Texto: Carlos Villasana
El pasado mes de junio la Ciudad de México presentó importantes protestas de los transportistas capitalinos, que demandaban un alza de hasta tres pesos al pasaje del transporte público. Por su parte, los medios de comunicación, han difundido la inconformidad de los usuarios. Para muchos, no será sorpresa descubrir que la opinión del público es una constante desde hace décadas.
Este 2022, tanto la Jefa de Gobierno como los usuarios coinciden en que la calidad del servicio, por parte del personal del transporte público, sigue siendo pésima en la capital. A inicios de los años cincuenta, hubo un incremento de los accidentes de camiones urbanos y foráneos débido al mal estado de las unidades y a la irresponsabilidad de los conductores, que dejaban a su paso víctimas y heridos.
El fenómeno resultó alarmante y los medios se ocuparon del tema al crear conciencia entre la sociedad sobre esta problemática. Los diarios abordaron el tema en cartones y entrevistas para alertar al público y las autoridades sobre los riesgos a los que se enfrentaban los usuarios todos los días.
Pese a que ya existen regulaciones en este aspecto, aún llega a verse que los camiones suban o bajen pasaje en carriles centrales. Colección Carlos Villasana.
Como parte de ese esfuerzo, aquí les compartimos un texto escrito por Miguel Ángel Rangel que lleva el título de “Hubiera podido ser usted”, y que formaba parte de una campaña de concientización contra los cafres del volante. El texto está basado en el original de una publicación de 1952.
Un día en familia antes del siniestro
“Sí, hubieran podido ser usted y su familia. Ponga atención... parece un cuento, un triste cuento en que los protagonistas son una familía y un irresponsable del volante, de esos que son un verdadero peligro para la sociedad.”, comenzaba el reportaje.
Ajenos a la tragedia que los llenaría de luto, el señor Gregorio y su familia comían alegres durante el día de campo del cumpleaños de Ramoncito, quien minutos después murió junto con su hermana Lupita, por culpa de un cafre del volante. Texto: M.A. Rangel. Colección Carlos Villasana.
El suceso tuvo lugar el domingo 23 de septiembre de 1951, mismo día en que Ramoncito B. L. cumplía seis años. Desde el inicio Rangel señala que sería, también, la fecha en que él y una hermanita suya habrían de perder la vida.
Temprano por la mañana la familia terminaba los preparativos para un día de campo que iban a hacer con motivo del cumpleaños del pequeño. Los invitados a la excursión, Emilio B., Isabel L. (tía del cumpleañero) y su hija Arcelia.
"Florentina, la empleada doméstica, fue a despertar a Ramoncito y como cuelga una bolsa de galletas", dice Rangel. En otros tiempos, se le llamaba "cuelga" al regalo de cumpleaños. El menor salió de su habitación y se reunió con su familia.
He aquí a la señora Angela con sus cuatro hijos. Los dos del frente, Lupita y Ramón, han desaparecido para siempre. Todo debido a la irresponsabilidad de un cafre del volante. Texto: M.A. Rangel. Colección Carlos Villasana.
El niño repartió las galletas, no sin decir: “Te doy una galleta porque hoy es el día de mi santo”, pues se trataba de una costumbre de antaño, regalar alguna golosina a los conocidos el día del santo de uno. La familia habría ido a misa a la iglesia de La Inmaculada antes de partir, de acuerdo con Rangel. El papá del niño, Gregorio, había decidido pasear en Chalco, en el estado de México.
Al llegar a las cercanías de Chalco, buscaron el lugar adecuado, y se quedaron cerca de un árbol donde, además, había un paisaje "muy halagador para la vista".
Al mediodía, los niños, a quienes Rangel nombra como Ángela, Juanito, Lupita y Ramoncito, más los adultos (Gregorio y Ángela, Emilio e Isabel y su hija Arcelia), nueve en total, juntaron leña para una hoguera, en cuyas brasas calentaron la comida que llevaban.
