La invasión de Ucrania es un evento central de la historia contemporánea que puede tener consecuencias imprevisibles en el orden (o desorden) mundial, en los mercados de energéticos, en las economías europeas que deben sustituir el gas y el petróleo que importaban de Rusia, en el futuro de Rusia y en las relaciones de Occidente con China.

Me parece correcto, como lo expresó Joe Biden en diciembre de 2021, caracterizar el conflicto actual como una batalla entre democracia y autocracia. Correcto, pero parcial. Es cierto que la democracia está bajo sitio en muchas partes: en Turquía, por ejemplo, con los opositores políticos en la cárcel, en Brasil con un gobierno de extrema derecha, en Hungría (aliado de Putin), en Irán, donde los Ayatolas no aceptan oposición alguna. A México -- por gran desgracia—no le va tan bien en esta escala: se quiere imponer la tendencia hacia un gobierno autoritario que podría desarmar la mayor parte de los avances institucionales que logró el país durante decenios para superar, oh débil esperanza, la era de los presidentes todopoderosos del pasado.

No es sólo una batalla entre democracia y autocracia: se trata de una nueva Guerra Fría que afectará a todo el planeta. Es el argumento del historiador Nyall Ferguson, académico de la Universidad de Stanford y analista de Bloomberg. La Guerra Fría II está dividiendo el mundo entre países autoritarios con gobiernos nacionalistas conservadores como Rusia y China (con sus aliados como Siria, Cuba, Bielorrusia) y los países que mantienen sistemas democráticos liberales, cada uno con sus fortalezas y debilidades. En el extremo, Vladimir Putin favorece un régimen reaccionario, nacionalista, cristiano ortodoxo y antiliberal en el que no caben los disidentes, los homosexuales, los movimientos feministas, ni la prensa independiente. Tampoco caben los vecinos cercanos que no se sumen a la órbita rusa.

China tiene un régimen parecido, aunque más estable, porque su gobierno tiene una estrategia de largo plazo que busca ante todo el desarrollo económico y tecnológico de su país y el bienestar de sus habitantes: claro, no se apoya en libertades democráticas, porque ve a Occidente en decadencia, y cree necesario de reprimir a sus minorías étnicas (como tanto hizo Rusia en el pasado soviético), al considerarlas amenazas a su seguridad. Ya son la segunda economía del mundo, no dejan de crecer y a la larga, no buscan sólo comerciar e invertir con sus aliados autoritarios, sino con todo el mundo.

En un artículo reciente en Bloomberg, Niall Ferguson sostiene

que parece un error de Europa y de los Estados Unidos el pensar que Ucrania puede ganar la guerra contra su invasor, y que la derrota de Putin podría generar su caída. Varios autores han sostenido que si el ruso pierde la guerra, podría ser desplazado del poder. No parece ser el caso. Ante todo, porque en Rusia no existe oposición: ni partidos, ni periódicos, y las escasas ONGs que defienden derechos humanos están acorraladas por el gobierno.

En segundo lugar, porque el presidente ruso tiene una base de poder en quienes rechazaron el desorden y las privatizaciones impuestas por el gobierno de Yeltsin en los años noventa. Por cierto, la ilegal incorporación de Crimea a Rusia en 2014 elevó sus niveles de popularidad. Según encuestas, la mayor parte de los rusos acepta el argumento de que su país está siendo acosado por la OTAN y los norteamericanos. Mientras tanto, los opositores prefieren no manifestarse mucho para no enfrentar la represión policiaca. Finalmente, en el país de los servicios secretos todopoderosos ¿quién la va a dar un golpe de Estado?

En Ucrania, las tropas rusas se están saliendo del cerco a Kiev, donde fueron eficientemente combatidas, en lo que parece ser un movimiento para reforzar la invasión en el Este. Cambiaron la estrategia: tomarán Mariupol para luego enlazar la invasión del Donbás con el sur hasta Crimea, y probablemente hasta Odessa, el principal puerto de Ucrania en el Mar Negro. No están perdiendo la guerra.

Van hacia la creación de falsas repúblicas independientes en Donetsk y Luhansk, donde domina la población de origen ruso, para eventualmente partir a Ucrania en dos regiones. Esta situación es muy parecida a la invasión rusa de Georgia en 2008, donde la consecuencia fue la proclamación de “territorios independientes” en la orilla Oeste del mar Negro, en Abjasia y Osetia del Sur. Rusia había acusado al gobierno de Georgia, como lo hizo recientemente en Ucrania, de atacar esos territorios, lo cual llevó a una invasión para “liberarlos” en lo que llamaron “una operación para imponer la paz”. En esa guerra hubo 192 mil refugiados o desplazados. Fue un ensayo para la operación actual en Ucrania.

No puedo terminar estas líneas sin expresar mi extrañeza y rechazo ante el fenómeno de un grupo de diputados mexicanos, supuestamente de izquierda, expresando sus simpatía por la Rusia de Putin, antidemocrática e invasora de un país pacífico que no tiene más culpa que la de estar situados en lo que el autócrata ruso considera como su “espera de influencia”. Habría que preguntar a esos diputados mexicanos si ese es el esquema de política y de país que quieren para México.

1. “Putin Misunderstands History. So, Unfortunately, Does the U.S.” Bloomberg, 22 de marzo, 2022.

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