La frase de “Viva Juárez” acaparó los titulares de la prensa escrita el 10 de julio de 1869 al retomar la nota publicada en el Diario Oficial en la que indicaba cómo “la buena estrella” del presidente Juárez lo había salvado a él y su comitiva de una muerte segura, al estallar la caldera del barco de vapor en el que viajaban.
Para conocer más acerca de la navegación en aquella zona lacustre de la Ciudad de México y que hizo posible el tránsito de navíos de mayor tamaño que las típicas trajineras, Mochilazo en el Tiempo entrevistó al escritor Edmundo López de la Rosa, experto en estos temas y, además, reconocido ambientalista.
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La relevancia de estos canales no solo fue por el comercio lacustre en canoas y trajineras que llevaban productos a todo lo largo de estas antiguas vías navegables, también por ser sitios de entretenimiento y esparcimiento de la sociedad de la época.
Edmundo recuerda que desde la Garita de la Viga hasta la entrada a la Ciudad de México por el barrio de San Pablo, corría el memorable Paseo de la Viga, llamado también en la época virreinal Paseo de la Orilla o Paseo de Revillagigedo; de igual manera, en algún tiempo fue conocido como Paseo de las Flores, Paseo de Jamaica y Paseo de Juárez.
“Con una longitud de mil 560 metros por 30 de ancho, y un circuito destinado a carruajes, recibió el nombre de Paseo de la Viga porque se conectaba desde la ciudad con la Garita de la Viga y una ermita del mismo nombre”, afirma Edmundo.
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Vista de fines del siglo XIX de la zona lacustre de la Viga, comparada con una panorámica reciente del mismo punto, donde ya carece de su carga de agua original y ya no es zona de navegación comercial ni de esparcimiento; sin embargo, por sus orillas se puede ver a gente ejercitarse o andar en bicicleta. Fotos: Cortesía/Archivo EL UNIVERSAL.
¿Por qué se le llama hoy Canal Nacional?
En 1856 el empresario Mariano Ayllón, vecino del pueblo de Mexicaltzingo y uno de impulsores de la primera línea de vapores que hubo en el país y que circularon por las canales de Chalco y Mexicaltzingo, propuso que a la Acequia Real a Mexicaltzingo se le llamara Canal Nacional y ya no de la Viga, quizá como un acto “republicano” para conmemorar la redacción de la reforma constitucional de 1857, describe la investigadora del INAH y cronista de Xochimilco, Araceli Peralta Flores en su libro “El canal, puente y garita de La Viga”.
Aunque en ese tiempo no prosperó la propuesta a principios del siglo XX ya era reconocido, sobre todo, por autoridades de gobierno, como Canal Nacional, nombre que mantiene hasta hoy.
Araceli explica que el Canal Nacional comenzaba en el pueblo de Xochimilco y se le llamó de diferentes maneras a lo largo de los siglos: Huey Apantli, Huey Acalotli, Acalli Aotli, Canal de Xochimilco, Acequia Real a Mexicaltzingo, Canal de Mexicaltzingo, Canal de la Viga, Canal de Iztacalco, Canal de Santa Anita, Acequia Real, Acequia, del Palacio o de las Canoas.
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Finalmente se llamó Canal Nacional, el cual cruzaba los territorios de los pueblos originarios de Xochimilco, San Andrés Tomatlán, Culhuacán, Mexicaltzingo, San Juanico Nexticpac, San Andrés Tetepilco, Iztacalco, Santa Anita Zacatlamanco Huehuetl, hasta llegar a la Ciudad de México.
El glamour del antiguo canal de la Viga al puro estilo londinense
En tanto que Edmundo, experto en estos temas, señala que el antiguo canal de la Viga se edificó en 1785 por el Segundo Conde de Revillagigedo, Virrey de la Nueva España.
