Cuando vemos un monumento nos recuerda algún hecho histórico de personajes que por su heroísmo merecen ser recordados de generación en generación. A decir de la historiadora y antropóloga Eva Martínez Román, para comprender mejor estas edificaciones se debe analizar el contexto histórico y político durante el cual se construyeron.
“Tendemos a ver los monumentos anacrónicamente, cuando hay que verlos en su preciso momento de construcción, porque ahí es donde se comprende su intención política y social, ahí es donde se comprende el inmueble, edificio o monumento en cuestión. Responden a un discurso político de un momento determinado que puede cambiar según las épocas, pero sin olvidar el sentido inicial con el que fue construido”, afirma.
En entrevista con Mochilazo en el Tiempo para hablar del monumento, mito y hasta culto a los Niños Héroes, considera primero lo que deben saber las nuevas generaciones: que la Historia tiene un uso político y social, que todas las sociedades inventan su pasado lleno de héroes y mitos y que el pasado no es un libro que ya tiene escrita la última palabra, la Historia siempre estará abierta a discusión y a nuevas miradas, perspectivas y enfoques.
El acercamiento a la Historia siempre responde a intereses en el presente. El pasado se retoma una y otra vez para legitimar, justificar o manipular políticamente ciertas acciones en el presente. Sin embargo, aunque los historiadores no nos salvamos de acercarnos al pasado por un interés en el presente, los investigadores especialistas en esta disciplina, tenemos la obligación de tratar de ver con la mayor seriedad posible los hechos, tratando de probar todo con documentos y fuentes.
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En el caso del monumento a los Niños Héroes de Chapultepec, afirma que sí eran niños y sí fueron héroes. No se trataba de delincuentes encerrados en una correccional, no estaban alcoholizados como se ha llegado a decir sin fundamento alguno. Tampoco fueron una invención.
Existen los registros de estos cadetes y sabemos también por documentación que Nicolás Bravo les dio la orden de abandonar el castillo ante la eminente derrota que se aproximaba con el avance estadounidense sobre Chapultepec, pero ellos decidieron permanecer para intentar defenderlo. Es innegable que esto fue heroico.
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Así por ejemplo, la historiadora Guadalupe Lozada de León escribe que aquel 9 de agosto de 1847, Guillermo Prieto escribió en sus Memorias de mis tiempos, que tanto los más ricos, “que ofrecían a sus hijos para la defensa”, como el pueblo entero acudieron al llamado de la instalación de la Guardia Nacional.
Según esta misma historiadora, Santa Anna permitió la entrada de los estadounidenses a la ciudad de México para que se hicieran de pertrechos, lo que causó la ira popular en los capitalinos.
José María Roa Bárcena cuenta que ante esta situación, “el pueblo comenzó a gritar mueras al invasor y a Santa Anna, a quien calificaba de traidor”. Por su parte, Antonio García Cubas recuerda en México de mis recuerdos que los días 12 y 13 de septiembre hubo bombardeos seguidos durante 14 horas.
Eva comenta que estos cronistas nos dejaron cuadros muy claros y dramáticos sobre cómo se hallaba la ciudad de México días antes, durante y después del ataque al Castillo de Chapultepec por el ejército norteamericano.
Por estos cronistas podemos conocer la premura con la que se decidió convertir un puesto de sangre, que se había habilitado en San Pablo -La Merced-, en todo un hospital para atender a los soldados heridos.
Por ellos podemos conocer también el clima de miedo, incertidumbre, rabia e indignación que se vivió aquellos días en la ciudad, de cómo se solidarizó la gente común para enfrentar con lo que fuera, rocas, palos, etc., al enemigo invasor, de la lluvia de piedras y ladrillazos que desde las azoteas de todas las casas recibieron los soldados estadounidenses al entrar a la capital y de cómo quedó la ciudad los siguientes días, sin piedras en el suelo, ya que habían sido arrancadas para tener armas con qué atacar a los estadounidenses.
Todo esto nos habla del grado de indefensión y desesperación en el que se encontraba la ciudad para hacer frente a la imprevista guerra y el valor, en general, que tuvo la sociedad capitalina para intentar resistir semejante amenaza y afrenta.
Así nació el reconocimiento y la leyenda de estos jóvenes héroes
El testimonio más antiguo que tenemos es el libro Apuntes para la Historia de la guerra entre México y los Estados Unidos. En este texto aparecen por primera vez los Niños Héroes en la pluma de Guillermo Prieto, quien escribió que los alumnos del colegio militar defendieron el castillo.
La formación de la leyenda está estrechamente vinculada a la invención de lo que Alfredo Ávila denomina como una “tradición” que, como tal, debe estar sustentada en una historia mítica y debe tener también un ritual, en este caso un rito cívico.
Así, cuando se impulsa la laicidad en el periodo post-revolucionario, las fiestas a los santos patrones son reemplazados por los festejos patrios y las conmemoraciones cívicas, pero en el fondo la función, la experiencia y vivencia social del ritual religioso y cívico no cambiaron mucho. Los héroes patrios se rodearon de un aura de santidad y la preservación de su memoria y honra se convirtió en una especie de culto.
