Tenía pendiente la lectura de “La fuerza de las cosas” de Simone de Beauvoir (editorial Sudamericana, 7ª Edición, 1979, 762 pp.), libro que me ha acompañado por mis distintas casas o que quedó guardado en cajas cuando estuve fuera del país. Este año decidí leerlo (o releerlo) y ahora reseñarlo sin rubor, tanto tiempo después.
Curiosamente, en estos días me enviaron por Whats las fotos de lo que será una película biográfica de Simone y Jean Paul Sartre, encarnados por Brad Pitt (nada menos) y Eva Green. Sin duda habrá curiosidad de ver esa película, por más que como seguramente no será francesa, podremos esperar una versión más bien caricaturesca de la vida de los dos intelectuales más famosos del Siglo XX. Ya veremos.
Cabe agregar que tuve la suerte de vivir y estudiar en París en los años setenta, cuando la pareja aún vivía, y cuando Sartre, siempre rebelde, se había convertido a una especie de maoísmo y llegó a apoyar activamente “Liberación”, un periódico de izquierda radical, e incluso venderlo a la salida de las fábricas. O al menos eso se decía en esa época.
“La fuerza de las cosas” (1963) es una parte central de los libros autobiográficos de Simone de Beauvoir (1908-1986) desde el final de la 2ª Guerra Mundial hasta los años sesenta. De sus memorias, novelas y ensayos, menciono sólo algunos: “El Segundo Sexo” (1949), “Los Mandarines” (1954) que recibió el Premio Goncourt, “Memorias de una joven formal” (1958), “La Mujer rota” (1967), “La larga marcha. Ensayo sobre China” (1957) y “La ceremonia del adiós” (1981), que narra la enfermedad y muerte de Sartre, ocurrida en 1980. Están enterrados juntos en el cementerio de Montparnasse.
Rompiendo con la moral de su tiempo, no se casaron ni tuvieron hijos. Fueron una pareja libre durante toda su vida, distinguiendo entre los “amores necesarios” (o sea el suyo) y los “amores contingentes”, o sea las distintas parejas que tuvieron a lo largo de los años sin ocultarse nada y muchas veces viajando todos juntos por Europa y otros países. Siempre se hablaron de usted; compartieron una intensa vida intelectual y política, y cada uno revisaba y criticaba los textos del otro.
Se hicieron famosos desde los cuarenta años, por la creación del existencialismo, por sus artículos sobre los temas de cada coyuntura, por su militancia la mayor parte del tiempo cercana a los comunistas y por la revista “Les Temps modernes” fundada en 1945 con Raymond Aron (que luego se volvió gaullista), Michel Leiris, Maurice Merleau-Ponty, Boris Vian y otros intelectuales de izquierda. Se publicaron 700 números de la revista hasta 2018.
Por su larga celebridad y por el papel protagónico de París en la vida intelectual europea después de la guerra, Sartre y Simone vivieron intensamente las intensas etapas de la Guerra Fría, la lucha de Vietnam contra el dominio francés, la terrible guerra de Argelia, la muerte de Stalin y las consecuencias del XX Congreso de la URSS, la invasión rusa de Polonia y de Hungría en los años cincuenta que llevó al ulterior desencanto con la URSS, la ocupación norteamericana de Vietnam y mucho más. Cada uno de estos temas fue tratado en detalle en su revista.
“El Segundo Sexo” tuvo un mal recibimiento en una Francia más bien conservadora, pero las críticas que recibió promovieron el libro y su traducción a otros idiomas, especialmente en los Estados Unidos, donde fue un éxito de venta y el impulsor del posterior feminismo. Es uno de esos libros que hoy pocos han leído, pero que cuyos argumentos forman parte de la cultura mundial.
