En la colonia Ampliación Daniel Garza, al norponiente de la capital, antes conocida como Antigua Villa de Tacubaya, una de las instituciones educativas emblemáticas de los alrededores del barrio es, sin duda, la Escuela Primaria “El Pípila”, ubicada en la avenida de los Constituyentes esquina con Electrificación.
También podemos mencionar algunas otras escuelas que son importantes en esta zona colindante con la colonia Tacubaya, como la primaria Justo Sierra, frente a la Alameda de Tacubaya; la República de Costa Rica, sobre la avenida Vicente Eguía, en la San Miguel Chapultepec, o la Àngel Anguiano, que estuvo en el lugar que más tarde ocupó el Observatorio Astronómico Nacional.
Pero hoy hablaremos de la Primaria “El Pípila”, cuyos orígenes se remontan a una iniciativa que, basada en la idea arquitectónica del funcionalismo y por los principios higienistas del primer cuarto del siglo XX, formó parte de un conjunto de escuelas construidas a finales de los años 20 y que se les llamó Escuelas al Aire Libre.
En entrevista con este diario, el ex alumno de la Primaria “El Pípila”, hoy maestro en Historia y encargado de las visitas guiadas en la Hemeroteca Nacional de México, Juan Pedro Galván Gómez, afirma que la idea de las escuelas al aire libre se toma de una iniciativa médica desarrollada en Europa, la cual planteaba la necesidad de que los salones de clase fueran iluminados y suficientemente ventilados.
Si bien la idea tiene una influencia europea, en México fue una propuesta para la necesaria construcción de escuelas de bajo costo. La marginalidad del barrio de la hoy Amplicación Daniel Garza, antes llamada Antigua Villa de Tacubaya, y sus comunidades adyacentes fue la razón para ubicar ahí una escuela; las áreas abiertas para iluminar y airear implicaron que los salones pudieran prescindir de una o más paredes.
La idea no era descabellada, pues baste recordar la escuela de la Fronda que, de acuerdo con información en línea del SNTE y de la CNDH fue la primera escuela al aire libre del país en 1917 en Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Ahí el maestro normalista Lauro Aguirre incorporó la educación física y fomentó el conocimiento de ciencias naturales a través de la enseñanza agrícola.
Asimismo, este tipo de escuelas tenía implícito el objetivo de llevar la alfabetización a las zonas marginales de la Ciudad de México, así como despertar el interés por asistir a ellas e infundir en las comunidades el trabajo colectivo para mejorar sus condiciones de vida.
El maestro Galván Gómez dice que la escuela El Pípila, inaugurada el 30 de mayo de 1926, fue considerada como la de mejor ubicación, construida en un terreno triangular aledaño al Bosque de Chapultepec.
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Los desniveles que presentaba el terreno representaron un mayor costo en su construcción; sin embargo, todo se aprovechó para darle un aspecto más agradable al adosarle escaleras y rampas. Una característica particular fue una fuente ornamental sobre la que se apreciaba una pintura mural.
Esa descripción pertenece a la primera construcción de la primaria, la actual edificación corresponde a un diseño del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez del año de 1951.
Lo anterior, en razón de que la construcción original de 1926 fue derrumbada y se reconstruyó en 1951, debido a que el edificio era muy rústico y al final poco apropiado para las ideas educativas y de construcción de escuelas que predominaron en la segunda mitad del siglo XX.
Con el tiempo la construcción de 1951 tuvo varias modificaciones que han mermado su superficie. La escuela cuenta con un corredor de acceso con jardineras altas, a cuyo pie hay unas bancas de concreto y del lado contrario, un jardín hoy día recortado por modificaciones viales.
Las aulas son dos grandes secciones arquitectónicas mediadas por un amplio patio de recreo que, tiempo atrás, adornaban jardineras con altos árboles. Hace varios años la primaria contaba con un amplio espacio que le permitía tener dos canchas de futbol que más tarde le fueron suprimidas, lo que restó áreas de esparcimiento a los educandos.
