En esta semana santa la historiadora Daniela Muñoz recomienda a nuestros lectores de Mochilazo en el Tiempo, cinco cintas emblemáticas en el marco de la semana mayor para los católicos. Inicia con la cinta El mártir del Calvario (Miguel Morayta, 1952), con la “estupenda interpretación del actor Enrique Rambal, quien hacía su debut en nuestro cine y cuyo padre había sido director teatral en su natal España, montando obras como ésta.
Con esta producción la cinematografía nacional se probaría en las más altas lides de la apreciación fílmica internacional, al ser nominada para competir por la Palma de Oro en el Festival de Cannes en su edición de 1954.
Para la doctorante en Ciencias Antropológicas de la ENAH, este reconocimiento no solo fue producto de la interpretación de Rambal, sino de la coherente narrativa de los episodios de la vida de Cristo, además de una serie de bien logrados efectos especiales que fueron celebrados en la época, el filme recibió el favor de la crítica internacional; y aunque la película no resultó triunfadora, sí sentó un precedente fundamental para la producción nacional en épocas posteriores.
En la charla agrega que el elenco fue de gran renombre, en el que figuraron actores de la talla de ‘el Señor Teatro’, Manolo Fábregas, en el papel de Judas, Carmen Molina en el de la abnegada Martha, Miguel Angel Ferriz quien interpretó al fiel Simón Pedro, José Baviera como un displicente Pilatos (en su cuarta interpretación de este personaje en cine) o José María Linares Rivas. como el feroz Caifás, la película fue promocionada como ‘El drama más sublime de la humanidad´.
Daniela recuerda el destacado papel de Rambal, en el cual logró compenetrarse completamente, a través de una destacada caracterización y maquillaje, voz modulada, cálida, y una serie de suaves ademanes, que lo consagró como un Jesucristo alabado, tanto nacional como internacionalmente dado el enérgico realismo en su trabajo, siendo apenas su debut en el cine mexicano.
La trascendencia de la cinta es tal que de las múltiples producciones nacionales sobre esta temática, es “El mártir del Calvario la que reconocemos, no olvidamos y quizá seguimos viendo cada año si nos la encontramos en la programación de TV abierta, aun con la presencia de las plataformas de streaming “, considera Muñoz.
Nazarín (Luis Buñuel, 1958)
La segunda cinta que nos recomienda Daniela es Nazarín de Luis Buñuel, año 1958, de la que opina “mucho se ha especulado y analizado desde diversas perspectivas, sobre todo desde la psicológica”.
Basada en la obra homónima de Benito Pérez Galdós y con adaptación de Julio Alejandro y del propio Buñuel, la producción contó con las colaboraciones de otras importantes figuras del cine nacional, como Gabriel Figueroa en la fotografía y Manuel Álvarez Bravo a cargo de los stills o foto-fijas.
Estos talentos de la cinematografía -entre muchas otras participaciones, sobre todo las actorales, desde luego- hicieron de Nazarín una obra cinematográfica de tintes poéticos dado el tratamiento de la imagen. Todo ello condujo a la cinta a obtener el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 1959.
En la trama, el cura Nazario, interpretado por Francisco Rabal, es un sacerdote al que podríamos calificar de anómalo. De hecho, Buñuel siempre lo calificó de un cura quijotesco, cuya locura es, justamente, creer en la pureza y la bondad de los hombres y en la importancia de su ministerio para acercarlos a Dios.
Daniela nos describe a este padre, distinto a los demás, pues no celebra misas todos los días, ni es parte de una comunidad ministerial, por lo que no vive en una casa parroquial, sino en un mesón con otros inquilinos igual de miserables que él, ayudándose de limosnas y sobreviviendo de la caridad que recibe de vez en cuando, así como de algunas monedas que obtiene como estipendio por los sacramentos que administra.
La egresada de la ENAH recuerda un aspecto que le parece determinante en el éxito de este filme en el cual vio por primera vez a Rita Macedo en una película del cine nacional y quien tal vez vio antes en algún papel menor -como aquellos que interpretó en cintas como Salón de belleza o Las Infieles, que recuerda muy bien no habían sido de sus filmes sobresalientes.
“Sin embargo, lo que no olvidé jamás aún a una edad tan temprana, fue su histrionismo fulgurante y mordaz personificando a la desparpajada y feroz Andara, que hizo las delicias de los espectadores”, dice.
