Imagen de principios del siglo XX de gente dentro de una vecindad observando la salida de un ataúd, al cual seguramente acompañarían en procesión por las calles hasta el panteón más cercano. Crédito: Mediateca del INAH.
Texto: Miguel Ángel Teposteco Rodríguez
A los mexicanos se nos relaciona con la muerte desde la época prehispánica. Tal vez por nuestras costumbres, que son fascinantes para la mayor parte del mundo; otras podrían resultar curiosas, como el comer en los panteones el Día de Muertos o representar estas ausencias con cráneos y huesos, sin un significado terrorífico, sino de amor hacia los seres queridos.
En años recientes, algunas de estas costumbres funerarias, sobre todo de la religión católica, tuvieron que cambiar con la llegada de la COVID-19; por salubridad, los cuerpos debían ser cremados y no enterrados.
Durante la pandemia por la Covid-19 era obligado cremar los cuerpos de los fallecidos por esta enfermedad viral, aquí una imagen de un cadáver listo para entrar a un horno crematorio. Crédito: Archivo EL UNIVERSAL.
Antes de la pandemia se compraba un ataúd, se embalsamaba el cuerpo para “velarlo” toda la noche en reuniones multitudinarias.
Según cifras del INEGI, en México las incineraciones aumentaron en 2019, en medio de algunos de los momentos más difíciles del confinamiento. Ese año se reportaron 78 mil 91 entierros y 6 mil 777 cremaciones; para 2020, tan solo las cremaciones subieron a 11 mil 980, es decir, casi el doble.
Las costumbres funerarias en la Ciudad de México han experimentado cambios radicales entre los años 20, cuando agentes uniformados de las agencias funerarias llevaban el féretro en sus hombros, y el año 2020, durante el cual la pandemia por la Covid-19 hizo frecuente la escena de traladar fallecidos bajo todas las precauciones sanitarias.
Según el libro Juntos pero no revueltos: Prácticas funerarias en la Ciudad de México a principios del siglo XXI, el ritual católico para enterrar a los muertos, establecido siglos atrás, tenía varios pasos:
La visita de un sacerdote a la casa del difunto; luego se hacían “oraciones de sufragio en los siguientes momentos más significativos de la muerte”; se velaba el cadáver del difunto; se trasladaba al templo; tras la misa se desarrollaba “toda celebración eucarística”; y el sacerdote “se acerca a la caja para la última despedida”.
En el libro De muertitos, cementerios, lloronas y corridos (1920-1940) se menciona que para principios del siglo XX aún existían plañideras (mujeres que son contratadas para llorar en los funerales).
Además, en la ceremonia se apreciaban las demostraciones de dolor públicas, “se llevaban a cabo en medio de lágrimas y oraciones. Se ofrecían misas antes y después de la muerte, incluso con el cuerpo del difunto ahí presente, y después continuaban en un ciclo llamado ‘novenario’ - tradición que en muchos sitios continúa-.Los funerales son una ceremonia presidida por el fallecido, después de todo es un acto social”.
A principios del siglo XX mexicano, los funerales eran un contraste entre la gente adinerada y las clases sociales más bajas. Un ejemplo es el 26 de marzo de 1905[1] , cuando el gobierno de Porfirio Díaz realizó un funeral a Manuel de Azpiroz, destacado político y ex fiscal en el juicio contra Maximiliano, quien tuvo un ritual que fue un “acto de Estado” según el New York Times; la procesión incluyó a autoridades eclesiásticas de alto rango y el embajador de Estados Unidos en México en ese entonces, Powell Clayton.
Hace 100 años, los entierros eran diferentes. A decir del artículo La muerte cambiante publicado en la revista “Km. Cero” del Gobierno de la CDMX, en 1910 la administración porfirista tuvo que suspender el proyecto para construir un Panteón Nacional por el avance del movimiento revolucionario en diferentes partes del país.
Para finales del siglo XIX, las procesiones funerarias habían disminuido en la ciudad de México, “pues los cementerios activos habían quedado fuera del Centro”.
F
oto de inicios del siglo XX, donde el obispo preside una procesión por la muerte de Manuel de Azpiroz, importante político porfirista, cuyo ataúd entra al Panteón Francés de esta capital. Crédito: Mediateca INAH.
Una multitud acude a un panteón, todos ataviados de negro hasta sus paraguas. Según la información de la imagen, propiedad de la Mediateca del INAH, los hechos ocurren en la CDMX a principios del siglo XX.
A principios del siglo XX y con el país convertido en un campo de batalla por el estallido de la Revolución, las ceremonias de los funerales no se hacían como antes, sumado al descenso poblacional.
Desde esos tiempos se hizo costumbre velar los cuerpos en sus domicilios dejando atrás, en casi toda la capital, las procesiones que recorrían las calles saliendo de las casas o vecindades hacia el panteón más cercano, así como los solemnes discursos que se daban en el camposanto acerca de la persona fallecida, explica el documento.
Antes era costumbre dar un discurso formal en el panteón y frente a la tumba, aquí una imagen de principios del siglo XX. Crédito: Mediateca INAH.
- Fuentes:
- Resultados de la recopilación de información de los panteones públicos en las zonas metropolitanas del país 2020.
- Fotografías: Fototeca Nacional vía Mediateca INAH.
- La muerte cambiante. En: Kilómetro Cero. Noticias del Centro Histórico de la capital. Noviembre 2014, no. 76.
- STATE FUNERAL FOR AZPIROZ.; To be Held Tuesday -- President and Mrs. Roosevelt to Attend It, New York Times: https://www.nytimes.com/1905/03/26/archives/state-funeral-for-azpiroz-to-be-held-tuesday-president-and-mrs.html
- El fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo: https://www.diputados.gob.mx/sedia/biblio/virtual/bicentena/fusil_max/03_fusil_maxi1.pdf
- De muertitos, cementerios, lloronas y corridos (1920-1940): http://zaloamati.azc.uam.mx/handle/11191/1389
- Juntos pero no revueltos: Prácticas funerarias en la Ciudad de México a principios del siglo XXI: http://biblioteca.diputados.gob.mx/janium/bv/lxi/jun_perno_rev2010.pdf
