Texto: Carlos Villasana
Desde calcetines, abrigos y hasta uniformes escolares, todo aquello que luciera semi nuevo, sin muchos remiendos, con la oportunidad de hacer que se ahorraran unos pesos, o simplemente de mantener en la familia los recuerdos de la abuela, las tías los hermanos, todo tenía derecho a entrar en la categoría de ropa heredada.
Sin dudarlo, del baúl salían las cosas que algún día serian heredadas, regaladas o usadas por un segundo, tercero y hasta cuarto dueño o dueña. Cuando ya no diera más de sí, sería vendida al ropavejero o se convirtiera en relleno para nuestras almohadas o en trapo de cocina.
En los años sesenta no era extraño ver niños que vestían ropa varias tallas más grandes que su complexión: era el resultado de la economía familiar la mayoría del tiempo. Foto: Bob Schalkwijk.
Y es que, de quién no hemos escuchado alguna vez las anécdotas que se vivieron con la ropa que usaron alguna vez, comenta la experta en publcidad Vanessa Sánchez de la Rosa. Desde un “este me lo regalo tu abuelita”, hasta “¿por qué rompiste el pantalón?, ahora ya no lo podrá usar tu hermano”.
Miles de historias afines en los hogares mexicanos representaban no solo la búsqueda por hacer rendir las prendas que eran compradas con esfuerzo, sino también la emoción y hasta la añoranza de poder estrenar un vestuario totalmente nuevo, algunas veces sin pensar que luego sería usado por otro integrante de la familia.
Una costumbre que se pierde con el tiempo
Hoy en día esas anécdotas son menos comunes, señala Vanessa, porque con el auge de la fast fashion o “moda rápida” cada vez es más fácil tener acceso a prendas de menor costo, aunque no siempre con la confianza de que sean de mejor calidad.
Las personas buscaban productos de calidad que fuera proporcional a su costo en la época de los años 60 a los 90 o inclusive desde mucho antes, cuando la industria del fast fashion aún no era un término tan popular y las familias eran más numerosas que ahora.
A Carlos V. Cedillo le tocó usar cinturón y zapatos heredados, lo que era posible por la calidad de la piel en los productos de su niñez, alrededor de los años 50. Tenía que usar doble calcetín para llenar ese calzado, que había pertenecido primero a nadie menos que su papá. Colección Carlos Villasana.
La experta indica que surgió la moda basada en productos de origen mexicano que no solo presentaban versatilidad al ofrecer ropa que fácilmente se podía volver unisex y con un estilo contemporáneo pero –sin ser pasajero-, sino que además permitía que las personas consiguieran prendas únicas al mismo tiempo duraderas.
Muchos de estos vestidos y conjuntos eran puestos a la venta en sitios como los que se encuentran en el Centro Histórico: Pino Suárez, Mesones y demás calles aledañas al Zócalo de la Ciudad de México, en donde hasta la fecha podemos encontrar tiendas especializadas en ropa, aunque desafortunadamente ya no toda es fabricada por manos mexicanas.
A inicios de los años 70, en la Ciudad de México fue cada vez más usual ver prendas en sintonía con la moda en el resto del hemisferio occidental. Colección Carlos Villasana.
Era inevitable considerar estos lugares como predilectos para ir a comprar este tipo de productos si en aquellos tiempos aun no existían las grandes cadenas que ofertaban prendas a menor costo y de buena calidad, que eran más cercanas a ciertas localidades, y que casi a diario se veían en anuncios de revistas.
Del anuncio a la tienda y de ahí al ropero
De acuerdo con Vanessa, en los medios impresos se invitaba a las personas a comprar en este tipo de establecimientos, logrando convencerlos de que ahí podrían obtener precio, calidad y variedad, pero sobre todo durabilidad, ya que la prioridad para muchos no era el lucir al último grito de la moda.
Hace años la revista "Vanidades" promocionaba con regularidad productos como los suéteres marca Vitos. Por supuesto, no está de más preguntarse si había familias que buscaban algo de "fácil cuidado" y "que nunca pasa de moda" para heredarlo. Vanidades, 1970.
Por entonces, la tarea no era sino hacer rendir las vestimentas por varios años mediante la reutilización de la misma una y otra vez, y no porque no se quisiera sino porque el contexto social y económico muchas veces no lo permitía de otra manera y obligaba a invertir el dinero en otro tipo de necesidades que no implicaban comprar ropa nueva de forma continua, pues esto solo ocurría en ocasiones especiales, como fiestas de fin de año, cumpleaños o cuando la holgura económica lo permitiera.
Zapatos de tu hermana mayor y calcetines enormes. Aún en los 80, usarlos sería inevitable hasta que crecer y conseguir un trabajo que cambiara la situación. Foto: Bob Shalkwijk.
Y es que el comprar ropa no era un acto tan cotidiano como lo es en nuestros tiempos, como bien recuerda nuestra entrevistada, pues representaba todo un suceso que pocas veces pasaba, ya que no solo conllevaba ir a las tiendas y ver prendas, sino que además significaba ir en familia o en compañía de nuestra mamá.