El proceso de Cristo (Julio Bracho, 1965)
La tercera propuesta de la historiadora Muñoz es la cinta El proceso de Cristo del productor Julio Bracho, quien dotó a sus cintas de un cariz de modernidad academicista muy interesante, que contempló desde temas como la nostalgia porfiriana, en ¡Ay qué tiempos, señor Don Simón!, de 1941, pasando por la exploración del noir crepuscular en una cinta como Distinto amanecer (1943) y encontrando el punto más elevado de su factura como realizador en la producción crítica a los poderes fácticos posrevolucionarios en La sombra del caudillo de 1960.
De este modo, Bracho encuentra también un camino alterno en la realización de El proceso de Cristo, donde el actor Enrique Rocha, como Jesús, suspendería la ‘tradición’ de elegir intérpretes hispanos para representar al Redentor.
Rocha, en ese entonces un joven actor con bastantes tablas teatrales que había sido el campeón de los Hamlets, debutó ese mismo 1965 como protagonista del mediometraje Una alma pura de Juan Ibáñez, basado en el argumento original de Carlos Fuentes; producción que junto con Tajimara (Juan José Gurrola, 1965, cuento original de Juan García Ponce), compondrían la cinta Los bienamados, ganadora, junto con Amor, amor, amor -de la que al principio ambos formaron parte- del tercer lugar en aquel histórico Primer Concurso de Cine Experimental del mismo 1965.
En El proceso de Cristo, a diferencia de otras cintas que abordan la Pasión y muerte del Rey de los Judíos en forma lineal, el filme de Bracho hace una interesante retrospectiva de testimonios de la vida del nazareno a 27 años de su crucifixión, a través de relatos de los demás protagonistas de la cinta, cuyas visiones difieren totalmente unas de otras, ofreciendo al espectador percepciones humanas, más que hechos históricamente precisos, con respecto a las acciones que precipitaron la muerte de Jesús.
Cristo 70’ (Alejandro Galindo, 1969)
Como cuarta recomendación Daniela Muñoz menciona la cinta Cristo 70´ de Alejandro Galindo, año 1969. Acorde con los años setenta, el cronista del barrio urbano por excelencia, Alejandro Galindo, incursionó en el cine juvenil con una especie de puesta al día sobre la Pasión de Cristo en la que los protagonistas, un grupito de juniors clasemedieros oriundos de la Zona Rosa, están aburridos de su monótona existencia.
Los jóvenes se encuentran en la inopia total con respecto a qué desean hacer de sus -hasta ese momento- malogradas vidas. Como si no existiese una plétora de mejores oportunidades por aprovechar, deciden convertirse en una novel tropa de aeropiratas -previa escucha de una noticia sobre el robo de los caudales de una compañía minera-.
Impulsados más por la temeridad y la aventura que por necesidad, de la noche a la mañana los jóvenes hacen un plan para secuestrar el avión que transporta el botín, someter al piloto y copiloto.
Así, la temeraria quinteta, otrora universitaria, huirá con medio millón de pesos, mismos que se repartirán a partes iguales una vez que toquen tierra. Dado que al secuestrar el avión hubo que exigir a la tripulación que aterrizase en un enorme terreno baldío en el estado de Chiapas para no levantar sospechas, el grupo se adentra en el poblado de San Andrés, donde tras conseguir alojarse en un hotel mintiendo sobre su identidad (se presentan como ingenieros topógrafos que van a estudiar los cuerpos de agua del lugar) libran los recelos de los lugareños e incluso hacen amistad con ellos.
El protagonista de la historia es Raúl (Carlos Piñar) joven actor español en quien volvió a materializarse la añeja costumbre cinematográfica nacional de elegir histriones hispanos para encarnar a Cristo.
Raúl es el cabecilla del grupo compuesto por Jaime (José Roberto Hill, fenomenal en un sobrio papel de Judas), Pedro (Gabriel Retes), Yeyo (Alejandro Fougier) y Chololo (Enrique Novi).
Eternamente confundido, Raúl ha cambiado tres veces de profesión y se ha dedicado a dilapidar, en barecillos psicodélicos, el dinero que sus acaudalados padres le proveen como mesada para efectos de sufragar la vida escolar.
La casa paterna es para él un sitio muy cómodo para dedicarse a hacer absolutamente nada un día sí y otro también, siempre en compañía de sus secuaces, que a la sazón se dedican a organizar las francachelas.
Como es natural, este es un hecho que su padre Rómulo (Ismael Larumbe) le recrimina a diario y en forma por demás justificada. Padre e hijo sostienen áridas peleas, cuya frase de cierre por parte Raúl es el eterno ‘¡Bueno, pues me voy de la casa!’.
Y en efecto, mientras que lo que quisiera don Rómulo es tomarle la palabra al flojonazo, siempre tiene que aparecer la disculpa de la abnegada y consentidora madre, Catalina (Rosario Gálvez), quien no hace más que alcahuetear los movimientos del hijo holgazán, justificando con el consabido pretexto de su condición juvenil, todos sus actos de irresponsabilidad y apatía.