Explica que el Paseo de la Viga tuvo dos facetas: la primera, donde se veía a las clases pudientes de la ciudad que trataron de darle un aire de glamour, al estilo de Hyde Park de la ciudad de Londres, y que Madame Calderón de la Barca describió con fino detalle en su libro de 1843 La vida en México.
La otra faceta fue durante la época de los pueblos originarios”, indicó el entrevistado. “Sí, fue centro de crónicas, descripciones, obras artísticas y estudios científicos; pero también mostró la cruda realidad de la vida cotidiana por los profundos contrastes sociales y económicos que se miraban”.
Narra que también se percibe una permanente historia de acercamientos y distanciamientos culturales, de confrontaciones y pertenencia comunitaria. “Desde este trazo, las crónicas de la época sobre el Paseo de la Viga no dejan de asombrarnos”, considera.
Su relato nos remonta a aquella época de “múltiples tardes doradas de los esplendorosos otoños del Anáhuac y al margen de la etiqueta social, hombres y mujeres de todas clases sociales se encontraban en el Paseo para divertirse olvidándose de rezos, visitas a iglesias y ayunos, siempre acompañados del obligado pulque curado, es decir, sazonado con jugo de apio, de piña, de chirimoya, de chicozapote y de fresa que pintaban a los recipientes de todos los colores del arco iris; del chinguirito –un aguardiente de mala calidad- y, claro, del vino para los -´paladares finos´, señaló nuestro entrevistado.
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El escritor nos señala que en el Paseo de la Viga uno podía cruzar camino con Guillermo Prieto, Manuel Payno o Ignacio Ramírez; con el triunfador de la guerra de Independencia, Don Agustín de Iturbide, o el archiduque y también en algún tiempo emperador mexicano; con Fernando Maximiliano de Habsburgo y su esposa y Emperatriz María Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha y Orleans.
También dice que se pudo ver pasear por ahí a “su Alteza Serenísima, Benemérito de la Patria, General de División y Presidente de la República, pero bautizado por el pueblo como ´El quince uñas´: Antonio López de Santa-Anna, hasta presidentes “realmente ilustres” como Porfirio Díaz o Lázaro Cárdenas.
De igual forma, durante el paseo se podía tener en algún momento “roce social” con las familias ricas, con todo y sus carrozas finas, con embajadores, clérigos, empleados, fabricantes, comerciantes, labradores y militares; con jóvenes mozos diestros para hablar, entretener y divertir a pollas y cotorras, con los consiguientes celos y envidias de cócoras y lagartijos; y, claro, sin faltar los negocios del placer con las famosas margaritas.
“El Paseo de la Viga fue un gran espacio de la ciudad para hablar de política, de proyectos, de lealtades y traiciones, de esperanza y de la incertidumbre del mañana; de los hábitos, los valores éticos y religiosos: entre flores, agua y fiestas...”, ahondó nuestro entrevistado.
Así era navegar en barcos de vapor por el canal de la Viga
Al preguntarle acerca de la navegación en barcos de vapor, el escritor nos relató que en 1848, cuando apenas había transcurrido un año del triunfo de la invasión norteamericana, era común ver a soldados y oficiales norteamericanos disfrutando de los paseos en canoa por el Canal de la Viga hasta Santa Anita Zacatlamanco Huehuetl o Iztacalco.
El empresario Antero Villaurrutia solicitó el privilegio exclusivo para abrir y navegar en línea recta un canal de la Ciudad de México al pueblo de Chalco circunvalando con el de la capital. También Vicente Álvarez de la Rosa, obtuvo en ese mismo año un privilegio para navegar conjuntamente con Mariano Ayllón por los canales y lagunas que estaban entre la ciudad y las de Texcoco y Chalco.
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“La falta de recursos y los trámites demoraron el inicio de la empresa, pero finalmente logró iniciar la construcción de un barco con capacidad para 20 pasajeros que bautizaron con el nombre Porfin, que no pudo terminarse de armar en un muelle construido en el Paseo de la Viga”, relata el ambientalista.
