Texto: Erick Adrián Paz
De entre las rocas brotaba el agua, un agua amarga, olorosa, pero que saciaba la fe. Por ella, el comerciante y el campesino caminaban juntos, hasta convertirse en peregrinos en busca de un milagro .
En las antiguas aguas del Pocito , en la creciente Villa de Guadalupe, los habitantes de la Nueva España se bañaban, la bebían hasta el hastío o la guardaban en jarritos para llevar con ellos los favores divinos. Años después, con sus propias manos le construyeron una pequeña pero magnífica Capilla, parada obligada hacia la Virgen del Tepeyac .
Era frecuentado especialmente los días 12 de diciembre, Día de la Virgen . En 1916, un periodista de EL UNIVERSAL escribió: “Sin duda alguna, entre los lugares más concurridos fue el ‘Pocito’, que, como se sabe, según asegura la vieja tradición , posee una agua de maravillosa virtud para curar toda clase de enfermedades , y que en realidad no es más que una fuente de microbios, a donde van a buscar te salud una multitud de gente”.
Otro autor, que firmaba como “El Duende de las Vizcaínas” en EL UNIVERSAL ILUSTRADO, decía en 1921: “Los peregrinos con los labios sedientos llegan fervorosamente a beber el agua milagrosa del ‘Pocito’ sin asquear la sed de otros labios, allí son todos iguales, todos sufren, todos van en pos de ver realizada una ilusión”.
La Capilla del Pocito se ha mantenido en pie durante más de 200 años. Hoy se reconoce como una joya de la arquitectura barroca en México, aunque el fervor de los peregrinos no es el mismo que siglos atrás; de sus aguas han bebido creyentes e incrédulos de todas partes del mundo para buscar milagros, también se han desatado polémicas sobre su daño a la salud.
El otro milagro en La Villa
Debajo del Cerro del Tepeyac, en los años de la historia sobre el milagro guadalupano , en 1531, corría un manantial que contrastaba con la zona árida y rocosa. Para Óscar Molina, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, este hecho pasó extrañamente desapercibido por la Iglesia Católica que concentró la narrativa en la tilma, las rosas y el árbol camino al cerrito.
El Panteón del Tepeyac, visto desde lo alto del Cerro de Zacahuitzco en 1909. En la fotografía se aprecia, del lado izquierdo, la explotación de cantera en la zona, justo donde hoy pasa la avenida Cantera, y más arriba está la Capilla del Pocito. Foto: Colección Carlos Villasana.
Para el siguiente siglo el paisaje mariano se extendió tan fuerte como la fe. En su artículo El manantial petrificado , Molina explica que en el siglo XVII el cura y vicario Luis Lazo de la Vega ordenó cubrir el manantial y controlar su acceso, para lo que construyó un chapitel o estructura piramidal “de aspecto modesto” que se convertiría en su protector durante el siguiente siglo.
La tradición cuenta que en el siglo XVIII la zona registró una serie de necesidades, entre ellas la falta de agua . Se dice que en una ocasión, uno de los pobladores pidió este recurso a la Virgen de Guadalupe y como respuesta brotó un manantial abundante en medio del asentamiento rocoso, acto que se consideraba imposible.
Ante esto, los habitantes de la región comenzaron a atribuirle propiedades milagrosas y, como agradecimiento, entre 1777 y 1791 se edificó el templo que permanece hasta nuestros días.
Su construcción fue un verdadero acto de fe. Se recibieron donaciones de clérigos, comerciantes, campesinos, entre muchos otros personajes y el 18 de marzo de 1779 el arzobispo Alonso Núñez Haro concedió 80 días de indulgencia “a toda persona que concurra con su travajo (sic.) personal á la fabrica puramente material de esta Capilla”.
De esta forma, el agua milagrosa se articuló como un elemento central del rito guadalupano.
