A pesar de la amenaza de Ómicron, con sus elevadas tasas de contagio, China espera crecer 5% en 2022. Su economía creció 8.1% en 2021, la tasa más alta desde 2011, pero está tan afectada por el Covid que el gobierno está aplicando una política de cero tolerancia al virus.

Por ejemplo, la aplicación de pruebas obligatorias ha afectado seriamente la fabricación de automóviles, y la ciudad de Xi’an, con 8 millones de habitantes ordenó hace poco el cierre de todas sus actividades. Los controles al movimiento de la población han afectado a su consumo interno y a la compra de viviendas. Por ello, en 2022 no crecerán tanto como en el pasado.

El sector de construcción de habitaciones en China ha sufrido por la quiebra de la empresa Evergrande, la cual cayó en una burbuja especulativa por deudas tan grandes ($300 mmd) que no pudo pagar. La compañía llegó a tener 1,300 proyectos de construcción en todo el país, principalmente edificios de apartamentos. La deuda de las constructoras seguirá siendo un problema para la economía china.

A pesar de la crisis del Covid y de las dificultades en las cadenas internacionales de producción del 2021, las exportaciones chinas no resultaron tan afectadas por dos razones: sus ciudades costeras, que es donde se generan las exportaciones, han aplicado menos restricciones, y sobre todo por la tendencia en Estados Unidos de comprar bienes, muchos de ellos importados, al no poder gastar en servicios durante el encierro por el Covid.

El gobierno chino quiere impulsar la recuperación en 2022 reduciendo las tasas de interés y devolviendo impuestos, al mismo tiempo que ha emprendido más de cien proyectos de infraestructura como parte de su plan quinquenal, iniciado en 2021. Por ejemplo, están ampliado su red eléctrica con líneas de transmisión de alto voltaje. (Un excelente ejemplo de cómo impulsar el crecimiento económico: no a través de subsidios directos a la población, sino de proyectos de infraestructura).

Todo esto ocurre en el contexto de la guerra comercial entre las dos economías más grandes del planeta iniciada por Donald Trump en 2018, quien en su campaña política ganó votos denunciando el déficit comercial con China, de aproximadamente 375 mmd, y las “prácticas injustas” en sus relaciones internacionales, tales como no respetar los derechos intelectuales de propiedad.

Se impusieron así tarifas comerciales contra el país oriental y se prohibieron ciertas importaciones tecnológicas. Estas mismas medidas fueron mantenidas luego por Joseph Biden, quien tiene una visión de largo plazo de endurecer la competencia con China. Aun así, no se ha reducido la magnitud del déficit comercial norteamericano, el cual está vinculado a las elevadas tasas de crecimiento de su economía y a los elevados niveles de consumo de sus habitantes, acostumbrados a las importaciones del resto del mundo.

Pero la continuación de la guerra comercial por parte del actual gobierno demócrata podría tener resultados negativos para los dos países y para el mundo, ya que se trata de las dos más grandes economías del planeta. En el mediano plazo, la guerra comercial elevará los precios de las exportaciones norteamericanas, contribuyendo así a la actual inflación y afectará el nivel de empleo en los Estados Unidos, el cual ya ha sufrido por las restricciones Covid. Ambas son malas noticias para México.

Sin embargo, no son los costos económicos, sino los motivos políticos que llevan a la disputa comercial hacia una nueva guerra fría entre los dos gigantes.

Del lado norteamericano, con su popularidad dentro de EE. UU. en declive, Biden no puede parecer débil ante China (ni ante Rusia, pero eso sería tema de otro artículo). Los republicanos le han ganado la discusión favoreciendo políticas mas agresivas contra el país oriental. Además, mientras más insista el gobierno Chino en presionar a Taiwán, más se verán impulsados los norteamericanos a responder protegiendo a su aliado. Por cierto Taiwán es ahora el principal productor mundial de chips para computadora, lo cual lo vuelve un lugar estratégico.

Por el lado chino, a finales de 2022 el Partido Comunista celebrará su XX Congreso, el cual será utilizado por Xi Jinping para afirmar su poder y legalizar un tercer período de gobierno. Xi ha propuesto una política de “prosperidad común” para reducir las desigualdades que han generado años de elevado crecimiento, y también quiere un crecimiento económico más basado en su demanda interna que en exportaciones: su política en este campo se denomina “Hecho en China 2025”.

Su la gran apuesta para el futuro del país es el desarrollo tecnológico en sectores como automóviles eléctricos, robótica e inteligencia artificial, todo con subsidios estatales. Esta política, lógica y deseable para China, los lleva sin remedio a competir con los norteamericanos, creadores del desarrollo y de los servicios informáticos, y dueños de las compañías tecnológicas más productivas del momento.

Menos presionado que Biden por tensiones de política interior, y con una visón de más largo plazo, Xi ha propuesto a Biden fortalecer la cooperación bilateral y reducir las tarifas comerciales para apoyar la recuperación de las dos economías en épocas de Covid, pero otras fuerzas empujan hacia un mayor alejamiento entre los dos países, el cual necesariamente alterará los equilibrios mundiales.

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