No obstante, Edmundo señaló que la tenacidad de los empresarios les llevó a adquirir el primer barco de vapor: la “Esperanza”, que fue botado al agua en marzo de 1849 y un año después inició el viaje de prueba de la Garita de la Viga a Chalco en un tiempo de seis horas y media, casi la mitad del tiempo que requería un botero (embarcación pequeña).
“Así comenzó la historia de la navegación de barcos a vapor en el país, a 2 mil 240 metros sobre el nivel del mar, que por adversidades y situaciones de logística y financieras determinaría una corta pero memorable historia de la ciudad de México”, indicó el ambientalista.
Juárez hizo el trayecto inaugural del vapor “Cuauhtémoc” y salvó la vida
Sobre la explosión en la que casi pierde la vida el Benemérito de las Américas, Edmundo López de la Rosa hace mención que en 1869, después de 6 viajes de prueba, se invitó a hacer el trayecto inaugural del Barco de Vapor “Cuauhtémoc” al presidente Benito Juárez García, junto con varios secretarios de Estado y otros funcionarios, quienes se colocaron unos en popa y otros en la proa, fue en ese momento que explotó la caldera con gran estrépito, aunque afortunadamente sin ninguna víctima.
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Y nos compartió lo siguiente: “Ignacio Altamirano escribió que, por una parte se suspendía otro proyecto de navegación, y por el otro señaló la buena suerte del presidente Juárez quien sale siempre ileso de todos los peligros”, así se lee en Sierra, Carlos J. 1984 Historia de la navegación en la ciudad de México. DDF, México (Colección: Distrito Federal 7).
Por su parte, el periódico “La Razón del Pueblo” publicó el 10 de julio de 1869: “Ayer el presidente de la República había sido convidado a dar un paseo en el vapor “Guatimotzin” y tomar un pequeño almuerzo en él. Aceptó el obsequio y se embarcó acompañado de los ministros de la guerra, de fomento, de gobernación y de hacienda.
“Eran cosa de las 12. Algunas personas comenzaban a arreglar la mesa en la que debían sentarse los convidados. Estos miraban desde la popa, la estela que dejaba el vapor en el agua, todo iba bien y nada anunciaba el menor incidente.
“De repente se oyó una detonación espantosa. La pequeña embarcación estalla como herida del rayo y pedazos de ella y de la caldera son lanzados al aire a larguísima distancia. La caldera había reventado y estaba hecha trizas debajo del mismo lugar donde se estaba poniendo la mesa, pero todos los que iban a bordo estaban ilesos". Al ver aquella extraña fortuna cuando parecía inevitable que todos murieran dieron por seguro que debían la vida a la buena estrella del presidente, por lo que gritaron ¡Viva Juárez!.
También una nota publicada el 10 de julio de 1869 en el periódico Siglo XIX abordó el hecho: “Ayer a las 12:15 del día, el depósito del vapor de la máquina del “Guatimoc” se desprendió de la caldera haciendo un terrible estrépito; despedazó la parte central de la cubierta, todas las obras interiores del buque, y fue a caer a larga distancia del lugar en que aquel se encontraba.
Una serie de casualidades influyeron en que no pareciera ninguna de las 40 personas que se encontraban a bordo de la compañía de navegación que inauguraba sus trabajos y había invitado a los ciudadanos: Presidente de la República y secretarios del despacho.
“La diseminación de la concurrencia fue la causa favorable para que no hubiera desgracia ninguna, se exceptúa la de unos arañazos y algunas astillas que se hicieron a una criada. No cabe duda en que el siniestro se debe a la mala calidad del material con que estaba construido el depósito del vapor. En el hecho acontecido llama la atención, la buena fortuna que acompaña al ciudadano presidente de la República, quien sale siempre ileso de todos los peligros”, se afirmaba en la nota.
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Vista antigua de uno de los puentes que cruzaba La Viga, hoy reemplazado por una estructura metálica. De pronto pareciera no pasar el tiempo. Fotos: Cortesía/Archivo EL UNIVERSAL.