Al principio no se quería ni recordar la invasión estadounidense
Ahora bien, ¿cómo se formó esta tradición y cómo se fue construyendo la memoria de los que posteriormente fueron llamados “niños héroes”? Según Gerardo Díaz, los años siguientes a 1847, nadie quería recordar lo sucedido tras la invasión estadounidense, si algo mínimo se hacía era tan solo para recordar a los oficiales caídos, pero no a los cadetes.
Miguel Miramón sería el primero en recordar en 1851 a sus compañeros del colegio militar. Sin embargo, el hecho de que años después Miramón estuviera del lado de Maximiliano, terminó por eclipsar en la historia oficial su participación como cadete del castillo contra los invasores estadounidenses.
Eva nos cuenta que ya veteranos, los cadetes sobrevivientes del Colegio Militar formaron poco tiempo después una asociación que dignificó el recuerdo de sus colegas caídos. Pronto se cotejaron en listas y registros del Colegio Militar los nombres de algunos cadetes como Agustín Melgar y Vicente Suarez. Luego aparecieron los nombres de Francisco Montes de Oca, Juan Escutia, Juan de la Barrera y Francisco Marquez y se relacionaron con los anteriores.
Sin duda otro elemento decisivo que contribuyó a dar forma al culto en torno a los Niños Héroes, fue el de la iconografía, para ello fue fundamental el papel del litógrafo Santiago Hernández, el cual fue otro niño héroe que quedó en el olvido tal como le sucedió a Miramón. Su participación en la batalla de Chapultepec quizá constituyó el motivo principal para que Santiago Hernández quisiera preservar la memoria de aquellos heroicos cadetes plasmándola en óleo.
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En 1871 realizó los primeros retratos de los jóvenes que se publicaron en 1871 y fueron reproducidos por todo el país. Así comenzó a formarse poco a poco un imaginario en torno a estos cadetes. Ese mismo año del 71 se realizó la primera ceremonia cívica oficial en torno los Niños Héroes.
¿Es cierto que uno de ellos se aventó envuelto en la bandera?
El presidente Juarez aceptó la invitación de la asociación de los cadetes veteranos para asistir a la conmemoración de sus compañeros fallecidos durante la defensa del Castillo de Chapultepec. Así comenzó una tradición y un ritual que se repitió cada año y que se volvió clásico de todas las escuelas primarias con la famosa protesta a la bandera.
El mito iría de la mano de esta tradición. La antropóloga e historiadora Eva Martínez considera que luego de ello pronto nacería, sin sustento ni lógica alguna, la famosísima historia de que Juan Escutia se había aventado envuelto en la bandera mexicana.
“Al visitar el castillo comprobamos que es imposible que esto haya sucedido, pues el asta bandera en el Colegio se encuentra en un espacio en el que sería imposible caer al vacío desde allí”, concluye la entrevistada.
Afirma que según algunos historiadores estudiosos de los documentos que se conservan de aquellos cadetes, Juan Escutia murió por heridas de balas, nunca por una caída o por haberse aventado de sitio alguno.
No obstante, la antropóloga Eva nos dice que la historia del sacrificio por la bandera tampoco es del todo un relato totalmente falso. Recientemente, la historiadora de INHERM, Cecilia Vargas Ramirez ha señalado ya que la práctica de esconder la bandera o envolverse en ella para alejarla del enemigo fue, de hecho, algo común en esta guerra contra Estados Unidos.
Los testimonios y documentos que tenemos no señalan que Escutia lo hiciera, pero sí otros héroes como Santiago Xicoténcatl o Margarito Zuazo y, simplemente, se retomaron en el relato de los cadetes, afirma nuestra entrevistada.
La muerte de Escutia envuelto en la bandera aparece así como el momento más álgido de este pasaje histórico y del rito cívico. Solo las personas excepcionales tienen el valor de sacrificarse para defender o salvar a los demás, ya sean éstos su pueblo, su patria, sus hijos o la humanidad entera.
De este modo, el tema del sacrificio es el tópico que más conmoción provoca en los espectadores, sobre todo en el público infantil en las escuelas primarias que presencian el ritual cívico cada año, convirtiendo a la historia y a la ceremonia en un rito que cumple exitosamente una función social muy clara: conferir sentido a la terrible derrota de aquella batalla y de aquella guerra.
Un obelisco, primer monumento en memoria de los cadetes, luego fueron las columnas
El porfiriato constituyó un momento muy importante para la conformación de la tradición cívica del culto a los Niños Héroes. Un obelisco fue parte del rito y del culto. Este fue el primer monumento a los Niños Héroes. En 1882 el presidente Manuel Gonzalez donaría la primera “lápida para el llanto” en forma del famoso obelisco.
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En 1884 el Colegio Militar inició la tradición de que cada 13 de septiembre se mencionaran en ceremonia cívica, -a manera de homenaje- los nombres de algunos cadetes muertos en el 47. Así, poco a poco, tradición, mito, rito y culto se fueron entretejiendo para dar paso a la creación de un imaginario patriótico en torno a los llamados Niños Héroes.
