Texto: Janet Membrila
“Siempre la llegada de un año nuevo ha sido inquietante. Pero quizás pocas lo serán tanto como la del 1920”, escribió Xavier Sorondo en EL UNIVERSAL.
Ese 1 de enero de 1920 el reportero se preguntaba qué pasaría con México en ese escenario tan confuso, cuando ya se veían próximas las elecciones presidenciales y la Primera Guerra Mundial llevaba poco tiempo de terminar: “casi puedo creer que la guerra está a punto de encenderse otra vez”.
El temor ante la incertidumbre y la curiosidad llevaron a Sorondo, en compañía de un amigo, a consultar a varias pitonisas de la Ciudad de México, mujeres con velos que reciben en sus recámaras a todo tipo de personas temerosas del futuro.
“Hay en la capital pitonisas para todos los gustos. Sus casas, más o menos sigilosamente ocultas, son visitadas diariamente por multitud de personas de todas las clases sociales, y no es raro ver, delante, de la fachada de alguna de ellas, las lacas espejeantes de los automóviles lujosos”.
El precio era alto, las mujeres eran clientas mayoritarias y nunca iban solas a esas visitas. Algunas personas salían más tranquilas de la consulta mística, otras asustadas o más confundidas que antes de entrar.
Ojos colorados
“Sí, señor, aquí vive la Adivina. Toque usted en aquella puerta que está allí... Sin dificultades nos hicieron pasar a una pieza pequeña en la que casi no se distinguían los objetos”.
Xavier Sorondo no fue solo a ese lugar lleno de velas temblorosas, lo acompañaba un amigo aficionado a las ciencias ocultas, quien aseguró percibir al entrar “un continente de dolor que partía el alma”.
“Verán ustedes con qué acierto cita las cosas esta mujer de los ojos colorados…Sí, señor, cuando está adivinando los hechos futuros se le encienden los ojos como brasas”.
Las mujeres que se dedican a predecir el futuro mediante objetos como bolas de cristal o cartas son llamadas “pitonisas” y desde hace más de 100 años estas mujeres cobran porque las personas le adivinen su porvenir.
Los visitantes se inquietaron y no pudieron evitar pensar en las historias de las brujas con ojos de brasas que se ponen chile colorado en los huecos. Aun así entraron a un cuarto pequeño en el que casi no se distinguían los objetos, pero sí las figuras de dos mujeres elegantes.
Después de que el amigo del reportero Xavier Sorondo contara con lágrimas en los ojos que otra vidente le había anunciado que moriría veinticuatro horas después de casarse y obtuvo la seguridad de que eso no ocurriría, comenzaron las preguntas sobre política en el país.
En cuanto el reportero realizó la primera pregunta, la vidente dio un salto y dijo: “Mire usted, yo no sé nada respecto a la política, ni quiero hablar acerca de ella. La política es muy peligrosa ¡hasta para las pitonisas!”.
El escritor insistió por el porvenir de la patria para el próximo año, pero una de las mujeres repetía: “No puedo, eso está muy escuro y no se puede ver nada”.
Un esfuerzo de autosugestión
La siguiente pitonisa a la que visitaron vivía en una calle privada de la colonia Roma, ella se dedicaba a leer las manos, el informador Xavier Sorondo cuanta que en su predicción él vivirá mucho y se volverá a casar cuando enviude porque ya estaba aburrido de su esposa.
“Soy soltero, pero también tengo la seguridad de que me aburriré de mi mujer como la generalidad de los casados”, cuenta el reportero. Después su amigo doctor hace la misma pregunta sobre su enlace y también obtiene la contestación de que morirá antes de las veinticuatro horas siguientes a su boda.
Después surgen, de nuevo, las cuestiones políticas; pero la quiromántica dice que necesitaría leer en las manos de los candidatos, lo que resultó difícil. Es así como, mediante un sueño hipnótico, la adivina relevaría el futuro en México…
Ante la duda de que si habrá paz constante en el futuro, ella asegura que sí, aunque la mujer menciona que “no ve bien en las tinieblas del porvenir”, asegura que “no se notan signos de alteraciones, por lo menos en una forma extraordinaria, en la calma política que vamos a tener”.
En la década de los años 20, las pitonisas se encontraban en las calles Luis Moya y Revillagigedo; amontonadas, entre colchones y cojines de colores chillantes les contaban el futuro a los curiosos que se atrevieran a visitarlas.
