La guerra parece marchar hacia una especie de empate determinado por la fuerte resistencia de los ucranianos y las (hasta ahora) reducidas capacidades del ejército ruso, que comprobó –contra sus planes-- que no pueden dar batalla en varios frentes al mismo tiempo. Después de haber perdido la primera etapa de la guerra, el ejército ruso se prepara para una guerra convencional, más larga, cuyas consecuencias son difíciles de predecir.

Las dificultades no indican, sin embargo, que los rusos estén perdiendo la guerra. Políticamente, después del mal cálculo inicial, Putin quedo atrapado en un rincón del cual no será fácil salir. Mantiene la guerra, pero hasta ahora no ha ordenado una movilización general para reclutar nuevos soldados, lo cual parecería indicar que ante la opinión pública rusa, se sigue presentando el conflicto como una “operación especial” que podrá ser ganada sin movilizar todos los recursos del país. Esto podría cambiar.

El analista Fareed Zakaria ha dicho en CNN que Putin ha sido obligado a aplicar un “Plan B”, que implica no tomar todo el país, sino solamente el sur, es decir, hasta incluir el puerto de Odesa. (Por cierto, es ahí donde ocurrió en 1905 la rebelión del acorazado Potemkin, conocida por la película de Eisenstein filmada en 1925, una de las mejores películas de la historia del cine.)

Si los rusos ocupan Odesa, Ucrania se quedaría sin salida al mar y le sería extremadamente difícil exportar bienes por tierra. El puerto, utilizado para las exportaciones de trigo de Ucrania, está bloqueado desde hace tres meses por minas de Ucrania y por barcos rusos. Por otra parte, después de Odesa, el siguiente paso sería atacar la pequeña república de Moldova, en la cual ya hay una región declarada “autónoma” por la población rusa residente.

De lograrse todo esto, Ucrania quedaría reducida a un estado pequeño, sin salida al mar, rodeado por fuerzas hostiles, que esperarían la siguiente oportunidad para invadir todo el país e instalar un gobierno pro ruso.

Imposible esconder los costos humanos: desde febrero de 2022, según la ONU; el total de refugiados ucranianos que han salido del país era de 6.5 millones de personas. Por otra parte, según fuentes ucranianas, los rusos han perdido 27,900 soldados hasta el 18 de mayo, aunque fuentes europeas dan cifras menores.

La pregunta más repetida en los análisis internacionales es cómo podría terminar la guerra. El presidente francés Emmanuel Macron y el primer Mario Draghi de Italia, así como Henry Kissinger (que ya tiene nada menos que 98 años) han propuesto que se llegue a un compromiso territorial. Italia propuso dar autonomía

al Donbas, pero aceptando en principio que es parte de Ucrania, pero Rusia de inmediato rechazó esta salida.

La muerte de civiles, la destrucción sistemática de las ciudades ucranianas, edificio por edificio, especialmente las plantas de agua y luz alimentan la indignación y el espíritu de lucha de los invadidos, que no quieren ceder territorio para ganar la paz, ni aceptarán vivir bajo la dominación rusa. En tanto, para Putin quedarse sólo con Crimea y el Donbas parecería un logro muy limitado.

Un diplomático francés en la agencia alemana DW consideró que en una guerra de desgaste, sería más fácil para Rusia sustituir las bajas militares, y más costoso para Ucrania, por su población menos numerosa.

En lo que se refiere a las sanciones impuestas por Occidente, aunque hay un consenso en que están afectando la economía rusa, hasta ahora no inciden sobre la capacidad de Putin para continuar la guerra, especialmente porque ésta se financia con sus exportaciones de gas y petróleo, que para Europa será difícil sustituir y que además al subir de precio, elevan los ingresos rusos. La respuesta propagandística de Putin a las sanciones ha sido sagaz: las responsabiliza por el alza de precio de los granos que apunta hacia una crisis alimentaria mundial.

Por su parte Nicolai Patrushev, el principal asesor de Putin en temas de seguridad nacional sigue calificando a los ucranianos como “nazis”, con quien no se debe negociar nada.

A nivel internacional, el costo para Rusia es gigantesco: cortar lazos con Occidente significa perder inversión extranjera, comercio internacional, ingresos por turismo, desempleo interno, y capacidades tecnológicas, puesto que la industria rusa utilizaba partes y tecnología de Occidente, incluso hasta para fabricar tanques.

El otro resultado de la invasión ha sido el más inesperado para la visión del presidente ruso: el fortalecimiento de la OTAN, no sólo por la renovada unidad de los países europeos, sino por la solicitud de Finlandia y Suecia para entrar a la Alianza Atlántica, acabando con siglos de temerosa neutralidad frente a Rusia.

Ya he escrito anteriormente que el conflicto actual significa una batalla más amplia entre democracia y autocracia, el inicio de una nueva Guerra Fría mundial que ya está provocando la realineación de la diplomacia global. En cambio, para Putin y su grupo de “hombres fuertes” ( siloviki ) se trata de aprovechar las sanciones para lanzar un nuevo modelo de país, aislado de la “influencia negativa” de Occidente, que marche a la autosuficiencia, en una nueva versión del sistema soviético. Faltaría saber si la mayoría de los rusos están de acuerdo con este regreso al pasado.

1 Patrushev, de 70 años, es jefe del Consejo de Seguridad. Antes fue director del FSB, el servicio de inteligencia interior ruso, de 1999 a 2008. Se le considera aún más duro y nacionalista que Putin, y ha sido mencionado como su posible sucesor. En 2019 declaró que tanto opositores rusos como el gobierno de Ucrania estaban controladas por los EE. UU. También ha dicho que los Estados Unidos es un país decadente, “en agonía”.

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