Desde hace 70 años asociaciones civiles y médicas se unen cada último domingo de enero para visibilizar y combatir el “mal de Lázaro”. En 1954, la Organización Mundial de la Salud estableció el Día contra la Lepra como estandarte de la lucha científica y social por erradicar tan temido patógeno.
De acuerdo con nuestras fuentes, México se enfrentó a la lepra tras la llegada de conquistadores españoles, pero durante mucho tiempo se ignoró el impacto de esta enfermedad en la población.
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Hasta los años 20, leprólogos y especialistas realizaron el primer ejercicio estadístico para cuantificar los contagios por lepra y conocer las condiciones de vida de los convalecientes, con el fin de establecer un verdadero plan de erradicación contra esta enfermedad. Grandes cosas se lograron desde ese censo, con mejores praxis y medicamentos.
Lo que se sabía del “mal de Lázaro”
De acuerdo con Obdulia Rodríguez, en su texto La lucha contra la lepra en México, durante el siglo XIX, las autoridades médicas asumieron este padecimiento como una enfermedad hereditaria, lo que retrasó cualquier pronta acción que previniera su contagio entre habitantes.
Para comienzos del siglo XX, se acentuó la emergencia sanitaria por condiciones infectocontagiosas como oncocercosis, tuberculosis y lepra, por lo que surgieron foros y convenciones internacionales para buscar tratamientos efectivos y combatir la desinformación sobre los patógenos.
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En la convención de noviembre de 1927, en Brasil, se recopiló un folleto informativo para las autoridades médicas interesadas en el también llamado “mal de Hansen”, nombrado así por Gerhard Hansen, quien descubrió la bacteria responsable de la lepra.
Los especialistas brasileños mencionaron los síntomas de alerta: fiebre, sudores, somnolencia, jaquecas, neuralgias y evidentes manchas en piel. Las anomalías cutáneas podían ser rojas, blancas o hasta moradas, pero su distinción sería la pérdida de sensibilidad y un persistente hormigueo.
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De acuerdo con aquel folleto informativo, que llegó a médicos mexicanos como fuente de apoyo, en la etapa más avanzada de lepra se observaron tumores endurecidos o tubérculos leprosos, además de heridas severas, úlceras, y caída de uñas y dedos, consecuencia mutilante de la enfermedad.
Poco a poco, este mal se posicionó como un asunto urgente de salubridad pública en México y se perfeccionaron las medidas sanitarias para combatirlo.
Primer censo de lepra, esfuerzo del doctor González Urueña
Uno de los especialistas mexicanos más importantes en la lucha contra la lepra fue el dermatólogo y catedrático, el doctor Jesús González Urueña.
Su intención de erradicar el patógeno de Hansen tuvo sus primeras victorias desde 1921, cuando logró que el Departamento de Salubridad y Asistencia Pública hiciera obligatoria la notificación de casos leprosos, pues para ese momento, ni médicos o pacientes tenían el deber de informar su desafortunado diagnóstico a las autoridades.
El dermatólogo y también director interino del Instituto de Higiene continuó con sus planes contra la lepra y para el 26 de enero de 1925 –hace 99 años– obtuvo la autorización para realizar un censo nacional que proyectara el impacto del mal cutáneo en México.
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El doctor Bernardo J. Gastélum, entonces jefe del Departamento de Salubridad y Asistencia Pública, declaró que “no podrá resolverse un problema de higiene pública en forma realmente eficaz si no se conocen antes los factores que la integran y la proporción en que se combinan”, panorama que lograron visualizar con el censo nacional.
El proyecto de González Urueña se acopló con el Departamento de Estadística Nacional y el Departamento de Salubridad, para recopilar datos y observaciones de todos los médicos mexicanos, así como de instituciones hospitalarias municipales y estatales. Todo el proceso tomó dos años, desde enero del 25 hasta el mismo mes de 1927, cuando se publicaron los resultados.
Para su realización colaboraron mil 350 médicos de consultorios privados, hospitales civiles y militares, asilos, correccionales, albergues de ciegos y sordomudos, centros de beneficencia, sanatorios y laboratorios, aunque la convocatoria tuvo una reducida respuesta entre profesionales de la salud, pues se estima que debían ser más de 3 mil participaciones.
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La información sobre “lazarinos” se recibió a través de un cuestionario de 20 preguntas, considerando número de leprosos que el médico trató en el último año; casos de tipo nodular, tuberculosa, nerviosa o mixta; rango de edades; sexo y estado civil de los pacientes.