El crecimiento poblacional y las vías terrestres provocaron su extinción
Según la investigadora del INAH y cronista de Xochimilco, Araceli Peralta Flores en su publicación El canal, puente y garita de La Viga, aunque después de este sonado incidente todavía circularon barcos de vapor por la ruta México – Chalco fue cuestión de tiempo para que diversos factores contribuyeran en la desaparición de aquella vía lacustre.
Medidas de prevención e higiene del canal, se vieron rebasadas en corto tiempo, como eran el manejo del control del nivel del agua, la frecuente limpieza en tiempo de lluvias y en tiempo de calor o sequia, mismas que hasta ese momento habían permitido la circulación de pequeñas y grandes embarcaciones.
El azolve del canal no se podía evitar, así como tampoco la destrucción de los bordos porque los remeros acostumbraban apoyarse, unos con reatas y otros con remos, sobre los bordos para remar o empujar la canoa, ocasionando con esto el desprendimiento de la tierra.
La cronista afirma en su texto que el azolve generó graves perjuicios en el abastecimiento de productos a la ciudad, especialmente durante la época de secas cuando el nivel del agua bajaba tanto que las canoas tenían que llevar poca carga, para no quedarse atoradas en el lodo, además de que tardaban más tiempo para llegar a su destino.
La existencia de presas que se encontraban en los ramales desaguadores, como el denominado Cruz de Matlapalco, ubicado en Santa Anita y la Garita de la Viga, también impidieron el curso libre del agua, por ello se pidió su demolición para evitar futuras inundaciones, al quedar rebasado el límite de capacidad de agua del canal se generaban serios problemas en la transportación de personas y de productos, se lee en la publicación de El canal, puente y garita de La Viga de la investigadora del INAH y cronista de Xochimilco, Araceli Peralta Flores.
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La cronista sugiere que entre los motivos de la decadencia de la vía lacustre se encuentra el aumento de población que implicó una acelerada ocupación de tierras con fines habitacionales e industriales, así como la necesidad de construir más vías terrestres, lo que afectó seriamente la red de canales al cortar la comunicación de aguas.
“Otra causa que influyó en la extinción de los canales fue la entubación del agua de los manantiales y ríos del Valle de México, esto afectó seriamente el nivel del agua de los canales en especial el de la Viga, Bucareli y la Ciudadela, quedando sin corriente y con agua estancada, de ahí que fuesen considerados de alto riesgo para la salud de la población.
El canal de la Viga, al quedar desaguado sirvió como depósito de basura y desechos de lirio acuático, animales muertos y toda clase de inmundicias y materias putrefactas, por eso, la comisión de Higiene declaró a esa zona de alto riesgo para la salud pública; en 1940 comenzó a ser rellenado y para 1957 fue pavimentado”, escribió la cronista. Hoy este canal aún conserva algo de aquel pasado, cuando era sitio de esparcimiento.
- Fuentes:
- Edmundo López de la Rosa es escritor, artista plástico, promotor cultural, ambientalista. Entre los varios reconocimientos que ha recibido por su labor en la recuperación de espacios azules con valor histórico y cultural, la más reciente es la Medalla al Mérito en Artes, categoría Patrimonio Cultural, entregada por el Congreso de la Ciudad de México en abril de 2024.
- Facebook y Google: Edmundo López de la Rosa
- Parte de la información fue tomada del libro El Canal Nacional, el Canal de Chalco y el Canal de Cuemanco. Por el derecho humano al agua y un medio ambiente sostenible de la Ciudad de México. Obra ganadora del XVIII Premio Citibanamex “Atanasio G. Saravia” de Historia Regional Mexicana 2018-2019 (2020).
- Instituto de Investigaciones Históricas UNAM
- Peralta Flores, Araceli. “El canal, puente y garita de La Viga”. Investigadora, cronista, escritora y profesora.
- Hemeroteca Nacional Digital de México