El Elegido (Servando González, 1975)
La quinta y última producción que, en opinión de también investigadora en Teoría, critica y análisis cinematográfico del Cine mexicano, no podemos perdernos esta Semana Santa es El Elegido de Servando González, filme de 1975, una producción fílmica ejemplar. “Y no lo menciono por ser uno de mis cineastas predilectos, sino porque su producción fílmica es representativa de un compromiso con la calidad”, aclara nuestra entrevistada.
Historias que se tradujeron en poderosas líneas argumentales, realizaciones que sin enorme cantidad de recursos, siempre demostraron un hábil manejo del lenguaje cinematográfico y una sensibilidad artística por demás evidente, que le valieron a sus filmes ser celebrados tanto dentro como fuera del país, “son elementos que consagran a Servando González como uno de los directores nacionales más eficientes en el medio y que, en mi opinión, merecería ser revalorado como un todo-terreno de la cinematografía nacional”, considera Daniela.
Responsable de metrajes emblemáticos que ya forman parte de nuestra identidad fílmica, como han sido la memorable Viento negro (1964), la sobrecogedora y oscura El escapulario (1966), o la corrosiva y mordaz Los mediocres (1962), Servando González fue inteligente para encontrar una forma de hacer cine que logró compaginar a la perfección calidad argumental, sensibilidad artística y éxito en taquilla, cosa pocas veces vista en nuestra industria cinematográfica, cuyas búsquedas formales han pecado de abismarse por lo general, en el logro de uno de los tres rubros.
Sin embargo, para Daniela Muñoz los trabajos fílmicos de González demuestran que cuando se es lo suficientemente talentoso, es posible conjugar estos tres elementos para logar producciones que dejen huella.
Daniela nos narra que el protagonista de la historia es Andrés, interpretado por el actor Manuel Ojeda, cuyo padre (ya fallecido) encarnó en el pasado en tres ocasiones al nazareno en la representación de Iztapalapa, por lo que los pobladores del sitio consideran al hijo el sucesor natural de la responsabilidad que alguna vez recayó en el padre.
Andrés es, de tal suerte, el elegido de las autoridades eclesiásticas y civiles, además del de una nutrida caterva de fieles de barrio, para personificar a Cristo; pero lo que todos ellos ven como regalo divino, Andrés lo considera una maldición, puesto que a lo largo de su vida ha sido sometido por sus padres, fanáticos religiosos que, tocando el paroxismo de la represión, le prohibieron incluso sostener relaciones sexuales, hasta ya bien entrado en la edad adulta. Así, resulta natural que el protagonista no desee tener nada que ver con la religión.
Sin embargo los organizadores de la dramatización, sabedores de que Andrés se rehúsa a ejecutar el papel de Cristo, conminan a la autoridad civil a contratar a un grupo de sujetos que le propinan tremenda golpiza para que acceda a lo que ellos consideran su deber. Tras el brutal episodio en que lo dejan malherido, Andrés recibe ayuda de Paz, la bronca (Katy Jurado) una vendedora de verdura en el mercado local destinada a ejecutar el papel de Magdalena.
Paz es la única persona que comprende las razones de Andrés para rehusarse a representar a Cristo en la Pasión. Ella guarda silencio respecto a su paradero y lo apoya en todo, pues son dos almas atormentadas que se comprenden, además de que ahora tienen un hijo.
Mientras tanto, los preparativos para la representación no cesan, y presas de lo que podríamos llamar histeria supersticiosa, las autoridades a cargo de la festividad no cejan en su empeño de encontrar a Andrés, aunque tienen un sustituto que a nadie le agrada, porque se presume homosexual, lo cual se considera una afrenta para representar al Mesías.
Daniela concluye la narración diciendo que en la cinta se pasa revista en forma chusca a una serie de personajes plenamente populares que no hacen más que exhibir en tono folklorista y arrabalero el comportamiento del mexicano de un barrio promedio de la periferia urbana, miserable y poco educado, donde se perciben ciertos atisbos de religiosidad a los que en realidad subyacen la superchería y la irrespetuosidad.
Añade que, como documentalista, Servando González había cubierto en varias ocasiones la Pasión de Cristo en Iztapalapa, por lo que en esta cinta incluyó escenas reales de la representación.
Aquí las cinco cintas que no te puedes perder, desde la dramática hasta la chusca y que nos darán definitivamente otra visión de la conmemoración de la Semana Santa desde la perspectiva del cine nacional y sus grandes actores.
Fuente:
Archivo de la Filmoteca de la UNAM.