En años recientes, la industria del entretenimiento ofrece a los pequeños del hogar los más modernos medios para divertirse. Hoy es normal que menores desde cuatro años pasen el rato jugando con celulares o consolas, pero hasta hace tres décadas el referente de diversión para muchas niñas y niños era un juguete.
La ciudad de México cuenta con un espacio único que nos invita a echarle un vistazo a los juguetes que fueron la tendencia en la época de quienes ya son abuelas, madres, padres o tíos.
Con más de cuarenta mil piezas en exhibición, el Museo del Juguete Antiguo México (MUJAM), ubicado en la colonia Doctores, nos abrió sus puertas para compartir el esfuerzo de toda una vida que hace posible esta experiencia.
La familia Shimizu y la época dorada del juguete mexicano
En los años cuarenta llegó de Japón a la capital mexicana un matrimonio. El señor Roberto Yukio Shimizu abrió un par de negocios en la colonia Doctores: la dulcería “Avenida” y la papelería y librería “La Primavera”. Según nos cuenta Roberto, uno de los hijos de aquella pareja, hoy de setenta años, él nació en el domicilio familiar, de la misma calle Dr. Olvera donde se encuentra este museo.
Los recuerdos que él atesora de su infancia son la clave para entender el origen de este museo, que comparte desde las primeras muñecas Barbie hasta una máscara y cartas del legendario luchador, El Santo.
Don Beto -como lo conocen por igual en México y Japón-, resalta que en aquel entonces “los juguetes se vendían en las tiendas de barrio”.
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De acuerdo con los folletos del MUJAM, en la temporada de Navidad y de Día de Reyes el pequeño Beto y sus hermanos ayudaban a vender juguetes importados en el negocio de la familia. Quienes hayan vivido su niñez en los años cuarenta y cincuenta sabrán que esto era fascinante, pues resultaba inusual ver un mercado de importaciones, en general.
Esto era parte de la estrategia del gobierno, que propiciaba la producción “Hecho en México” entre la industria mediana y grande. Gracias a ello, don Beto puede hablar de una “época de oro” del juguete mexicano.
Pero el factor que más veces sale a flote en la conversación es él animo trabajador y paternal del señor Roberto Yukio, al que nuestro entrevistado atribuye la oportunidad de iniciar sus colecciones hace setenta años.
“Mis papás trabajaban hasta en domingo”, dice, y explica que sin ello no habría sido posible contar con los recursos para conseguir y guardar tantos objetos.
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Si bien su padre fue quien lo introdujo al coleccionismo con un álbum de timbres postales japonés, alrededor de 1955, lo que el fundador de este museo señala como el apoyo esencial para empezar a coleccionar millones de juguetes serían las bodegas a las que tenían acceso.
Espacio y apoyo, el secreto para lograr una gran colección
Sin un espacio libre para almacenar los objetos, dice don Beto, el coleccionismo no tiene los medios para crecer. El resto fue sencillo, ya que recuerda que “la colección se hacía muy fácil: guardaba lo que me hacía feliz, y lo guardaba en bodegas”.
Con el paso del tiempo los juguetes de todos tamaños, álbumes de estampas, fotografías, libros, promocionales y demás artículos fueron tantos que el joven Beto continuó sólo gracias a la ayuda de su papá, quien notó el valor de lo que hacía su hijo.
De los hasta cinco millones de objetos recolectados, sólo los que estaban “más a la mano” forman parte del MUJAM. Los demás, hasta la fecha, esperan una oportunidad en las bodegas: “tenemos cajas que no se han abierto en cincuenta años”.
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Esta realidad es una constante para la familia Shimizu. Don Beto y su hijo Roberto son quienes dedican tiempo al proyecto que se convirtió en museo en 2008. Al respecto, el también arquitecto por la UNAM comenta “a mi edad sólo hay de dos con una colección, o la vendes o la compartes”.
Tal y como refleja el horario del museo, abierto de lunes a domingo, la decisión fue abrir al público el acervo personal de Shimiozu, que señala “yo por fortuna tengo otros ingresos que me permiten compartir todo esto, porque compartirlo es caro”.
El MUJAM se sitúa en lo que eran departamentos también gracias a un hecho fortuito: “el edificio era de la familia, estaba desocupado y dijimos ‘vamos a llenarlo’”. Por lo anterior, lo que realmente preocupa es el mantenimiento y las operaciones a futuro”.
Consciente de su edad y del hecho de que su hijo se desempeña en primer lugar como artista, expresa estar “un poco desconcertado porque no sé lo que va a pasar con la colección”.
Dado que no lo convence la idea de dejar décadas de esfuerzo y recursos en manos del gobierno, la opción más viable sería el sector privado, aunque no cualquiera, pues agrega que “necesitamos un mexicano mexicanista, joven”.
Según nos da a entender en la plática mientras está sentado en una banca, bajo la gran máscara del antiguo salón corona, lo ideal sería encontrar alguien que valore lo que se sufre y lo que se vive al recolectar y cuidar el sinfín de objetos que retratan y para muchos reviven el México de ayer.
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La memoria de México en juguetes y curiosidades
Don Beto no tarda en remarcar que, a su parecer, el MUJAM ha evolucionado hasta ser un archivo que contiende “la historia en objetos del arte popular mexicano”. El crédito lo atribuye a sus dos maestros: Alfonso Razo y, en especial, el escritor y profesor de artes pláticas Melquiades Herrera.
Shimizu explica que Herrera “me abrió los ojos al comprar las cosas de a peso, al enseñarme que no son las cosas caras, sino el esfuerzo de tú [como artesano o fabricante] hacer algo, es lo que cuenta”.
