Para muchas familias resulta muy grato mirar al pasado y escuchar anécdotas de nuestros abuelos y padres. Frecuentemente estas charlas giran alrededor de un festejo que muchas veces termina en la clásica desempolvada de aquellos álbumes de fotos que resguarda y atesora algún miembro de la familia y que comparte con gran entusiasmo.
En ese momento se activa la memoria de los abuelos, tíos y tías que indican a los más pequeños los nombres y los lugares en que fueron tomadas dichas fotos. ¡Aquí está tu papá!, ¡Mira, tu mamá a tu edad!
A muchos de nosotros nos llamaba curiosamente la atención que alguna vez nuestros padres fueron niños; incluso, había quién pensaba que en aquellos días no existían los colores, que todo era blanco y negro.
Escuchamos lo difícil que era tener una cámara en décadas pasadas y todo lo complicado que era comprar un rollo fotográfico, instalarlo debidamente, capturar cual fotógrafo profesional con luz apropiada y lente enfocado un número limitado de fotos, para después retirar aquel rollo y llevarlo a un centro de revelado para, luego de unos días, recogerlo -ya revelado- y esperar lo mejor.
No era raro que algunas fotos salieran “veladas” o “movidas” y que únicamente unas cuántas merecieron ser compartidas y tomar su lugar en el álbum familiar, o si eran muy buenas, tal vez podían ocupar un lugar en la pared de la sala en un marco.
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Para otras familias existía la opción del retrato familiar o individual en algún estudio de renombre o bien, en alguna tienda departamental. Podría ser aquel conjunto de fotos -tipo collage- en una primera infancia en las que todos los padres veían a sus hijos como modelo para la entonces famosa marca de alimento infantil “Gerber”, las de alguna ceremonia religiosa, desde bodas a primera comunión, y el clásico retrato familiar en el cual posaba toda la familia.
Muchas salas todavía conservan este tipo de retratos familiares como parte de la decoración. Todo sea por detener por un instante el tiempo y congelar un momento inolvidable de la vida con nuestros seres queridos.
Aunque muchas personas todavía conservan sus fotos viejitas y las consideran parte primordial y relevante del patrimonio histórico familiar, existen otras que por alguna u otra razón no les dan el mismo valor y los llegamos a encontrar en los cientos de tianguis de la ciudad. ¿Existe una segunda vida para este tipo de material ya desechado y en el olvido?
Para conocer más acerca de este tema, entrevistamos al doctor en Historia del Arte por la UNAM, Miguel Ángel Rosas, quien además es un notable coleccionista de fotos y retratos familiares.
Sobre el origen de su afición e interés por el tema de los retratos de familia, el historiador nos comentó que su primera experiencia fue como fotógrafo de bodas y XV años. Miguel Ángel entonces tenía 23 años y ese trabajo le permitió terminar sus estudios universitarios; primero como diseñador urbano y posteriormente como historiador del arte.
“En aquella primera época creaba la imagen, más tarde la teorice y ahora también la colecciono”. Nos comentó que su principal objeto de estudio son las décadas de los años sesenta y setenta.
“Mi interés en el coleccionismo de fotografías familiares de los años 1960 y 1970 se debe a los cambios ocurridos en la imagen. La postfotografía, término acuñado por Joan Fontcuberta, designa una época en que la fotografía tradicional se desprende de su uso original para convertirse en otra cosa. Me interesa, en ese sentido, el cambio en el paradigma, entender la fotografía de familia como documento histórico, no del pasado, sino del presente. La reflexión que busco está en el despojo, en la huella, en el anonimato histórico que refleja un trozo de realidad. En otras palabras, en la imagen extendida”, explica.
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Le preguntamos al historiador si con dichos términos se refería a un seguimiento o un rastreo, por así decirlo, después de haber sido tomada la foto.
El doctor Rosas comenta que efectivamente, se refería a una vida posterior de la imagen. “Un tipo de fotografía familiar después de la familia. La circulación del retrato familiar en tianguis se va desprendiendo de su primera narración y su primera intención de ser una fotografía familiar y las inserta en un nuevo significado; lo íntimo, lo personal se volvió público”.
