustración publicada el 3 de noviembre de 1918 en El Pueblo. Foto: Hemeroteca Nacional.

“Estuvieron completamente desiertos los panteones… El día de los muertos perdió ayer todo su color tradicional y se trasformó en un día como todos, más triste por la evocación funeraria y por la epidemia reinante”, publicó EL UNIVERSAL el 3 de noviembre de ese año.

“La tradición antes que nada. Forzosamente, ayer asistieron muchas personas a los panteones… cerrados”, destacó El Pueblo; “No hubo ayer profanación de tumbas. En los panteones no corrió el pulque ni se escucharon cantos báquicos, ni hubo riñas… Una gran tranquilidad reinó ayer en todos los cementerios del Distrito Federal”, informó Excélsior.

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Primera plana de Excélsior el 3 de noviembre de 1918. Foto: Hemeroteca Nacional.

De acuerdo con Excélsior, la calma se extendió a los cerca de 50 cementerios de las municipalidades del Distrito Federal (ahora alcaldías de la Ciudad de México):

Estuvieron vacíos los camposantos del Tepeyac en el cerro de la Villa, el “aristocrático” Francés, el “augusto” Español, los “silenciosos” Americano e Inglés, el “histórico” San Fernando, el “risueño” del Peñón de los Baños, donde sólo había difuntos menores de cinco años, el “casi ignorado” Monte Sinaí de los judíos:

“Sólo uno que otro familiar rogaba atentamente al Administrador que los dejara entrar para poner sobre la lápida querida su melancólica oblación de recuerdo”, informaba Excélsior. La excepción fue Xochimilco , pues sus panteones Santiago, San Gregorio, Santa Cruz y Xilotepec estaban muy retirados y algunos familiares pudieron acudir.

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“Días terribles esperan a México a causa de la influenza española”: El Nacional (4 de noviembre de 1918). Foto: Hemeroteca Nacional.

Según el relato de un reportero de EL UNIVERSAL, los comentarios a las afueras de los cementerios cerrados eran variados, algunos recordaban que lo mismo había pasado a mediados del siglo pasado (XIX) por causa del cólera ; otros lamentaban el abandono de las tumbas por las autoridades; los resignados entregaron las flores, coronas y ramilletes a los porteros de los panteones, para que las colocaran sobre las tumbas.

Al periodista de El Pueblo le parecía curioso el espectáculo de los centenares de personas con sus coronas de flores instaladas en las entradas, en espera de una contraorden que les permitiera el acceso, “cuando las sombras de la tarde obscurecieron la ciudad, los deudos desfilaron cariacontecidos hacia sus domicilios, abandonando, muchos de ellos, sus ofrendas florales marchitas y asoleadas , a las puertas de las necrópolis.”

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Anuncio publicado en el diario El Pueblo el 3 de noviembre de 1928. Aspiroquina Laxativo era un medicamento usado contra la influenza española. Foto: Hemeroteca Nacional.

Recordar desde casa

Pese a la epidemia, las personas trataron de impedir el cierre de los cementerios mediante centenares de solicitudes firmadas enviadas al Consejo Superior de Salubridad, según el diario El Pueblo, y muchos de los habitantes de la capital habían visitado los sepulcros de sus difuntos dos o tres días antes, para no quebrantar la costumbre .

De acuerdo con la investigadora Edelmira Ramírez Leyva, en el México de las primeras décadas del siglo XX, esa era una fecha que “unificaba a la población en un mismo sentir, en un mismo ritual, en un mismo recuerdo”. Faltar a la tradición era imperdonable:

“La costumbre de celebrar el Día de Muertos activaba a toda la sociedad, que se veía comprometida a revivir los cíclicos rituales en los que recordaba sus muertos…Entre las costumbres más importantes de la conmemoración de los muertos estaba la ineludible visita a los cementerios . Si no se realizaba el peregrinaje a las necrópolis las conciencias sentían el peso del remordimiento y la sociedad ejercía una sutil pero penetrante censura ”.

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Una ilustración de los puestos de Día de Muertos, publicada en El Pueblo el 2 de noviembre de 1918. Foto: Hemeroteca Nacional.

Según el reportero de EL UNIVERSAL, lo único que dio colorido a la fecha de los muertos en 1918 fueron los puestos instalados en la Alameda Central y que todo el día fueron muy concurridos: “Por la noche, sobre todo, abigarrada multitud los visitó, y los tradicionales ‘ entierritos ’ la loza de Guadalajara, las frutas secas y otros comestibles, alcanzaron elevados precios”.

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Los “entierritos” eran figuras de garbanzo con vestidos de papel que simulaban cargar a un muertito, estaban colocadas sobre listones de tejamanil y se movían a voluntad, simulando el andar pausado del recorrido para un entierro. Foto: México de mis recuerdos.

Otro periodista de EL UNIVERSAL ILUSTRADO consideraba que los muertos no reclamarían por la ausencia de los visitantes, “quién sabe cuántas veces se habrán sonreído irónicamente, considerando la relatividad que hay en la paz de los sepulcros, año por año, interrumpida con las riñas y los ágapes funerarios de los concurrentes… En cuanto a los vivos, procurarán cumplir el rito tradicional, saboreando el clásico pan de muerto ”.

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Anuncio publicado en el diario El Pueblo el 3 de noviembre de 1918. Foto: Hemeroteca Nacional.

En tanto, Manuel Caballero, de El Pueblo, escribió que la epidemia en la metrópoli no impediría que se conmemorara en los hogares a los muertos mediante charlas “a media voz” frente a las ofrendas colocadas sobre las mesas o consolas:

“Ha llegado, friolenta y melancólica la estación del otoño; la estación de las hojas amarillas, de los vientos cortantes, de las divinas lunaciones color de ámbar, únicas en el año”.

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Una ilustración de Audiffred sobre noviembre, el mes de los muertos. Foto: EL UNIVERSAL ILUSTRADO (1 de noviembre de 1928).

La fotografía principal es el aspecto de un cementerio el 2 de noviembre de 1980. Foto: Miguel Castillo/ Archivo EL UNIVERSAL.

Fuentes:

  1. Hemeroteca Nacional.
  2. Hemeroteca de EL UNIVERSAL.
  3. “Llorar el hueso”, artículo de Ángeles González Gamio.
  4. México de mis recuerdos, de Antonio García Cubas.
  5. “La visita obligada a las necrópolis en la fiesta del 2 de noviembre en México”, de Edelmira Ramírez Leyva.
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