Para las elecciones de 1920 los candidatos a la presidencia eran: El general Álvaro Obregón, candidato del Partido Laborista Mexicano; Alfredo Robles Domínguez, del Partido Nacional Republicano y Nicolás Zúñiga y Miranda, candidato independiente.
Los consultores cuestionan a la mujer cómo ve al siguiente candidato triunfante, le preguntan si está vestido con uniforme de militar, con traje civil o bien con chaqueta de diplomático, “No veo claro”, dice la pitonisa, “¡Haga usted un esfuerzo!”, suplican los clientes.
El amigo doctor pregunta si ¿el presidente será un señor alto, flaco, con grandes anteojos amarillos, o bien otro chaparrito, un poco prognata [de mandíbulas salientes], y que trae un bastón?
Xavier Sorondo cuestiona: “¿Ve usted si les pagarán a los maestros en el futuro?”, la vidente despierta y responde que no quisiera amargarles la fiesta de año nuevo a los docentes. La pitonisa se niega a dormir y los clientes salen.
Afuera hay un perico que se ríe a carcajadas. El reportero cuenta: “A mí me parece —no sé si será sugestión—que sus grandes risas tenían, como los rugidos de los leones de Lugones en las ciudades malditas, ‘un pavor de Eternidad’”.
En las páginas de EL UNIVERSAL ILUSTRADO del año 1935, se contaba que los policías debían vigilar las actividades de estas mujeres adivinas que llegaban en “tribus nómadas” hacia ciudades, pueblos y rancherías “siempre en pos del hurto”.
Una mujer de acento gitano
La última pitonisa a la que visitan, como las demás, los recibe en su habitación; la mujer es una extranjera alta, fornida, en su cuello tiene numerosas cuentas de colores y las cartas van y vienen entre sus manos gordas.
A la primera pregunta relacionada con el porvenir nacional, la vidente se excusa diciendo que es extranjera y que por lo mismo no puede opinar. Es inútil insistir.
En resumen: estas señoras videntes, no ven mucho que se diga en las profundidades astrales. El reportero Xavier dice: “Sus artes consisten en acechar el punto débil del cliente, que, por lo general, es una mujer enamorada. Encontrándolo no tienen mayores dificultades para convencerlas de que adivinan”.
Unas revelan que a los hombres no les dicen nunca cuando sus esposas los engañan por temor de que las asesinen, en cambio a ellas sí se los confiesan. “Tienen tan mala opinión de nosotros los hombres, aún las cartomancianas, que dan por hecho que todos engañamos” se queja el escritor.
Ninguna pitonisa profetizó sobre la política nacional para el próximo año de 1920, por ello él jura que no volverá a consultar a las “sacerdotizas de los templos de Delfos…de esta capital”, no vaya a ser que sus presagios sobre él sí se vuelvan realidad.
Sin embargo, las personas que se dedican a predecir el futuro no siempre mostraron impedimentos para hablar sobre política; en el libro 2012 las profecías del fin del mundo el astrologo Federico Samaniego anticipaba que para ese año el Partido Revolucionario Institucional (PRI) regresaría a gobernar con Enrique Peña Nieto y que sería “desastroso”.
Para el astrologo, en el año 2018 el nivel de violencia sería “monumental” y “un candidato civil de izquierda ganará las elecciones”, hechos que de alguna manera se cumplieron.
En México ocho de cada 10 personas confían más en la fe que en la ciencia y cuatro de cada diez consultan su horóscopo o carta astral, de acuerdo con la última Encuesta Nacional sobre Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México realizada en 2005 por el Inegi.
El porvenir es incierto, es por ello que desde tiempo ancestrales la gente recurre a diversas prácticas adivinatorias, muchas veces cuando no encuentra respuesta a sus problemas o inseguridades.
La foto principal corresponde a la primera plana de EL UNIVERSAL del 1 de enero de 1920.
Las imágenes del antes y después son de una mujer adivina de 1920 y de la astrologa Giovanna Flores en 2011, respectivamente.
Fuentes:
- Archivo y Hemeroteca de EL UNIVERSAL
- El UNIVERSAL Ilustrado
- 2012 las profecías del fin del mundo, de Laura Castellanos.