Para el también maestro en historia del arte, las imágenes familiares cambiaron su naturaleza a partir de ese doble significado. “La fotografía que colecciono recoge una interrupción del tiempo, es decir, la segunda historia de las fotografías familiares a partir de su expulsión”.
“En esa desvalorización la fotografía familiar se volvió desechable. La imagen familiar va ocupando otros espacios, uno de ellos es el anonimato. No solamente es un acto de iconoclasia, sino además de secularización”, indicó Miguel Angel.
Al preguntarle sobre los objetivos como historiador del arte en ese tipo de coleccionismo, nuestro entrevistado dijo que su intención es construir una teoría de la fotografía a partir de su desecho. Entender el despojo como un ritual de la memoria.
De ser fotos cerradas devienen en fotografías abiertas a partir de la pregunta ¿qué hacemos en ellas?, para él, coleccionar este tipo de material representa un modo de cuestionar.
“Las adquiero para aproximarme a otras lógicas que se abrirán a partir de la pregunta, es decir, la pluralidad de su discurso. Las fotografías familiares en tianguis presentan ese desdoblamiento. Las inscribo en una problemática mayor: la de la cultura.
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“Al hacerlo me aproximo a otro tipo de fuente, una que está en proceso de creación, fuentes no institucionalizadas aún. Se requiere crear una metodología para entender estos acervos que nuevamente se están reuniendo bajo otras condiciones y es lo que pretendo. Ese es mi interés en la recuperación de archivos y colecciones familiares anónimas”, comparte el doctor en historia.
Al preguntarle el significado de la fotografía “anónima” como fuente documental y a las posibles razones del por qué tiraron estas fotos en vez de guardarlas, el historiador nos explicó que este tipo de acervos fotográficos registraron un solo tipo de familia: la nuclear.
Añadió que la circulación, la desmaterialización de acervos completos está explicada en su desvalorización. “El álbum de familia que contenía esa historia íntima se perdió y con ello esa cohesión social. Supongo que es romper con ese vínculo, el lazo. Hay un importante cambio de significación en esos despojos”.
Dice que “al comprar esos lotes de fotografías se teje una especie de interrogación de la imagen por medio de sus significados asociados. Hay un cambio de sujeto del que sólo ve al que interroga. Esos niveles subsecuentes de significación son los que restituyen su capital simbólico es decir su valoración. El referente se encuentra ahí, pero en un tiempo que no le es propio”, explica.
Sobre las diferencias entre las fotos anónimas o de aficionados y los retratos de estudio nos dice que la fotografía de aficionado permitió sacar a la imagen del estudio. El fotógrafo de estudio se encargaba de controlar los elementos simbólicos y los gestos retóricos, solemnidad, rigidez, las denominadas poses, la ubicación ficticia mediante cicloramas, en otras palabras, la escenificación y el rito.
Esa ceremonia formal se desarrollaba en el espacio plástico predeterminado. La fotografía de estudio registró un linaje y la imagen certifica ese hecho memorable. Aquella situación se amplió con la llegada de las cámaras caseras.
“El tipo de imagen que adquiero es la de aficionado porque para mí es necesario rescatar aquellos materiales producidos en la vida cotidiana. La fotografía amateur está producida desde otros convencionalismos. Los lectores pueden mirar mi acervo y se percatarán de otros gestos, más sueltos, otros escenarios, casi todos abiertos. Aquel tipo de libertad en la imagen es la que gozo y hoy día con la incorporación de cámaras a la telefonía celular es la que todos producimos: “usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto”, concluyó Miguel Ángel Rosas.
- Semblanza
- Miguel Ángel Rosas es doctor en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, con la tesis: “El Templo Mayor de José López Portillo”. Es maestro en Historia del Arte por la UNAM y licenciado en Diseño Urbano Ambiental por la Facultad de Arquitectura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.