El Dr. Ramón Puente fue un escritor destacado en la época de la Revolución Mexicana, así como en los años posteriores, gracias a que vivió los sucesos que sacudieron a México recién comenzado el siglo XX. Parte de su fama viene de la amistad con “el Centauro del Norte” Francisco Villa, a quien acompañó en sus campañas militares.
De sus escritos, hoy recordamos la carta que dirigió al una vez gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno. Puente sabía darles un tono pintoresco a sus palabras, y así lo hizo para comentar por qué Jalisco es, en su opinión, un tesoro nacional.
Belleza del paisaje y de su gente
“Haciendo la travesía por el ferrocarril que viene de Manzanillo, después del solitario paraíso que es Colima, se llega a la delicia que es Jalisco”, iniciaba el norteño.
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La escena se dibujaba encantadora: altos cactos “órgano” flanqueando los caminos y cultivos con la confiable yunta de bueyes, en “valles serenos empapados de luz y rancherías coronadas por casonas solariegas”.
Como en referencia a mucho ir y venir, Puente decía que “rodando por aquellos valles” se llega a su capital. Para quien conocía el Distrito Federal, agregó, era difícil no acordarse de popular copla que dice “Guadalajara en un llano, México en una laguna”.
También aseguró que en todo el país no había visto un provincialismo como el de los jaliscienses, en vista del tamaño orgullo que inspiraba la Perla de Occidente en los tapatíos.
No tuvo reparo en compartir un momento de humildad en que se preguntó, sin apuntar a una respuesta sólida, qué le ha ganado a aquella ciudad el título de “la Perla de Occidente”.
Las posibles respuestas que le venían a la mente eran “la dulzura de su clima”, las “caricias” de su “aspecto oriental” y “la gracia de sus mujeres”.
La ciudad era misteriosa y su tierra abundante
La energía nocturna de las calles de Guadalajara llevó al exrevolucionario a declarar que, más que en el espacio, los antiguos edificios de la capital parecían tener su lugar en el tiempo, en siglos lejanos que no decían.
Esa impresión a él lo tenía casi esperando ver un caballero de antaño, a capa y espada, dispuesto a combatir por su honra. Incluso confesó que aún se veía uno que otro galán enamorado, hablando sin parar “con la novia romántica”, bajo las rejas de su ventana.
Por frases como “de día la ciudad es alegre, de noche misteriosa y callada”, se entiende que le fascinaba ver contrastes así, igual que las iglesias plateadas por la luna y sus densas sombras.
El efecto de sus generosas palabras, no se hacía esperar. Puente se esmeró en pintar a Jalisco como un paraíso en la tierra.
Como es de imaginarse, habló satisfecho de la abundancia tapatía, desde el tequila, aquel “vino que no envenena ni quema las entrañas”, pasando por el aroma de sus claveles y jazmines, hasta los quesos de La Barca.
“Todo convida allí a la calma, lo mismo que al placer”, dijo, y pareciera que de paso reveló el secreto de por qué le fascinaba tanto este sitio. Aquí, explicó, hasta la quietud pareciera perder su pulso “para que no se note cómo se desliza la vida con su fatalidad inclemente”.
- Fuente: Hemeroteca EL UNIVERSAL.