Así permanecieron las cosas hasta 1947 cuando se cumplieron los cien años de la guerra entre ambos países. Ese año, Truman visitó la Ciudad de México y colocó una ofrenda floral en el antiguo monumento en Chapultepec diciendo que “un siglo de rencores llegaba a su fin con un minuto de silencio”.
Esto levantó una oleada de malestar e ira entre los mexicanos que sintieron dicha visita como una burla a la memoria de aquella guerra fatídica para México. La gente levantó las flores que había puesto Truman sobre al antiguo obelisco y las arrojó ante la embajada estadounidense. Los ánimos estaban bastante encendidos.
Para calmar el coraje de la población, el gobierno mexicano decidió recurrir a la Historia y se difundió que habían sido encontrados huesos de seis personas al pie del cerro de Chapultepec, los cuales se atribuyeron, sin pruebas, a los cadetes héroes.
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Eva afirma que es muy difícil que estos restos correspondieran realmente a los Niños Héroes -como se aseguró- porque, según los registros que las autoridades del colegio dejaron, al terminar la masacre de Chapultepec, los cuerpos tanto de militares como cadetes fueron incinerados allí mismo.
Sin embargo, la mayor parte del pueblo aceptó tal noticia como verdadera y quedó aparentemente conforme con la construcción de un nuevo monumento-osamenta en Chapultepec para rendir homenaje a los cadetes y preservar la memoria de su sacrificio.
Las enormes columnas se levantaron por un comentario incómodo de Truman
Siempre ha sucedido con distintos monumentos, edificios u obras artísticas en todas las ciudades del mundo, que en algún momento fueron emblemáticos y en otro ya no lo son y se destruyen sin mayor consideración para construir nuevos que, se piensa, son más acordes con los nuevos tiempos.
Los retablos de las iglesias barrocas fueron reemplazados por el neoclásico, y así podemos citar una infinidad de ejemplos. La decisión de borrar o destruir espacios, edificios o monumentos también responde a motivaciones políticas, sin duda. Solo recuérdese la destrucción de conventos que se hizo durante el periodo liberal en México.
En el caso del monumento a los Niños Héroes, Eva nos explica que la decisión que tomó la gestión de Miguel Alemán de renovar en general la zona en donde luego se levantó el nuevo “altar a la Patria”, se debió a que el gobierno mexicano en ese momento tenía que apaciguar los ánimos encendidos del pueblo mexicano contra EU tras las polémicas palabras del presidente Truman y a remodelar una ciudad que iba cambiando por la época.
Ante este clima social efervescente por la visita de Truman a nuestro país, el gobierno de Miguel Alemán decidió que se debía levantar otro altar a estos cadetes. No importaba que hubiera existido un monumento anterior (el obelisco), el objetivo era erigir uno nuevo para captar la atención de un público ofendido, haciéndole sentir que había una especie de justicia ante la memoria dolorosa e indignada luego de la frase desafortunada de Truman.
A decir de la antropóloga entrevistada, toda la historia siempre es un “libro abierto” a nuevas lecturas e interpretaciones, y el pasado siempre será retomado en cada contexto político para conferirle un nuevo sentido, construir un discurso especifico y legitimar una política determinada en el presente. Los Niños Héroes no serán la excepción, y por lo sensible y polémico del caso más.
Eva considera que “el sentido inicial con el que fue construido el altar a la Patria, ya ha sido fuertemente combatido sobre todo con la implantación que ha hecho el capitalismo del estilo de vida norteamericano en nuestro país”.
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Añade que todos consumimos cine, series, ropa, calzado, comida, música y todo tipo de productos estadounidenses, por lo que ideológicamente hemos acogido y aceptado de buen grado al país vecino que antaño sentíamos odiar y rechazar como un claro enemigo.
Finalmente, la historia nacional que surgió de manera paralela al estado de desarrollo durante el México posrevolucionario, y en la que debemos meter sin duda el mito de los Niños Héroes, ya no existe porque entre otros factores, ya no responde a los nuevos intereses globales y neoliberales.
En lo referente al desinterés y desconocimiento de varios monumentos históricos, opina que esto se debe a que inconscientemente nos mostramos apáticos a conocer su historia y significado y a la carencia de una iniciativa y apoyo hacia una divulgación interesante y eficaz de nuestra Historia.
Fuentes:
- Entrevista con la historiadora y antropóloga Eva Martínez Román. Egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia donde también hizo su maestría y doctorado. En dicho centro educativo también ha impartido clases de “Historia de la inquisición en México” y “Delitos sexuales en la Nueva España” y es directora de tesis. También ha dado clases en la Universidad Abierta y a Distancia de México UNADM. Es divulgadora de la Cultura, articulista de la Revista Chilango, ha trabajado para el Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México y participa de forma continua en programas de Radio sobre temas históricos con la conductora Corina Tlali Ortega.