Gracias a ese aporte en la vida del coleccionista, hoy nos comenta con orgullo “me da mucho gusto que junté lo de la calle, lo que se vende en la banqueta, porque nadie más lo juntó”.
Para ser más claro, nos propone el ejemplo de los coleccionistas de libros, que “sólo compran libros de cien mil pesos que van a costar 200 mil”. En el MUJAM, en cambio, hay incontables figuras de plástico que por años se han vendido por bolsa en los tianguis, figuritas de cartoncillo y hasta los coleccionables de empaques de frituras y bocadillos.
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En palabras de la maestra en Arte Moderno y Contemporáneo, Melissa Orozco de la Cruz, esto hace diferente al Museo del Juguete Antiguo porque, en comparación con los museos capitalinos llenos de pinturas y piezas virreinales “que no vieron ni nuestras abuelas”, estas muñecas, estos afiches, estos carritos, sí nos llegan y sí son -o fueron- nuestros.
Por su parte, sin que tengamos que pedirlo, don Beto nos comparte una anécdota que refuerza el punto de la también diseñadora industrial. “Vino una vez un señor que se puso a llorar, le pregunté ‘¿tenía usted este juguete?’ y me dijo ‘no, pero yo quería este juguete’”.
La historia no termina ahí, pues las palabras del visitante resumirían en una breve frase el valor que representa este espacio. Sucede que el hombre vivía en Tlatelolco y fue una de las víctimas del terremoto de 1985, por lo que le dijo al director del museo “perdí toda mi memoria, mi memoria está aquí”.
Un espacio para volver a ser niños y mexicanos
Shimizu afirma tener datos interesantes que compartir acerca de cualquiera de las piezas que exhibe en el MUJAM. Así lo demuestra con la “avalancha” que tiene a un lado, de la que nos explica con emoción que el modelo en cuestión es “un trabajo fenomenal”:
“Tiene una tapa [a modo de cofre], una muesquita para jalarla en [terreno] plano, un asiento más cómodo, la defensa y el freno, porque no todas traían su freno, muchas veces era una tabla con ruedas y ya decían ‘vámonos’”.
Conforme explica, pide a su personal acercar modelos diferentes que, en efecto, presentan una manufactura más simple y, en algunos casos, más riesgosa. “Pero fíjate, se cae [el niño] e imagínate el guamazo… es un golpe mortal; es uno de los juguetes más peligrosos”.
A pesar de esa perspectiva de adulto responsable, don Beto no pierde el gusto por las piezas que colecciona, mucho menos por uno de sus favoritos: los patines del diablo. De este popular vehículo comenta que lo considera “uno de los mejores juguetes mexicanos, servía para jugar o para irse con amigos, hasta nos íbamos al Zócalo en patín”.
Las más de cuarenta mil piezas se distribuyen en nueve salas, en cinco niveles del edificio; el personal del museo recomienda iniciar el recorrido en el quinto piso y avanzar hacia la planta baja. Hay salas dedicadas a personajes o artículos destacados que han dejado su huella en la cultura popular, como Barbie, el perrito Snoopy y King Kong, entre otros.
Junto con las clásicas figuras de los enmascarados de la lucha libre hay piezas como afiches auténticos como antiguos carteles que décadas atrás anunciaban las peleas de estrellas como El Santo y Mil Máscaras.
Sin embargo, el arquitecto y coleccionista prefiere no categorizar las colecciones que integran el acervo del MUJAM, pues dice que es para todo el mundo. Así como vienen niños, vienen grupos de adultos que padecen Alzheimer (sin costo de entrada y con debido acompañamiento).
En cualquiera de los casos, Shimizu logra su cometido como director: recibir al público en un museo que es “de piezas de conversación”. Según aclara, para él “es muy bonito que los papás vengan con los niños y les expliquen la dinámica de cada juguete”.
Dentro del Museo del Juguete Antiguo no hay -ni habrá- placas llenas de información porque la intención de su fundador es dar pie a esas pláticas en que se recuerda y se revive otra época, otro México. No es una meta irreal, pues a los juguetes los acompañan miles de objetos que representan acontecimientos, ideas o creaciones de la mente y vida mexicana.
Es por ello que Beto Shimizu afirma “con los niños podemos recuperar aquí hasta el orgullo de ser mexicano”. No pierde la ocasión de resaltar cómo esta experiencia ayuda a revivir la época en que México producía sus propios carritos, sus propias muñecas.
Sin duda, la creatividad y sentido del humor con que don Beto “amontona” sus piezas cosquillean la imaginación hasta que, sin darnos cuenta, nosotros mismos nos divertimos como lo hicieron alguna vez los niños que estrenaron y disfrutaron estos juguetes.
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“El niño que no juega no es niño”, el festejo de este fin de semana
Más allá de lo social y lo económico, “el arqui” comparte también la emoción que rodeaba al último día de abril. “El Día de las Madres llegó después, pero el Día del Niño -y Día de Reyes- era una fiesta en la escuela”.
Con ese ánimo en mente, alegre, juvenil y mexicanista, el museo organizó una convivencia con Blue Demon Junior para este fin de semana, sábado 29 y domingo 30 de abril, por los mismos cincuenta pesos en que cobran cualquier entrada el resto del año.
¿Quieres visitar el Museo del Juguete?
El Museo del Juguete Antiguo México abre sus puertas de nueve a cinco (lunes a viernes) y sábado y domingo. Ojo, los fines de semana cierran a las cuatro.
Se encuentran a dos cuadras el metro Obrera, en el número 15 de la calle Dr. Olvera, colonia Doctores, CDMX.
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