La tradición de beber el agua de los milagros
En el camino hacia la Capilla del Cerrito y hacia la Capilla de Indios se encuentra el Pocito , resaltan en el paisaje y llama al peregrino. Sin embargo, el flujo de personas que acuden por el agua milagrosa cada vez es menor.
Efraín Hernández y Marcos Perdomo, párroco y vicario de Santa María de Guadalupe “Capuchinas”, respectivamente, reportan que de entre los 8 y 10 millones de visitantes anuales a la Villa, sólo una cuarta parte visita el recinto milagroso.
En el pasado, la importancia del Pocito fue tal que el 22 de diciembre de 1815 acudió José María Morelos y Pavón , según reza en la placa que se encuentra en su entrada, antes de ser fusilado por causa de la Independencia.
La Capilla del Pocito, en la Villa de Guadalupe, captada por el fotógrafo Abel Briquet a finales del siglo XIX. Este templo debe su nombre a un manantial de aguas ferruginosas que fue muy visitado por las propiedades curativas que se le atribuían. Foto: DeGoyler Library.
También llegó al mundo de la farándula: la vedette mexicana Delia Magaña visitó el recinto en 1931 después de triunfar en Hollywood , como reporta este diario el 15 de diciembre. Ella, como muchos otros peregrinos, se llevó un frasquito del agua milagrosa ; “así creeré que va conmigo la Virgen Morena de Guadalupe”, comentó.
Niceto de Zamacois, historiador y literato mexicano de origen español, documenta la romería de la Villa a mediados del siglo XVIII. En su novela El mendigo de San Ángel narra cómo los peregrinos recogen el “agua azufrada” del Pocito y la transportan en jarros y botellas, todo esto en medio de la vendimia de tortillas y otros productos.
El comercio de artículos religiosos y otras variedades también ha sido un elemento constante que, desde 2011, fue reorganizado a un costado del recinto y dentro de la zona comercial de la Plaza Mariana donada por la Fundación Carlos Slim.
El mercado del Templo del Pocito, en la Villa de Guadalupe, en una fotografía captada por Hugo Brehme a inicios del siglo pasado. La escena nos permite apreciar la actividad comercial en un típico día de plaza y las construcciones que se encontraban sobre las antiguas calles de Abasolo y Alcalá, y que fueron demolidas en la década de los cincuenta. También destaca la catenaria del tranvía. Foto: "Pueblos y paisajes de México".
En la antigua romería era común beber del agua, e incluso bañarse en ella, para beneficiarse de sus propiedades curativas , lo que provocó grandes problemas de salud tanto por la convivencia de enfermos de todos los padecimientos como por la composición química.
Petróleo en La Villa
En su Descripción de la sagrada imagen según las relaciones de indios de 1795, Antonio de León y Gama reportó que el agua incluía cierto nivel de petróleo y que su olor y sabor mostraban la presencia de algún mineral de asphalto o betum judaico , al que los lugareños llamaban chapopotli .
En esta obra, se narra que durante los trabajos de construcción del convento de Capuchinas en 1785 se encontró un depósito de petróleo que fue relacionado como “ aceite milagroso ”, y no era un adjetivo del todo incorrecto para las creencias de la época.
Fuentes recopiladas por De León y Gama coincidían en que las propiedades del agua combinada con petróleo “fortalecen los nervios, curan las úlceras y otras enfermedades del cutis”, y que “bebidas, matan lombrices, fortalecen el estómago y obran otros efectos maravillosos”.
Con los brotes de petróleo inició la disminución del nivel del agua y, con ello, era necesario extraerla con diferentes herramientas, por ejemplo, con una larga cuchara de cobre . A inicios del siglo XX, después de que el pozo dentro de la actual capilla fuera cerrado con una reja de hierro , se colocó un vaso metálico atado a una cadena del cual bebían todos los peregrinos.
Los peregrinos sacaban agua del pocito con una lata y una cadena. Colección Carlos Villasana.