La escuela primaria El Pípila, es en realidad, un complejo escolar que se compone de un Preescolar que está sobre el Anillo Periférico, una escuela primaria conocida como “El Pípila Verde” y nuestra escuela en mención, “El Pípila Azul”. El color responde al tono de la pintura que tiene cada escuela.
Sin embargo, la más reconocida, por su visibilidad, es la Azul, pues su entrada se ubica sobre la avenida Constituyentes y se puede observar, actualmente, desde la entrada al desnivel que cruza el periférico o la salida del metro, visibilidad que era mayor hasta antes de ambas construcciones, pues parecía que estaba en lo alto de una loma.
Este es el frente que da a la avenida Constituyentes y hace esquina con Chivatito que se convierte, al cruce, en Parque Lira. Este era el lugar en donde hacían parada los autobuses que se conocían por su ruta: Constituyentes-Puerto Aéreo y Chorrito-Montaña Rusa, transporte que, en algunas ocasiones eran abordados por los alumnos a la hora de salida con rumbo a la colonia América y 16 de septiembre.
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Cabe resaltar que los cubos de los dos edificios que componen la institución educativa están cubiertos por pinturas murales que, al parecer, fueron pintados por el profesor Marcelo Canul, maestro egresado de la Escuela Normal Rural Justo Sierra, del estado de Campeche.
El reloj “marciano” y ganarle al tren, entre otros recuerdos
La escuela se ha trasformado por necesidades y distintas visiones que sobre la educación se han desarrollado pero, seguramente, en la memoria de las distintas generaciones que han pasado por ella, quedan las imágenes que a cada una de ellas les tocó vivir.
No obstante, lo más sobresaliente y que ha tenido repercusión en el cambio de El Pípila, dice, “es la modificación del entorno, pero que se puede revivir a través del recuerdo de una caminata desde casa a la escuela”.
Juan Pedro recuerda que “la primaria El Pípila tenía dos turnos y siendo la una de la tarde, era la hora de prepararnos para salir, veinte minutos eran suficientes para que llegáramos los alumnos del vespertino”.
Tomar la avenida Constituyentes desde la colonia América o la Daniel Garza, era suficiente para llegar. Caminar frente a la entrada de la segunda sección de Chapultepec, era lo cotidiano, no sin antes pasar por las marmolerías que estaban frente al Panteón Dolores.
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“Bajo el sol, recorríamos una gran barda que era la de la lechería Sierra Hermosa, cuya insignia era una vaquita en su esquina superior y que durante muchos años fue la referencia para pedir la bajada del transporte público con tan solo decir ´bajo en la vaquita´ “, recuerda el historiador.
Actualmente, el predio lo ocupa un edificio de oficinas marcado con el 245, luego estaba la Flor de Chapultepec, fonda muy concurrida junto a la paletería que calmaría nuestro caluroso camino en alguna ocasión.
“Pasábamos corriendo la calle en cuya esquina estaba la farmacia de Nuestra Señora de los Lagos, en la que atendía don Pedro, siempre atento a dar algún remedio a las dolencias”, recuerda Juan Pedro.
La carrera continuaba, pues se hacía tarde, el silbato de la FANAL (Fabrica Nacional de Vidrio), hoy Museo El Papalote, llamaba a continuar la faena, y a los estudiantes de El Pípila, a apretar el paso.
“Para ello nos auxiliábamos de un reloj que nos parecía muy extraño, ´el reloj marciano´, que en realidad era el checador de una fábrica ubicada en el triángulo en el que hoy está asentado el centro cultural conocido como “Faro”.
Juan Pedro recuerda que aún con el apremio, ”podíamos pasar a comprar una fritura de la marca Cazares, en el mismo lugar de su elaboración”.
La marcha de zacatecas para ir a los salones y los inolvidables maestros
Apresurar el paso se hacía urgente, pues el tren podía obstaculizar su paso para cruzar el periférico y entonces debían ir por el paso peatonal elevado, subir, bajar, correr al costado de la sala de espera de la maternidad Maximino Ávila Camacho, con aroma a esperanza y felicidad.
