Los animemos de San Juan Tlilhuaca, en Azcapotzalco, ofrecen una oración frente a una ofrenda colocada en una de las calles del pueblo. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
Por: Carlos Villasana S.
Pocas zonas de la capital practican sus tradiciones y festividades de Día de Muertos, como la alcaldía Azcapotzalco, donde año con año su población recrea costumbres arraigadas desde la época virreinal en la que participan con entusiasmo y respeto, lo mismo adultos que niños.
Ubicada al norponiente de la capital, este lugar colinda con Naucalpan y Tlalnepantla, así como con las alcaldías Miguel Hidalgo, Cuauhtémoc y Gustavo A. Madero. Su principal actividad es la producción de los derivados del maíz.
Su nombre significa lugar de las hormigas y es de las alcaldías que ha tenido más panteones. Julio Arellano, historiador y cronista explica en entrevista que actualmente Azcapotzalco cuenta con siete, tres de ellos públicos, administrados por la Alcaldía: San Isidro, Santa Cruz en Acayucan y Santa Lucía en Tomatlán.
Julio comenta que a las orillas de los poblados de Santa Cruz Acayucan y de Santa Lucía Tomatlán se encuentran antiguos caminos que van hacia la Basílica de los Remedios en Naucalpan, por ello en las tumbas de sus respectivos panteones es común ver esculpida o dibujada a Santa María de los Remedios.
Aspecto del panteón de San Juan Tlilhuaca, en Azcapotzalco, barrio de los animeros o de los brujos por sus conocimientos de las hierbas medicinales. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
Los otros cuatro, dice, son comunitarios o vecinales: San Juan Tlilhuaca, San Pedro Xalpa, San José Xochinahuac y San Andrés de las Salinas. Julio dice que no son los únicos que han existido dentro de la demarcación, son parte de una larga historia de cementerios que en algunos casos llegan a tener más de 100 años de existencia.
Y es que sus tradiciones son tan antiguas como los panteones de sus barrios, la mayoría de origen prehispánico y virreinal.
La tradición vive en el Barrio de San Juan Tlilhuaca
De los cuatro panteones comunitarios o vecinales, hablaremos un poco de la gran tradición que se vive cada año en San Juan Tlilhuaca, también conocido como el barrio de los Brujos.
San Juan fue cabecera del barrio de tepanecos desde que los tepanecas de Azcapotzalco perdieron la guerra con Tenochtitlan y Texcoco en 1428, hasta principios del siglo XIX.
El panteón data de principios de siglo XX y es parte de la tradición aún viva de los llamados “animeros”.
Representación de los animeros hechos de cartón, basados en los diseños de Gabriel Vargas y Marisol Torices. Crédito Tlacuilo/Cortesía
En entrevista, el periodista David Galicia Sánchez nos comenta que el caso de San Juan es importante en la historia y las tradiciones de la demarcación desde tiempos prehispánicos. Tras la derrota de los tepanecas de Azcapotzalco por los mexicas de Tenochtitlan, el poblado se dividió en dos, cada una con su cabecera.
La de mexicas en Azcapotzalco y la de tepanecos en Tlilhuacan, con “n” como se le conocía antes, palabra en nahuatl que se traduce al español como “lugar de lo oscuro” y luego de la evangelización se le llamó San Juan.
Ánima del purgatorio que data de la época colonial. Hasta hace unos años, esta figura era portada en las procesiones de los animeros de San Tlilhuaca, Azcapotzalco. David Galicia Sánchez/Cortesía
Aquí se ha desarrollado uno de los festejos de Día de Muertos más importantes de la capital, no solo por su panteón vecinal lleno de flores, sino por los “animeros”: vecinos que recorren el pueblo, vistiendo gabán, ayate o rebozos y que cargan una red para recoger los alimentos que entregarán a los difuntos; durante la procesión piden por aquellas ánimas que se quedaron en el purgatorio y solo con rezos de los vivos pueden llegar a los cielos.