Esto significaba pasar juntos todo un día, probando y observando para elegir con inteligencia, de entre toda la variedad, ese traje o vestido correcto para una ocasión especial pero que al mismo tiempo fuera el adecuado para después usarlo a diario.
Igual que desayunar o comer, comprar ropa era una actividad que casi siempre se hacía en familia, eso sí, siempre haciendo caso a los consejos de los padres, abuelos o tíos que nos acompañaban. Foto: Fontecilla.
Entonces era muy común buscar prendas que no solo fueran accesibles al bolsillo del consumidor, sino que además permitieran dar una larga vida útil, para poder compartirlas con más de una generación.
La colorida variedad textil de antaño
La variedad partía con los zarapes de colores neutros y camisas blancas, básicas para todos los niños que habitaban en los pueblitos que apenas se encontraban en crecimiento en los alrededores de la ciudad, ubicados en el hoy tan conocida Área Metropolitana.
No podían faltar los vestidos, trajes y suetercitos tejidos, muchas veces confeccionados por las propias mujeres de la familia, los cuales eran cuidados con suma delicadeza por el valor emocional y funcional que contenían, y que además después podían ser conservados para los futuros hermanitos o los más chiquitos de la casa.
En los años 80 una marca de calzado muy socorrida por las familias mexicanas fue Coloso, "el zapato con alma". Vanidades, 1986.
La cantidad de marcas nacionales que se ofertaban en aquellos ayeres era impresionante, comparada con lo complejo que es hoy en día poder conseguir algo 100% mexicano.
Los anuncios desbordaron las publicaciones impresas, que a su vez daban una otra visión del Centro Histórico de la Ciudad de México: no solo como una zona turística, cultural e histórica o una zona de ambulantaje, como se interpreta hoy en día, sino que además de eso representaba un centro de comercio al estilo de la Quinta Avenida ubicada en Nueva York, versión mexicana, en donde podías encontrar diversidad e intercambio de productos entre ellos, la ropa.
En esta imagen, la nostalgia se encuentra al leer las direcciones de las tiendas de ropa de una zona a la que hasta la fecha miles de capitalinos acuden cuando hay oportunidad. Colección Carlos Villasana.
Volver a las modas pasadas, de nuevas maneras
Así que sí, la moda de consumir la ropa de bazares o de seguir la tendencia hoy tan popular llamada second hand, no es una innovación que recién haya surgido, por el contrario es una tradición que se remonta años atrás, solo que desde otra perspectiva en la cual lo primordial era poder ahorrar para solventar necesidades que se consideraban realmente indispensables para las personas de aquellas épocas.
Aunque si eras de familia acomodada y tenías mayor facilidad para comprar lo último de lo último en moda, no estabas exento de la tradición de usar y dar ropa, accesorios y pertenencias a otros integrantes del hogar, por la añoranza de conservar algo que había estado durante muchos años dentro de la familia y que más que un pedazo de tela representaba historias, personas, épocas, culturas y hasta un homenaje y una forma de tener presentes a aquellos que amábamos.
Más allá de las tendencias en los diseños, la lana fue muy buscada por los compradores hasta hace poco, gracias a la larga vida útil como material. Vanidades.
Sin embargo, dice Vanessa, ahora buscamos ser más sustentables y amigables con el medio ambiente mientras a la par encontramos prendas inigualables, al mismo tiempo que ahorramos dinero acudiendo a lugares en donde podemos todavía rescatar prendas con “las tres B”, bueno, bonito y barato. Algo muy complicado en nuestros tiempos, por la forma en que la industria de la moda ha crecido y se ha diversificado.
A pesar de la diversidad de prendas y diseños que podemos adquirir hoy en día, al alcance de un solo clic y hasta la puerta de la casa, nada iguala la calidad y durabilidad con la que eran elaboradas antes. El tiempo de vida de las prendas que consumimos ahora es sin dudarlo mucho menor al que se manejaba en aquellos ayeres.
Por fortuna la tendencia de consumir productos de segunda mano, la búsqueda de ropa más durable, con estilo y un costo más accesible, es una de las reinvenciones más favorables de nuestros tiempos.
Si esta foto de los 70 te resulta familiar, seguro se debe a que percibes pequeños detalles que la moda actual ha retomado. Colección Carlos Villasana.
A su vez normaliza cada vez más el consumo, el interés y la demanda de este tipo de prendas por las nuevas generaciones, quienes de nueva cuenta le apuestan a darle una nueva oportunidad a todo aquello que un día perteneció a otra persona y que representa una época, un estilo y sobre todo una inversión duradera y ecológica.
Queda a la deriva la pregunta obligada: si la moda se recicla y se reinventa y si será momento de pensar en desempolvar aquellas prendas que no usamos más para heredárselas a nuestros hijos, nietos o alguien que estimemos mucho, resignificando y volviendo aún más nostálgico el valor de lo que algún día sólo fue un pedazo de tela bien cortado, puesto en el aparador adecuado para ser comprado.