En los años recientes, el gobierno de Netanyahu, dirigente del Partido Likud (centro derecha), que lleva 12 años en el poder, desarrolló una especie de coexistencia con Hamas sobre la franja de Gaza, que permitía que miles de residentes palestinos entraran diariamente a Israel para trabajar, con el apoyo de recursos financieros provenientes de Qatar. Se permitieron también actividades comerciales con Israel, y productos de Gaza podían ser exportados desde puertos y aeropuertos de Israel. El gobierno de Netanyahu toleró así al radical Hamas, al tiempo que trató de debilitar a la Autoridad Palestina, que ha estado en favor de una solución de dos estados, solución que no apoyan Likud ni Netanyahu.

Es pertinente recordar que el Primer Ministro israelí presentó en julio pasado, con apoyo de los supremacistas religiosos, una iniciativa para debilitar el Poder Judicial, participar activamente en el nombramiento de los jueces, y eliminar las facultades de la Suprema Corte de Israel. Esto dividió al país, con protestas semanales de miles de personas en Tel Aviv, de militares israelíes, y motivó críticas abiertas del gobierno de Biden. El Primer Ministro argumentó que la Suprema Corte se había convertido en “un grupo elitista que no representa al pueblo de Israel”.

(Entre paréntesis, no puedo sino destacar aquí el impresionante paralelo --hasta en el lenguaje— entre el ultraconservador Primer Ministro de Israel y las diarias críticas de López Obrador a la Corte y al Poder Judicial en su conjunto. Si Morena logra debilitar a la Corte ahora a través de recortes presupuestales, el siguiente paso sería la reforma para elegir a los ministros en elecciones abiertas, terminando así de hecho con la autonomía del Poder Judicial en México.)

Los objetivos de Hamas con el ataque del 7 de octubre eran volver a poner la agenda palestina en la política nacional e internacional (lo que aparentemente se logró) y especialmente sabotear el acuerdo que estaba en proceso entre Israel y Arabia Saudita, el país más rico de la región, en pleno proceso de modernización y con ambiciones de construir un liderazgo en todo el Medio Oriente. Netanyahu presentó el acuerdo como una “reconciliación entre el judaísmo y el Islam, entre Jerusalén y la Meca… para construir un nuevo Medio Oriente” (discurso en la ONU; septiembre, 2023). El acuerdo podría llevar a una especie de derrota política de Irán en toda la región, y claramente dejaba por completo desatendida la causa de los palestinos.

Ese acuerdo es aún posible, pero ya no inmediato. La mayor parte de los gobiernos árabes se oponen a la intervención de Irán en la región, y a su apoyo a Hamas y Hezbollah. Arabia Saudita y los Emiratos prefieren estabilidad y buenas relaciones con Israel para invertir más en sus economías que en armas y operaciones militares. Pero esos mismos gobiernos no podrían permanecer neutrales ante una invasión militar a la Franja de Gaza.

El NYT del 10 de octubre enlistó algunos de los errores de inteligencia israelí que permitieron los ataques: fallas en la intervención de canales de comunicación entre los militantes de Hamas, exceso de confianza en equipos de vigilancia instalados en torres a lo largo de la frontera de Gaza, que fueron fácilmente destruidos por Hamas con drones, la intención expresa (exitosa) de Hamas de dar la impresión de que no estaban preparando ningún ataque, y finalmente, el traslado a Cisjordania de parte de las tropas que vigilaban Gaza, confiando en que las cámaras y los sistemas de seguridad en la barda de Gaza iban a funcionar. No fue así.

En Gaza se mantienen los bombardeos: según datos de la ONU (El País, 19 de octubre), más de 98 mil casas en la Franja, aproximadamente el 25% del total, han sido destruidas o han sufrido algún daño por la ofensiva aérea. Existe ya una crisis de refugiados, por ahora atendida a cuentagotas con la ayuda humanitaria que ha comenzado a entrar en camiones de carga desde la frontera con Egipto.

Por su parte, Egipto y Jordania no dejan que entren palestinos a su territorio, sabiendo que una vez que estén en el país, sería muy difícil que regresen, como ha ocurrido en el pasado. En todo caso, tanto el presidente de Egipto y el rey Abdalá II de Jordania han rechazado las “políticas de castigo colectivo” a los palestinos de Gaza.

El riesgo de que se amplíe el conflicto es inminente porque Hezbollah ya ha iniciado ataques parciales en la frontera con el Líbano, la cual había permanecido más o menos estable desde 2006. Sus dirigentes han advertido ya que "intervendrán en la guerra" si Israel inicia una incursión por tierra en Gaza. De abrirse ese “segundo frente” la mayor capacidad de fuego de Hezbollah ataría a una parte de las FF AA de Israel en su frontera norte. Israel ha iniciado ya la evacuación de los poblados cercanos a la frontera con el Líbano y también más de 20 poblados cercanos a la Franja de Gaza.

El Economist del 21 de octubre menciona el posible riesgo de que los aviones norteamericanos estacionados en dos portaviones cercanos pudieran intervenir para evitar que un tercer país (Irán) adopte un papel más activo en el conflicto, aunque los objetivos de los Estados Unidos en la región expresados por el Secretario de Estado Blinken son apoyar a Israel, evitar la expansión de la guerra, proteger a la población civil y apoyar la liberación de rehenes, una docena de los cuales son norteamericanos.

Familiares de los rehenes de Israel (y algunos exjefes militares) han solicitado a su gobierno que los rehenes en Gaza deben ser la prioridad, por lo que antes de iniciar una invasión terrestre, se llegue a alguna negociación para liberar a los rehenes.

El apoyo militar de EE. UU. a Israel asciende anualmente a más de $3 mil md, y el presidente Biden ha solicitado al Congreso norteamericano $14.3 mmd adicionales, como parte de un paquete que continúa con los apoyos a Ucrania.

Tal vez el tema más álgido del momento es que el objetivo expreso del gobierno de Israel para eliminar a Hamas del mapa es muy difícil de lograr, por la dificultad de separar a la población civil de los militantes de Hamas en la Franja. Una invasión terrestre generaría más violencia, bajas de los dos lados y sufrimientos adicionales para los refugiados. En todo caso, mientras más dure el conflicto, peor le va a Israel en la opinión pública mundial.

El título del artículo del Foreign Affairs del 19 de octubre es significativo: “Porqué Washington debería detener una acción militar de Israel en Gaza, y preservar algún camino hacia la paz”.

En tanto, en Europa y los Estados Unidos se han registrado ya incidentes aislados por parte de simpatizantes de los dos bandos, al grado que en París se han prohibido las manifestaciones pro-palestinas. En Illinois, EE. UU. se dio un ataque contra un niño y su madre, por ser musulmanes, según declaración de la policía local, y en Detroit, Michigan, la presidenta de una sinagoga fue encontrada apuñalada fuera de su domicilio, sin que se haya encontrado el motivo.

Entre los numerosos analistas de la región y de la política de Israel, hay la convicción de que es inminente la caída de Benjamin Netanyahu, lo cual obviamente no se puede plantear en medio de un conflicto activo que se puede expandir.

Otros problemas centrales de la forma en que evolucione la guerra incluirían ¿Cuál debería ser la estrategia de Israel después de una invasión? ¿Quién podría gobernar Gaza después de una invasión directa? ¿Cómo sería afectada la orilla izquierda, donde no gobierna Hamas y donde la ANP tiene un control mas bien débil?

Por ahora, lo único claro es una conclusión pesimista; la región está más lejos que nunca de la posibilidad de constituir un estado palestino y un camino consensuado hacia la paz.

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