La colisión con un cafre
Rangel indica que cerca de las 15 horas inició el regreso. Emilio, su esposa Isabel, su hija Arcelia y sus sobrinos Juanito, de 13 años; Lupita de 9, y Ramoncito, de 6, abordaron un Ford modelo 34. En un Chevrolet 42 iban Gregorio, Ángela y su hijo Guillermo, de 16 años.
El Ford venía adelante. Por ser modelo viejo, la velocidad no superaba los cuarenta kilómetros por hora. El pequeño Ramón, comenta el autor, "acostado en la parte trasera del Ford que venía adelante, de cuando en cuando enseñaba a sus papás, que venían en el otro carro, sus zapatitos, a través del cristal". Entonces, en cuestión de instantes, vino la tragedia.
"Así avanzaron medía hora, hasta que cerca de las 15:15 horas, vieron salir de una curva que está en el kilómetro 32, de la carretera México-Cuautla, un autobús que a velocidad vertiginosa se salía de su carril e invadía el sentido contrario". Al no verse señales del conductor para controlar a su vehículo, Emilio se orilló en la carretera hasta abandonarla por completo, para dar paso al vehículo descontrolado.
Sin embargo, éste se salió de la carretera también y chocó con el Ford, que salió proyectado varios metros de distancia, y después alcanzó al Chevrolet.
Incluso los antiguos camiones de diseño en metal cedían ante la violencia de accidentes causados por la imprudencia al volante. Colección Carlos Villasana.
La colisión con el Ford, dice Rangel, "fue tremenda". Y no es para menos el calificativo, pues explica que "dentro murieron al instante los niños Ramón y Lupita y los demás ocupantes quedaron heridos de gravedad. Del Chevrolet salieron angustiados los papás de los niños, que fueron a comprobar la horrible realidad de la desgracia ocurrida al Ford y de entre la carrocería extrajeron los cuerpos de los dos niños y los heridos".
Según el autor, minutos después intervino la Policía Federal de Caminos (PFC). El agente en cuestión determinó la "responsabilidad absoluta" del chofer del camión de la línea México-Cuautla-Matamoros y Anexas, A. Pérez Soriano. La Cruz Roja acudió en socorro de los heridos.
Isabel, un menor y Arcelia "estuvieron encamados más de una semana en un sanatorio", mientras que a Emilio lo detuvieron tres días, en tanto se realizaban investigaciones. Gregorio y Ángela, velaron a sus dos hijos y les dieron “cristiana sepultura”, con el apoyo de familias de la zona donde tenían su domicilio.
Peritaje obstaculizado y un héroe inesperado
El agente de la PFC reportó que el camión iba vacio y dictaminó que la culpa era del chofer. Este último, por si el exceso de velocidad fuera poco, iba distraido, platicando con el cobrador.
El delegado de Tránsito Federal en Cuautla, según agrega Rangel, "impuso al salvaje chofer A. Pérez Soriano una multa por diez mil pesos y envió al Departamento de Tránsito Federal un oficio, pidiendo que se apoyara la multa impuesta".
La publicación de 1952 argumentaba que a pesar de tener su propio carril, los camiones mostraban "indisciplina" al usar cualquier sector del arroyo vehicular. Colección Carlos Villasana.
El autor del artículo acierta en decir que "entonces ocurrió algo realmente odioso". El dueño de la línea de camiones echó mano de sus influencias, y logró un “re-peritaje”. Ahí un empleado de oficina dictaminó, pese a la información presentada por el agente que cubrió el accidente en persona, "que la culpa no era sólo del camionero, sino también de los dos tripulantes de los automóviles".
En este “re-peritaje”, tal y como lo expresa Rangel, "se llega al absurdo de dar datos en desacuerdo con los que rindió el propio conductor culpable ante el agente del Ministerio Público, pues lo favorecían más que su propia declaración. Al final, se formuló un croquis que presenta a los vehículos (que no vio), en forma distinta por completo a como los colocó el agente número 104, que sí vio cómo estaban".
Se devolvió el camión tras efectuarse un depósito de 500 pesos y, para colmo, el chofer continuó operando otra unidad, días después de ser puesto en libertad.