Ante esta escena, diversos artículos de EL UNIVERSAL mostraban tanto el fervor con el que los peregrinos asistían y transportaban el agua, como el desagrado por lo que consideraban como insalubre . Según registros del mismo diario, hasta 1940 el beber directamente del pozo era una práctica común, y al mismo tiempo se reportaban sus propiedades tóxicas.
El sacerdote Efraín Hernández, de quien depende la administración del Pocito, afirma que el agua se ha contaminado como consecuencia, principalmente, del movimiento del templo que ha provocado que los conductos de agua se muevan y atasquen el flujo; ante esto, se buscan opciones para rescatarla.
Actualmente está prohibido beber del antiguo manantial, pero se puede adquirir el líquido como recuerdo , como agua para bendecir , “porque hay que recordar que el agua no es milagrosa, el milagro se encuentra en la fe”, puntualizó.
En la fotografía antigua se observa a los vendedores de botellas para recolectar el agua de la Capilla del Pocito. Fotos: Colección Carlos Villasana y Marcos Perdomo / Cortesía.
El agua como elemento sagrado
Para Elio Masferrer Kan, investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la importancia del agua milagrosa deriva, primero, de la centralidad que los pueblos mesoamericanos le daban a este elemento: se vincula a cuestiones de purificación , es indispensable para la vida y articula la dimensión cultural.
Después, responde a una forma en que los españoles sincretizaron los elementos cristianos y así surgieron nuevas manifestaciones de fe .
Para el doctor en antropología, la presencia del agua en la Villa de Guadalupe no ha disminuido, sino que ha cambiado de forma a través de las pilas bautismales y de la cascada de agua construida en el centro del recorrido, que además incluye imágenes de Quetzalcóatl en referencia al sincretismo. La cascada refleja una relación de purificación con el peregrino, más que con el ambiente, sugiere.
Camino hacia el templo del pocito a inicios del siglo XX, donde se aprecian numerosos puestos de venta de botellas y jarrones para que los peregrinos se llevaran agua a del pocito para bendecirla .Colección Carlos Villasana.
Por otro lado, el Pocito no es el único recinto mariano con presencia de agua milagrosa. Es mundialmente conocido el Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, en Portugal, donde el líquido se embotella en presentaciones tan prácticas como elegantes y así se pone a disposición del peregrino.
Un caso similar ocurre en la gruta de Massabielle del Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, en Francia. En México, el santuario de Nuestra Señora de Ocotlán, en Tlaxcala, se articula ante una aparición de la Virgen a Juan Diego Bernardino: “Ven en pos de mí; yo te daré agua con la que se extinguirá el contagio y sanarán no sólo tus parientes, sino cuantos bebieren de ella”.
Así luce este diciembre el interior del pocito en medio de la pandemia de Covid-19. La “boca” del pocito se aprecia cerrado con una estructura de herrería, de frente se ve una botella de alcohol-gel en una mesita. Fotos: Cortesía/ Marcos Perdomo.
Una capilla única en Nueva España
La Capilla del Pocito fue diseñada por Francisco Antonio Guerrero y Torres basado en una lámina del tratado de arquitectura de Sebastiano Serlio.
Según Martha Fernández García, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, su construcción no se replicó en otra parte de la Nueva España debido a que el arquitecto suavizó las líneas del plano original y eso modificó las características del espacio, de esta forma aprovechó las cuatro capillas de la sala de oración para incluir las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe, a quien está dedicada.
La doctora en Historia del Arte expone que el templo es “la reconstrucción hipotética del Templo de Salomón, la representación de la Jerusalén Celestial y del cielo como tienda cósmica”, con lo que replica el modelo salomónico de pilastras ondeantes y amplio espacio, compuesto por ulam, hekal y debir (o vestíbulo, sala de oración y presbiterio).
El pozo se encuentra en la sala de oración decorada por un relieve de Jesús con San Juan Bautista y un río, en referencia al río Jordán y donde, según el Apocalipsis, se encuentra la Jerusalén Celestial.
