La curiosa historia de un mesonero y acumulador de los años 20
La curiosa historia de un mesonero y acumulador de los años 20

Los mesones del centro no se encontraban sólo en la calle que llevaba su nombre, también en algunas como República de Perú y de Bolivia. Archivo EL UNIVERSAL.

Texto: Raúl J. Fontecilla

En noviembre de 1926, este diario publicó y dio seguimiento al robo de un mesón en las calles del centro capitalino. El hecho llamó la atención, pues resultaban inusuales tanto el lugar como el dueño y víctima del crimen.

Se trataba del "Mesón San Dimas", propiedad de don Juan García Romero quien por décadas había acumulado en uno de los cuartos toda clase de “chacharitas”. El crimen también era peculiar porque ya era la tercera vez que despojaban al anciano de sus ganancias, de la misma manera.

Esta entrega de Mochilazo en el Tiempo aprovecha la anécdota para recordar algunas de las calles de la colonia Centro que resaltan no por su atractivo turístico, sino por ser ventanas al pasado de la capital.

Los mesones como forma de hospedaje, de acuerdo con el periodista y escritor Héctor de Mauleón, tienen casi 500 años de historia gracias a que el primer mesón de la ciudad se abrió en el año 1525, donde hoy se ubica la calle conocida con el nombre de Mesones.

La curiosa historia de un mesonero y acumulador de los años 20
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Calles como República de Venezuela, en la zona donde tuvo lugar esta zona, presentan descuido y abandono, contrario a las áreas más turísticas de la colonia Centro. Archivo EL UNIVERSAL.

Tres robos al mesón a media noche

El lunes 9 de noviembre de 1926 era la tercera vez que EL UNIVERSAL informaba del robo al mesón de República de Bolivia número 7 por la madrugada, cuyo modus operandi consistía en maniatar al dueño y a su personal. No se trataba de un error ni de simple coincidencia porque, en efecto, el señor Juan García, de setenta años, había pasado por esa experiencia en tres ocasiones.

Mientras don Juan García y sus empleados permanecían amarrados, los ladrones entraron a su despacho y rompieron su escritorio, de donde extrajeron 500 pesos. Para la época era mucho más dinero del que es ahora, pero cuando la prensa supo que en la ocasión anterior se habían llevado 14 mil pesos, se dijo que el mesonero era un hombre rico.

Por supuesto, la persistencia de los ladrones levantó sospechas, en especial porque tras el segundo robo se capturó al aparente cabecilla de las operaciones, el “célebre malhechor” Ceferino Pollán, encarcelado en las Islas Marías desde entonces.

La curiosa historia de un mesonero y acumulador de los años 20
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Arriba, el titular con que se reportó del robo del dinero y el “museo” a los que don Juan García Romero dedicó décadas de su vida. Hemeroteca EL UNIVERSAL.

La evidencia fue concluyente cuando María Ríos, una de las empleadas, declaró haber sido amenazada de muerte por los cuatro criminales que habían alquilado camas como huéspedes normales. Al denunciar la amenaza reveló su complicidad, pues señaló que la matarían por delatar a Pollán.

Por su parte, don Juan García había logrado esa suma luego de años de ahorro, tan sólo por cobrar un peso por noche en una habitación, 50 centavos la renta de un petate, y un centavo por las “velitas de cebo” que vendía a los viajeros que pernoctaban en su negocio.

El “museo de la basura” más grande de las Américas

Al día siguiente, mientras la policía investigaba la escena en su despacho, los periodistas no dudaron en compartir la sorpresa que les causó descubrir “el secreto” del viejo mesonero, al que llamaron “el museo de basura”.

En dos salones, cubiertos por “el polvo de cuarenta años”, se hallaba amontonado un sinnúmero de objetos que tenían un rasgo en común: todos los había recogido don Juan en su paso por la calle, abandonados o perdidos “por si le podían alguna vez servir de algo”.

La curiosa historia de un mesonero y acumulador de los años 20
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El dueño del mesón San Dimas tenía una enorme cantidad de objetos diversos en sus habitciones personales, tantas que es seguro asumir que muchos de ellos fueron pertenencias olvidadas por los miles de comerciantes y peatones que llenan de vida las calles del Centro Histórico. Archivo EL UNIVERSAL.