También se cuestionó a qué edad se presentaron los primeros síntomas; lugares donde vivieron; transmisión por contagio o herencia; condiciones de vida; casos de familiares enfermos con el mismo padecimiento; hospitalizados, en domicilio o en aglomeración; alimentación; estado de las lesiones; estimación de casos no confirmados y observaciones adicionales.
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Todos los resultados se publicaron en un amplio reporte titulado Primer Censo de la Lepra. La recopilación estadística arrojó mil 450 casos confirmados en México; así, dentro de una población nacional de 15 millones, había 1 leproso por cada 4 mil 797 habitantes, índice reconfortante, pero incompleto dado que no todos los convocados compartieron sus datos.
Poca participación de médicos en el censo de lepra
Además de la necesaria proyección de contagios, el Primer Censo de la Lepra evidenció la postura poco accesible de profesionales de la salud y gobiernos estatales.
En el reporte del Departamento de Salubridad no se expusieron los motivos o razones por las que muchos médicos e instituciones no colaboraron, pero sí se divulgaron sus nombres junto a la nota “no contestó a pesar de la insistencia”.
Sobre la información específica por estados, entidades como Aguascalientes o Baja California tuvieron bajos niveles de contagio con sólo 12 y 18 leprosos, respectivamente, pero la mínima respuesta de sus médicos hizo cuestionable tal índice, con menos del 40 por ciento de los cuestionarios disponibles.
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Entidades como el entonces Distrito Federal o Jalisco tuvieron números poco favorecedores. En la capital se contabilizaron 226 leprosos, 1 por cada 2 mil 970 habitantes, aunque el índice fue incierto por el bajo número de respuestas, pues sólo 216 médicos contestaron de los 528 solicitados.
El estado jalisciense tuvo la mayor cantidad de enfermos de todo el censo con 237 casos, 1 por cada 2 mil 152 habitantes. El panorama no pintó bien para la entidad, pues se estimó que podría haber 1 leproso por cada mil pobladores –más del doble de contagiados–, además de tener un bajo índice de colaboración, con sólo 92 profesionales dispuestos a dar sus datos, de los 225 convocados.
En un mejor panorama estuvo Tabasco, con apenas 2 casos registrados, 1 por cada 59 mil 805 habitantes. Lo mejor de esos números fue la confiabilidad del resultado, pues tuvieron el nivel de colaboración más elevado de todo el país, con 21 médicos que participaron, de los 22 disponibles; fue un 95% de respuesta y un bajísimo índice de contagio.
El Estado de México también mostró números favorecedores con 8 casos de lepra y una proporción de 1 contagio por cada 42 mil 816 mexiquenses. Oaxaca confirmó 5 pacientes “lazarinos”, 1 por cada 15 mil 269 habitantes.
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La entidad que se llevó todos los aplausos fue Tlaxcala, único estado del país con cero contagios. 11 de sus 15 médicos participaron en el cuestionario, asegurando que la lepra no era un tema sanitario en su territorio.
Aceite de chaulmoogra, remedio natural contra la lepra
Para el momento del primer censo sobre lepra, especialistas y ciudadanos ya conocían un remedio natural para curar el terrible “mal de Lázaro”. Proveniente de la India, el aceite de chaulmoogra tuvo buenos resultados contra el patógeno, pero también algunos efectos secundarios.
En las páginas del 29 de junio de 1918, EL UNIVERSAL informó sobre los intentos científicos para perfeccionar una cura contra el patógeno de Hensen. Según esa edición, en la India se suministró un compuesto de ginocardato y chalmugrato por vía intravenosa a pacientes leprosos, logrando que un 50 por ciento de los convalecientes se librara del mal después de dos años.
Un año después, en su edición del 18 de septiembre de 1919, esta casa editorial confirmó los beneficios del aceite de chaulmoogra, aunque también destacó los molestos síntomas intestinales que devenían de su uso, lo que fomentó una mayor investigación para extraer la sustancia útil de la planta asiática y eliminar sus efectos secundarios.
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EL UNIVERSAL reportó el 25 de noviembre de 1930 sobre las investigaciones en un leprosario de Washington, Estados Unidos, donde se experimentó con presentaciones modificadas de chaulmoogra. Algunos “lazarinos” recibieron el líquido en su estado crudo y directo en lesiones, otros destilado por vía oral y el resto aceptaron un compuesto inyectado.
En enero de 1912, el mismo doctor Jesús González Urueña publicó en la Gaceta Médica de México su testimonio con el uso de dicho aceite en un infante leproso de 10 años que ya tenía casi toda su infancia con el triste diagnóstico.
