Este lunes, después de 12 años encerrado en una , primero, y en una prisión, después, quedó en libertad.

Terminó así una saga en la que Estados Unidos lo persiguió en vano, exigiendo le fuera entregado después de que el activista australiano exhibiera el peor rostro de la política estadounidense: uno capaz de cometer los peores abusos con prisioneros en Irak, o de burlarse o hablar mal de políticos latinoamericanos y europeos a la sombra de documentos confidenciales que Assange, a través de , decidió destapar.

Héroe para unos, villano para otros, Assange ha sido un hombre lleno de polémicas: él asegura que la filtración de cientos de miles de documentos sobre las guerras en Irak, en Afganistán, o de embajadas en el mundo, obedeció a una necesidad de “transparencia”, de revelar al mundo la verdad de las políticas de Estados Unidos y sus aliados (porque también Reino Unido quedó muy mal parado con las filtraciones).

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El gobierno de Estados Unidos, en cambio, alega que con sus filtraciones, y aprovechándose de la posición de una analista de seguridad, Chelsea Manning, Assange no sólo puso en peligro la seguridad nacional del país, sino a colaboradores e informantes cuyos nombres salieron a relucir en los documentos liberados.

Han sido 12 años de idas y venidas, en los que Assange pasó de ser bienvenido en la embajada de Ecuador en Reino Unido a ser entregado, siete años después, a las autoridades británicas. De ahí, a una prisión de máxima seguridad, donde pasó otros siete años.

Assange se ha declarado perseguido, amenazado y ha afirmado que su vida correría peligro en Estados Unidos.

A la par de las acusaciones estadounidenses por espionaje y filtración clasificada, otras denuncias ponían en duda si Assange era un héroe o al menos adalid de la libertad de información: dos mujeres lo acusaban de abuso, una, y violación sexual, la otra. Las denuncias caducaron, sin que se verificara nunca la realidad tras ellas, aunque Assange ha insistido hasta ahora en que ambas fueron relaciones consensuadas.

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Casado en prisión, con dos hijos, Assange recupera finalmente su vida, y Estados Unidos deja atrás un caso que ha sido motivo de debate y división. Sin embargo, las acciones de Assange han dejado huella.

Tras él han venido más activistas para exhibir documentos secretos, acciones que podrían rayar en lo ilegal, no sólo en Estados Unidos, sino en diversos países del mundo, protegidos siempre bajo la sombra del anonimato. Edward Snowden, el exconsultor tecnológico refugiado en Rusia que exhibió documentos clasificados de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), incluyendo programas de espionaje, es quizá el más reconocido, pero hay muchos más.

¿Héroes o villanos? ¿Defensores de la libertad de expresión o figuras en búsqueda de fama y poder? Es una pregunta cuya respuesta varía dependiendo a quien se le pregunte.

Con la libertad de Assange, se cierra un capítulo y se abre otro: ¿alentará su caso a más personas a difundir los secretos sucios de la política?

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