La capilla se sostiene por arcos lobulados asemejando “cortinas que dan paso también a la tienda cósmica ”. Sus ventanas presumen forma de estrella, en representación del cielo, y como imagen del paraíso unos relieves rodean una imagen de la Virgen, la primera reproducción registrada.
La cúpula central y la cornisa se decoran con bandas ondeantes y los mosaicos azul y blanco forman un zigzag, todo ello, en representación del agua en movimiento.
El templo que alberga el pocito fue diseñado por Francisco Antonio Guerrero y Torres basado en una lámina del tratado de arquitectura de Sebastiano Serlio y se considera una joya del arte barroco, además no fue replicado en ninguna otra parte de la Nueva España. Tiene cuatro capillas, cada una dedicada a las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Colección Carlos Villasana.
La restauración del Pocito
Como una joya del barroco , la capilla había permanecido con cuidados excepcionales hasta hace 10 años, según reporta la doctora Martha Fernández. Entre los daños más visibles se encuentra la fractura de la portada poniente.
En 2018, el párroco Efraín Hernández había elaborado un informe al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), entidad que resguarda los edificios históricos, como consecuencia del sismo de 2017.
Aunque no se trata de un daño estructural y no hay riesgo de derrumbe, sí se suma al continuo desplazamiento del edificio, lo que ha causado daños progresivos a la construcción y que demandan intervención inmediata.
Vista de vialidades cercanas a la Antigua Basílica de la Guadalupe, al fondo el templo del pocito, una postal de 1928. Se observan varias edificaciones que desaparecieron por la urbanización en los años 50. Colección Carlos Villasana.
Actualmente, los estudios se encuentran terminados, pero los permisos para la restauración se han retrasado por la situación de la pandemia por Covid-19; se espera que los trabajos inicien con el 2021.
“Yo creo que es una joya ”, afirma el párroco, “es un lugar muy hermoso y pequeño”. Tanto él como Marcos Perdomo coinciden en la necesidad de restaurarla y preservarla por generaciones. “Es una joya dentro de nuestra fe y agrégale la arquitectura, agrégale el arte en toda su expresión, buscamos que tome el lugar que le corresponde”.
El pocito luce cerrado este diciembre de 2020 ante la emergencia sanitaria. Fotos: Cortesía/ Marcos Perdomo.
Los peregrinos pasan de largo e inician el camino de subida hacia la Capilla del Cerrito, quienes visitarán al Pocito lo harán de regreso a la plaza principal. A su derecha, el pozo con el agua milagrosa cada vez más inaccesible descansa entre dos siglos de historia y pilotes de control para evitar cualquier derrumbe.
Dentro de la cúpula de mosaicos azules y blancos se escuchan rezos y se acomodan “milagritos” en las paredes. Las puertas y relieves han sobrevivido a la curiosidad de las manos peregrinas, los muros han soportado terremotos y han fungido como refugio de quienes van en búsqueda de un milagro .
La fotografía principal es una postal donde se observa el interior de la Capilla del Pocito en la Villa de Guadalupe en la primera mitad del siglo XX. En la imagen aparece la cadena y el contenedor con el que los devotos extraían el agua a la que atribuían efectos milagrosos. Colección Carlos Villasana.
Agradecemos sus atenciones a Marcos Perdomo, vicario de la Parroquia Santa María de Guadalupe “Capuchinas”.
Fuentes:
Entrevista Martha Fernández García, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Efraín Hernández y Marcos Perdomo, párroco y vicario de Santa María de Guadalupe “Capuchinas”, respectivamente.
Elio Masferrer Kan, doctor en antropología e investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
Óscar Molina, El manantial petrificado. La matamorfósis del paisaje y sus repercusiones en los monumentos históricos: el caso de la capilla del Pocito en el santuario de la virgen de Guadalupe de la Ciudad de México, en Revista Grafías 10 (1).
Antonio de León y Gama. Descripción de la sagrada imagen según las relaciones de indios, en Amoxcalli, Fondo Mexicano de la Biblioteca Nacional de Francia (doc. 320)