Las calles del también llamado “El pueblo de los brujos”, ya que desde sus orígenes se destacó por practicarse ahí la herbolaria, se decoran con papel picado, con murales urbanos realizados por grafiteros mexicanos y franceses, que aluden a estos festejos, y collages donde otros vecinos escriben sus calaveras literarias.
Mural elaborado por Nicolás Barrome Forgues en una de las calles de San Juan Tlilhuaca, Azcapotzalco. En él se observan alebrijes, calaveras y veladoras, entre otros elementos.Cortesía.
La investigadora Teresa Mora Vázquez, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) refiere que desde la época colonial, el beato Juan Sebastián de Aparicio introdujo el ritual de la procesión de los animeros, celebrado cada 1 de noviembre, en el que participan jóvenes, adultos y niños del pueblo.
Los animeros se congregan en el panteón de San Juan Tlilhuaca y de ahí parten en procesión para acudir a algunas casas del pueblo a rezar por la salvación de las ánimas de los difuntos, de ahí su nombre.
Animeros de San Juan Tlilhuaca, Azcapotzalco, en la ofrenda de una de las familias del pueblo. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
En agradecimiento por las plegarias , las familias entregan a los animeros parte de sus ofrendas, principalmente frutas, panes, veladoras, flores, dulces y tamales.
Ese día el pueblo es una explosión de colores y aromas, las ofrendas en las casas van desde las más elaboradas hasta las más sencillas, pero todas son colocadas con devoción y solemnidad para recordar a los que ya se fueron.
Parte de la ofrenda de muertos colocada en el panteón de San Juan Tlilhuaca, uno de los siete que tiene actualmente Azcapotzalco, donde los animeros depositan las frutas, panes, dulces y veladoras recolectados durante la procesión por las calles de este barrio. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
En el grupo que encabeza la procesión de los animeros todos tienen una función qué cumplir:
El carretonero, quien conduce la carreta donde se depositan las ofrendas recibidas. Junto a él camina el campanero, que anuncia la llegada de los animeros a las casas; un animero que guía la ruta de la comitiva; una animera que porta un estandarte con el nombre del pueblo y la imagen de Mictlantecutli y Mictlancíhuatl, señor y señora de la muerte.
Otro animero porta una imagen de las ánimas del purgatorio. Atrás acompañan al cortejo los ayateros, encargados de recibir en sus ayates las ofrendas que les den en las casas para depositarlas en las carretas, y un cohetero que anuncia el paso de los animeros por las calles del pueblo.
Animeros durante su procesión por las calles de San Juan Tlihuaca, Azcapotzalco. De gabán y sin sombrero, va el carretonero. Con sombrero, el animero que guía la ruta, atrás la animera que toca la campana anunciando el paso de los animeros por las calles y a la izquierda otra animera que lleva la imagen de un alma en el purgatorio. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
Recorren el pueblo de San Juan Tlilhuaca entonando una letanía que pide por la salvación de las almas en el purgatorio: “salgan, salgan, salgan ánimas en pena, que el rosario santo rompa sus cadenas”.
La procesión concluye por la noche en el panteón del pueblo, donde los animeros son recibidos por las familias de los difuntos que descansan ahí, así como por grupos de concheros que realizan danzas prehispánicas.
Los ayateros depositan en el altar del panteón las ofrendas que recolectaron en su recorrido y junto con los demás animeros se integran a los presentes para rezar un rosario; las luces del panteón se apagan y el lugar queda iluminado únicamente por las veladoras que las familias colocan sobre las tumbas, en un momento de íntima convivencia con los muertos.
Aspecto de la sección de niños del panteón de San Juan Tlilhuaca, un 1 de noviembre, en Azcapotzalco. Las tumbas suelen ser adornadas por los familiares de los infantes que reposan en este lugar. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
El cementerio del centro de Azcapo que ya no vemos
El historiador y cronista de Azcapotzalco Julio Arellano nos dice que también existen noticias del cementerio de la Catedral de Azcapotzalco, cuya historia data de la época virreinal.