La guerra por la independencia de Argelia (1954-1962), hoy olvidada fuera de Francia, fue un evento fundamental en la historia moderna del país. Encabezada por el Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN), contra la colonización francesa establecida en el país desde 1830, fue una guerra particularmente violenta.1
Con alrededor de alrededor de un millón de colonos europeos, Argelia era considerada como suelo francés, y especialmente el ejército y la policía optaron por defender por todos los medios al gobierno colonial. Al final, los colonos franceses junto con grupos militares crearon una organización llamada el Ejército Secreto (OAS), dispuesta a dar un golpe de Estado en Francia para mantener el dominio de Argelia. Fue necesaria toda la fuerza y habilidad del Gral. De Gaulle para evitar la guerra civil, aceptar la independencia de Argelia y reorganizar el gobierno francés. Pero hasta que no se aplicó esta solución, en el país se vivió un clima de apoyo a la guerra colonial que por cierto incluía al Parido Comunista, que dejó a aislada a la izquierda independiente del país, especialmente los grupos cercanos a Sartre y otros intelectuales. Simone explica que en Francia había una “conspiración del silencio” que simplemente no quería saber nada sobre las torturas y represión contra los independentistas argelinos.
Parte central del libro autobiográfico son las narraciones de los viajes de Simone, principalmente con Sartre, o bien con el escritor norteamericano Nelson Algren con quien mantuvo una intensa relación. Varias veces ella fue a verlo a los Estados Unidos y viajó con él a México y a Guatemala.
La narración de sus viajes es detallada y excelente, dentro de Francia, toda Europa, y especialmente Italia y España, que era por completo diferente al país que conocemos en los tiempos actuales. Era la España franquista, aislada, oprimida por el ejército y los curas y con un campesinado empobrecido. A De
Beauvoir le gustaban las corridas de toros, recorrió varias ciudades para verlas y a los toreros famosos, y en un pasaje defiende a la fiesta brava de sus críticos.
Italia era el país favorito de Sartre y Simone. Traban de pasar un mes al año en Roma o recorriendo Venecia, Nápoles, Capri, Milán. En todos lados eran recibidos y festejados por amigos izquierdistas italianos, mucho más estables y amables que los dogmáticos comunistas franceses. Se hicieron amigos de Palmiro Togliatti, SG del PC italiano hasta 1964. Conocieron también a Luchino Visconti, al pintor antifascista Carlo Levi (autor de “Cristo se detuvo en Éboli”), al escritor Alberto Moravia y al pintor expresionista Renato Gutuso. Me parece pertinente citar una parte de sus impresiones de Italia:
“En Roma no hay fábricas ni humo. Nunca es provinciana, pero… en sus calles y plazas se encuentra la rudeza y el silencio de las aldeas… En Roma se disfruta a la vez del bullicio de hoy y de la paz de los siglos… La ciudad vive; vive gente en el teatro de Marcelo, la Plaza Navona es un estadio, el Foro, un jardín… la Via Apia sigue llevando a Pompeya… las plazas son irregulares, las casas asimétricas, pero sin romper el equilibrio… por la noche, la luz transforma el agua de las fuentes en penachos de diamantes… Roma, un lugar en donde es necesario llamar belleza a la cosa más cotidiana” (pp. 415-416).
Durante sus largos viajes, los dos seguían escribiendo en las mañanas, para pasear en las tardes y cenar con amigos. Con el mismo nivel de precisión y asombro Simone describe los desiertos de Argel y Túnez, los campos de Yugoslavia, las montañas Suizas, y las infinitas cenas con amigos rusos que ya llevaban toda la noche bebiendo y que no dejaban de llenar las mesas con botellas de vodka y vinos dulces. El gusto de viajar es el gusto de vivir, de descubrir algo nuevo en cada viaje.
Es muy valiosa una biografía bien escrita, especialmente por un testigo de su tiempo atenta a los detalles políticos y culturales de cada momento, así como a las películas y a las obras de teatro que iban llegando, incluyendo las propias obras de teatro de Sartre, que en aquellos años se escenificaban en distintos países, incluyendo la URSS. ¿Quién volvería a poner ahora “Las Manos Sucias”, “A puertas cerrada” o “El Diablo y el Buen Dios”? (Esta última yo la vi en México los años sesenta con un excelente actor y director de teatro llamado Hebert Darién. No la he olvidado.)
Como una forma de despedida, mi vieja copia de “La fuerza de las cosas” se deshizo a medida que lo leía y lo subrayaba (como ocurría con varios de los libros editados por Sudamericana en esos años), pero decidí no tirarlo. Será una muestra de nostalgia y de fidelidad a ese pasado que aún a pedazos, el libro vuelva a ocupar su lugar en el librero.