Según el dermatólogo, la lepra era “segura sentencia de muerte” y más cuando se recurría a remedios tan “estrambóticos como el marfil, grasa de pantera, orina de burro, carne de cocodrilo”, por ello difundió su positivo resultado con tal recurso natural.
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González Urueña ejecutó un tratamiento intermitente con el aceite de chaulmoogra, aplicándolo sobre lesiones o ingerido por cápsulas, aunque destacó que el sistema digestivo reaccionaba con severo rechazo –vómito o diarrea– y que sus aplicaciones cutáneas eran en extremo dolorosas.
El especialista afirmó que los molestos efectos secundarios motivaron a varios leprosos a huir del aceite, aunque su efectividad siempre estuvo bien documentada. En su reporte de 1912, el doctor González Urueña confirmó la curación total del niño de 10 años, después de casi 20 meses de tratamiento y asistencia; sus tumores cicatrizaron y no presentó nuevos brotes cutáneos.
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Una década después, en julio de 1922, otro experto en dermatología, parasitología y gastroenterología, el doctor Esteban Pous Cházaro, publicó su investigación La lepra en México, donde abordó con escepticismo el uso del prometedor aceite asiático.
“Hemos visto emplear el aceite de chaulmoogra y todos sus derivados sin haber obtenido resultados positivos en lo que a curación respecta”, aseguró el médico, aunque recomendó continuar con su uso por si tenía un efecto curativo más adelante.
Pous Cházaro recapituló otros remedios contra la lepra como el ácido fénico, de propiedades antisépticas que generaron un efecto placebo; mangle rojo, con componentes antiulcerogénicos, suspendido desde 1910 sin motivos confirmados; tártaro emético para la cicatrización de úlceras; y el ictiol, compuesto de amonio que ahora se usa para psoriasis y dermatitis.
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Un punto importante que Pous Cházaro destacó en La lepra en México fue que esta enfermedad contagiosa podía tener periodos de estancamiento y hasta ligera desaparición, pero se debía a la misma naturaleza del patógeno, no por un exitoso resultado de la medicación. “Podríamos atribuir a un medicamento lo que no es más que algo normal en la evolución del padecimiento”, sostuvo.
El uso de remedios naturales o improvisados se sustituyó en los años 50 con el descubrimiento de las sulfamidas. A la par de los medicamentos, se recurrió al aislamiento severo de los “lazarinos”, limitando sus actividades, enviándolos a sitios sin condiciones sanitarias adecuadas y, en ocasiones, tratándolos como prisioneros de máxima peligrosidad.
Para el 3 de enero de 1930, se logró la publicación del Reglamento Federal de Profilaxis contra la Lepra, con censos obligatorios para monitorear el número de contagios cada 5 años, un tratamiento riguroso y el –poco adecuado– aislamiento de leprosos.
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Este padecimiento continuó alterando a mexicanos por varias décadas más, mientras que en algunos centros se ignoraba la dignidad de los convalecientes. Aun así, el primer censo de lepra sentó un gran precedente para mejores estrategias públicas en el combate de enfermedades infectocontagiosas.
La bacteria Mycobacterium leprae se replica pocas veces por semana, por lo que la presencia de síntomas graves podría tardar años después del contagio inicial. Además, es uno de los pocos microorganismos nocivos para el humano que no puede cultivarse en laboratorio. Fuente: YouTube.
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Revisión del Archivo Histórico de la Secretaría de Salud
- Arenas, R. (s.f). El Profesor Latapí y la abolición de las leyes drásticas contra la lepra en México. En Diecisiete.
- Autores Varios. (1927). Primer Censo de la Lepra. México: Departamento de Salubridad Pública.
- González, I. (2010). Aislar y vigilar, la campaña contra la lepra en México 1930-1946. México: UNAM.
- González, J. (Enero 1912). Dermatología, un caso de tratamiento de la lepra. México, DF: Gaceta Médica de México
- Núñez, R. (1953). La lepra en la República Mexicana en 1952, algunos datos geográficos, históricos y epidemiológicos. México, DF: Gaceta Médica de México.
- Rodríguez, O. (2003). La lucha contra la lepra en México. En Revista de la Facultad de Medicina.
- Torres, E. & Vargas, F. & Atoche, C. & Arrazola, J. (2011). Lepra en México, una breve reseña histórica. En Dermatología.
- Vélez, D. (Octubre 1933). Resumen de lo que México ha hecho, hasta la fecha, como defensa contra la lepra. México, DF: Gaceta Médica de México.