Cómico, pero lamentablemente una situación real que no está de más olvidar: los actos ilícitos a los que llegan algunos operadores de las redes de transporte público. Colección Carlos Villasana.
Esta información llegó a los oídos del General de División Antonio Gómez Velasco, fundador de la Dirección General de Policía de Tránsito, quien tomó cartas en el asunto. Al tener conocimiento de la forma en que ocurrió el choque que causó la muerte de dos menores de edad, "ordenó la inmediata suspensión de la licencia del salvaje chofer".
Esa es "la tragedia ocurrida a una familía que fue enlutada por un sujeto irresponsable", como se le describió en su momento, a inicios de los cincuenta. Por supuesto que suena novelesco, casi ficticio, pero fue un hecho real.
“Precisamente porque hubiera podido ser usted, debe hacer todo lo posible por combatir esa corrupción, para que no se solape a los salvajes del volante, y así haya más seguridad para las familias”, concluía la nota.
Que vuelvan los cobradores, piden los choferes…
Los choferes de camiones capitalinos argumentaban que el aumento en las muertes y accidentes en el transporte público respondía al hecho que en varias rutas se les habían retirado a los ayudantes que cobraban el pasaje y que por ello desviaban su atención del volante.
Muchos choferes se encontraban molestos todo el tiempo al tener que estar cobrando ellos mismos, y básicamente se desquitaban con al pasaje de sus problemas. Aquí las entrevistas realizadas a varios choferes en 1952.
Los choferes de camiones capitalinos argumentaban que el aumento en las muertes y accidentes en el transporte público respondía al hecho que en varias rutas se les habían retirado a los ayudantes que cobraban el pasaje y que por ello desviaban su atención del volante.
Muchos choferes se encontraban molestos al tener que cobrar ellos mismos. Algunos comentarios de los conductores en entrevista ilustró la postura:
"El señor Epifanio Ramos dice que no puede ser simultáneamente chofer, inspector y cobrador. A ello atribuye los accidentes." Colección Carlos Villasana.
“Quitar los cobradores es lo peor que pudieron haber hecho” “Uno no puede ser cobrador, inspector y chofer a la vez, y menos cuando hay gente que le paga a uno con un billete y tiene que entregar centavos de vuelto”. Chofer Pablo Hernández, de la línea Vallejo – Hospitales. Colección Carlos Villasana.
“Cobrar el pasaje y manejar el camión, da por resultado haya retraso en los horarios”, dice el chofer Joaquín Salazar. “Para ganar tiempo se requiere mayor velocidad. Aquí residen los accidentes”. Colección Carlos Villasana.
Dicha entrevista concluyó con la idea de que “La autoridad debe poner mayor vigilancia para evitar que los choferes conviertan las calles en pistas de carreras, y que en su vértigo de la velocidad enluten a los hogares”.
Sin embargo, a unos 70 años de la tragedia de la familia del pequeño Ramón y de la polémica por la prohibición de las figuras de cobradores, la realidad es que tanto en la ciudad de México como en el Área Metropolitana los reportes de accidentes viales e inconformidad de usuarios se mantienen como algo cotidiano.
Desde choques sin víctimas mortales hasta peatones y ciclistas que mueren al instante por el descuido de automovilistas, tanto particulares como del transporte colectivo. De igual forma que las quejas de usuarios por conductores que manejan de forma violenta, a veces en competencia por “el pasaje”. Todo suma a las cifras que, de acuerdo con la Semovi, indican que en la capital hay más de cien muertes por accidentes de tránsito tan sólo en el primer trimestre de cada año.
Caricatura de los años cincuenta, en la que se critica las actitudes viales de los conductores de camiones que ponen en riesgo a sus usuarios. Colección Carlos Villasana.
Y es que, aunque las muertes de menores en accidentes de tránsito del primer trimestre de los últimos cuatro años se mantienen como el menor porcentaje por edad, no puede pasarse por alto que las cifras van al alza. De modo que vale la pena recordar cómo las irregularidades en líneas de transporte colectivo pueden dar lugar a tragedias como la de la familia de los pequeños Ramón y Lupita.