Con la construcción de las parroquias y los conventos por órdenes de la Nueva España, los cementerios se encontraban en los patios frontales de las iglesias, estos fueron parte de la “arquitectura experimental” que surgió de la tradición europea y las novedades americanas.
Litografía de la Iglesia de Azcapotzalco, Conventos suprimidos de México, 1861 de Manuel Ramirez Aparicio. Cortesía.
Los dominicos realizaron la evangelización del antiguo altepetl tepaneca de Azcapotzalco. En 1565 se terminó el convento de Santo Domingo y su patio frontal o atrio se utilizó para actividades de evangelización: realización de sacramentos, peregrinaciones, misas y entierros.
Para 1888 el prefecto municipal de Azcapotzalco proyectó el establecimiento de un nuevo panteón: “con el fin de evitar en lo sucesivo las inhumaciones de los cadáveres se hagan como hasta aquí en el cementerio de la parroquia, lo que perjudica notablemente a la higiene y salubridad públicas por razón de lugar tan céntrico que está situado ese templo (el convento de Santo Domingo)”.
Escenario de la última batalla por la Independencia
Julio Arellano menciona que el cementerio del convento de Santo Domingo es mencionado durante las crónicas de la “Acción de Azcapotzalco” del 18 de agosto de 1821, cuando se enfrentaron las fuerzas trigarantes de Luis Quintanar, al mando de Anastasio Bustamante, contra los realista de Manuel de la Concha, y que es considerada como la última batalla por la Independencia.
En los partes de guerras de ambos bandos se escribió: “los españoles… se refugiaron en la iglesia, cementerio y casas fuertes….”. Todavía en un mapa de 1857 apareció registrado el cementerio con una constelación de cruces frente la iglesia.
Pocos años después se registraron quejas sobre los panteones de Azcapotzalco, no solo el de la iglesia central, sino también los que existían en los otros 27 barrios.
Los animemos reciben tamales a su paso por una de las casas del pueblo de San Juan Tlilhuaca. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
Julio narra que en 1895 se planteó la opción de ceder parte del antiguo cementerio para construir un mercado, tal vez se referían al Mercado siglo XX, que se encontraba donde ahora está el Jardín siglo XXI, a un lado del atrio de la Catedral de Azcapotzalco.
Se desconoce cuando desapareció el cementerio del centro de Azcapotzalco, pero para finales de 1902 un terreno del barrio de Santa Cruz Acayucan, adquirido por la Secretaría de Gobernación, quedó destinado a panteón y en 1910 fue donado por el presidente Porfirio Díaz a la municipalidad.
Joven animera en peregrinación por las calles del barrio de San Juan sosteniendo un estandarte con las imágenes de Mictlantecutli y Mictlancíhuatl, señor y señora de la muerte. Crédito: David Galicia Sánchez/Cortesía.
Otro de los camposantos muy conocido de esta demarcación es el de San Isidro , uno de los más grandes de la Ciudad de México, plantado en los terrenos del antiguo rancho virreinal del mismo nombre y el cual tiene una sección especial para niños.
Estos días no puedes perderte de vivir y conocer las tradiciones de Día de Muertos en Azcapotzalco, lugar de panteones y tradiciones vivas.
Tumba del panteón de San Isidro, uno de los más grandes de la Ciudad de México, en los terrenos del antiguo rancho virreinal del mismo nombre. Cortesía.
Fuentes:
- Entrevista a David Galicia Sánchez, periodista especializado en historia de la Ciudad de México y en problemas urbanos. Egresado de la UNAM. Forma parte del cuerpo docente del Diplomado de Periodismo Especializado que imparte la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la máxima casa de estudios.
- Entrevista con Julio Arellano, Historiador y cronista de Azcapotzalco.