Cuando por fin llegaban ante la puerta de la escuela, ya no podían detenerse a comprar una nieve del señor Limón, eso será a la salida, por lo pronto, ahora era necesario ganarle al señor Medina antes que cerrara la reja de la escuela.
“Ese era el panorama de la mayoría de niños que asistíamos a esta primaria, al menos por las tardes de los primeros años de la década de los 70. Una vez dentro de la escuela, en la fila, se escuchaba la Marcha de Zacatecas con la que avanzábamos a los salones”, comparte Juan Pedro.
Los maestros al frente, el maestro Altamirano, decano de los profesores y egresado de aquí mismo, los maestros Rosendo con su enérgica actitud, Guillermo con su actitud paciente y amigable; las maestras Emma, siempre con los más pequeños, Oralia, las recién egresadas María Félix y Esperancita y la querida Eulalia Guadarrama.
Algunos hechos que podemos considerar relevantes en la historia de la escuela son la adición de la comunidad a la valla de honor para despedir a uno de los más importantes pedagogos del siglo XX mexicano, Gregorio Torres Quintero quien falleció en el año de 1934 y de esta manera nuestra escuela lo despidió en su camino al Panteón Dolores.
Seguramente, momentos después, aquellos niños se integrarían a sus actividades, entre las que seguirían aprendiendo la lectura y escritura con el Método Onomatopéyico desarrollado por dicho profesor. Qué mejor homenaje.
Pasado el tiempo, hoy la relación que existe entre los alumnos y la escuela, estriba en que varias generaciones de las mismas familias del rumbo, fueron alumnos. La o el abuelo, la madre o el padre y ahora los hijos asisten a esta primaria.
“En mi caso hermanos mayores, hermano menor y sobrinos son exalumnos e incluso Mary, mi sobrina, fue docente de este plantel”, afirma nuestro entrevistado.
Queridos profesores, entre ellos la madre de Dolores Olmedo
María Dolores Patiño, madre de Dolores Olmedo Patiño, fue una de las primeras cinco maestras egresadas de la Escuela Normal para Señoritas y fue también fundadora de una de las primeras escuelas primarias al aire libre -El Pípila- cuando el papel de la mujer se relegaba al hogar.
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Frente a la escuela El Pípila se ubicó, durante muchos años, la residencia oficial de los presidentes de México, la llamada Casa de los Pinos. Por ello, la escuela fue asignada para montar dentro de ella la casilla para que los presidentes de México emitieran su voto.
Juan Pedro dice que “no puedo afirmar que ahí lo hiciera Don Lázaro Cárdenas, pero sí desde Adolfo López Mateos hasta Enrique Peña Nieto, por lo que, durante muchos años fue centro de atención de significativas jornadas electorales”.
Hoy solamente queda en el recuerdo el paso del tren a unos metros de la escuela El Pípila, el vendedor de barquillos, la sala de espera de la maternidad, cuya puerta abierta nos permitía mirar los cuneros con, tal vez, las siguientes generaciones de nuestra escuela.
Hoy, el camino de la casa a la escuela, es sólo un largo corredor de automóviles que en su vertiginoso ir y venir deja en el anonimato a las personas y a sus actividades, personas y actividades que, junto con el edificio escolar, formaron alguna vez el entorno de las pasadas comunidades de El Pípila.
- Fuentes:
- Juan Pedro Galván Gómez, ex alumno de la Primaria “El Pípila”. Maestro en Historia y encargado de las visitas guiadas en la Hemeroteca Nacional de México.
- Galván Gómez, Juan Pedro, “Edificar la educación. Escuelas al aire libre de la Ciudad de México (1925-1927), ponencia Colegio de Pedagogía, UNAM, 2016. (Original mecanográfico).
- Schavelzon, Daniel, “Vicente Mendiola = Escuelas al aire libre (1926-1927).