“Hay candados de todas formas, tamaños y dimensiones, alfileres de seguridad, broches, pedazos de clavo, pedazos de tijeras, botes de hojadelata [sic], cajas de cerillos por centenares, todas vacías, calcetines, ropa interior, revistas viejas…”, narraban los reporteros.

La forma en que había sido posible que tuviera incluso peines de la época de la emperatriz Carlota y postales “del año del caldo”, era el hábito de don Juan de caminar viendo el suelo, recoger lo que se le cruzara en su camino y guardarlo en su despacho.

En palabras de los periodistas era claro que se trataba del “Museo de Basura más notable que existe en las Américas”. No está de más mencionar que en aquel entonces se relacionaba esta conducta con la de un “maniático”, por decir lo menos.

La curiosa historia de un mesonero y acumulador de los años 20
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Don Juan García Romero era lo que hoy llamaríamos un "acumulador compulsivo", que poseyó miles de objetos recogidos a lo largo de décadas de ir y venir por calles como esta, en pleno Centro Histórico, pero de los años 20. Archivo EL UNIVERSAL.

Fue así que llamó la atención de la prensa que alguien tan ahorrador, que contaba con varias casas y un capital de al menos cien mil pesos fuera la víctima de un mismo modo de hurto en tres ocasiones, además de un acumulador ejemplar.

Por desgracia no se le dio mayor seguimiento al robo, a sus involucrados, ni al destino del “museo” que hoy podemos recordar sólo porque la policía de la ciudad le facilitó el paso a nuestros compañeros reporteros, quienes aseguraron que de otro modo el mesonero habría mantenido el lugar en secreto.

Como don Juan, los hoy diagnosticados como “acumuladores compulsivos” del siglo XXI viven su condición a puerta cerrada, muchas veces sin problemas mayores.

El antiguo oficio de mesonero

De acuerdo con los reporteros enviados por EL UNIVERSAL a la escena del crimen, Juan García Romero era “el único tipo que queda de una especie desaparecida”, puesto que su trabajo de mesonero había sido desplazado por los hoteles del siglo XX. Dicho oficio, sin embargo, era de esperarse en vista de que al nacer Juan, su padre había comprado un mesón conocido como Tezontlale, según relató.

Aquel antiguo mesón, en donde más tarde estuvo el Teatro María Guerrero, era famoso porque antes de la llegada del arte escénico, ese rincón del barrio de la Lagunilla era un punto de paso usual para los charros de Cotija y sus mercancías antes de que hubiera ferrocarril en el país.

Al igual que los ganaderos del municipio de Michoacán, famosos por el queso que lleva el nombre de su pueblo, los arrieros que partían a la feria de San Juan de los Lagos se daban cita en el mesón de la familia García Romero, en la calle de Tezontlale, conocida por igual bajo el nombre de calle de Santa Catarina y hoy llamada República de Brasil.

Además de heredar el mesón de su padre, Don Juan García compró otro ubicado en la calle Estanco de Mujeres, que ahora conocemos como República del Ecuador: el Mesón de las Gallinas, donde según se rumora, había trabajadoras sexuales desde siglos atrás.

La curiosa historia de un mesonero y acumulador de los años 20
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Desde 2011 hay un museo a sólo unos pasos de donde estuvo el San Dimas: el Museo de la Mujer, en República de Bolivia 17. Archivo EL UNIVERSAL.

Con los años, don Juan decidió vender ambos mesones y comprar el Mesón de San Dimas, que era su domicilio cuando ocurrieron los robos, en la actual calle República de Bolivia.

En los años entre la Revolución y la Guerra Cristera, los mesones eran la forma de hospedaje predilecta de una minoría, en gran medida por tratarse de una tradición familiar, según observaron los reporteros que entrevistaron a García.

Un hombre y su esposa alquilaron esa tarde una habitación con nada más que petates y una velita de cebo por un peso. Por ese mismo precio podía pagarse una habitación con un colchón y un foco de luz eléctrica, pero para ellos el San Dimas era un sitio seguro porque recordaban que los abuelos del esposo se habían hospedado ahí, por primera vez ochenta años atrás, en 1847.

Hoy ya es inusual encontrar establecimientos que se denominen “mesón”, pero sí que hay “museos de la basura” en al menos tres países: el de Morón, en Argentina, que hace difusión de la consciencia ambiental y los de Nigeria y San Petersburgo, que tienen en común presentar obras de arte hechas con basura.

  1. Fuente: Hemeroteca de EL UNIVERSAL, noviembre de 1926.
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