El viernes 18 de septiembre falleció Ruth Bader Ginsburg, sin duda alguna la jueza más famosa del mundo. Su muerte desató un conjunto de reacciones que nos permiten darnos cuenta del alcance e impacto de su biografía. Se trata, sin exagerar, de un verdadero ícono jurídico de alcances globales.
Ginsburg estudió la carrera en un tiempo en el que era extraño ver a mujeres en las escuelas de derecho. Parecía, en ese entonces, que las mujeres tenían que pedir permiso a sus padres o esposos para poder desarrollarse académicamente. Sin embargo, ella fue una de las mejores alumnas de su generación, superando con su férrea disciplina a sus compañeros varones. En su generación de la escuela de derecho de la Universidad de Harvard había 500 alumnos, pero solamente 9 mujeres. Ginsburg fue una de ellas, la más destacada (al final, debido a un problema de salud de su esposo Martin, obtuvo su título de abogada de la Universidad de Columbia, aunque en Harvard había obtenido un nivel de súper estrella, al grado que formó parte del equipo editorial de la Harvard Law Review, que es el honor más grande para un estudiante de esa universidad, un honor que años después obtuvo también Barack Obama, por cierto).
En la década de los años 70 del siglo pasado, comenzó a trabajar en una famosa organización de defensa de derechos humanos (la American Civil Liberties Union, conocida como ACLU), al frente de su proyecto de defensa de los derechos de las mujeres. En esa tarea fue también excelente, promoviendo varios de los precedentes judiciales más importantes para abrir nuevas posibilidades para las mujeres en diversos campos. En particular, fue notable su influencia para reducir poco a poco la discriminación por razones de género. Fue en esos años cuando tuvo la oportunidad de presentar casos y argumentaciones orales ante la Suprema Corte de los Estados Unidos. Sus argumentos eran precisos y brillantes, aunque todavía persistía la desconfianza hacia su capacidad por el simple hecho de ser mujer.
En los años 80 aceptó un nombramiento como jueza federal y fue en 1993 cuando el Presidente Bill Clinton la postuló para integrarse a la Suprema Corte. En la votación del Senado obtuvo 96 votos a favor y solamente 3 en contra, algo impensable en el actual panorama político extremadamente dividido. Fue apenas la segunda mujer en llegar al máximo tribunal de justicia de la Unión Americana, luego de la también famosa jueza Sandra Day O`Connor.
En su tarea dentro de la Corte fue creciendo su figura hasta alcanzar una talla verdaderamente legendaria. Sus votos de minoría fueron feroces, cuando percibía que alguna decisión de sus colegas podía poner en riesgo la protección de los derechos humanos. Se convirtió en una leyenda viva. A sus conferencias llegaban cientos y cientos de personas, la grabación de sus intervenciones públicas y entrevistas tuvieron millones de reproducciones en las redes sociales, incluso las camisetas con su rostro se vendían al por mayor. Nunca antes en la historia judicial del mundo se había producido un fenómeno semejante.
En una conferencia del año 2015 expuso de forma sencilla su visión sobre lo que debe ser la igualdad entre hombres y mujeres: “Las mujeres deben saber que tienen el mismo derecho que los hombres para soñar, aspirar y lograr todo aquello que deseen… No debe haber ningún sitio en el que las mujeres no sean bienvenidas. Hombres y mujeres deben trabajar juntos, en igualdad de capacidades, para construir una mejor sociedad”.
En diversas entrevistas, sus hijos y sus nietas señalan que Ginsburg trabajaba hasta altas horas de la noche en su pequeño departamento en la ciudad de Washington, cerca de la sede de la Suprema Corte. Cuando le preguntaban si quería jubilarse siempre dijo que su tarea todavía estaba pendiente de ser completada. Murió en el ejercicio del cargo y estoy seguro que hasta sus últimas horas habrá estado preocupada por los asuntos pendientes de resolución en la Corte.
Ya casi no hay personas con esa férrea ética laboral y con ese grado de sacrificio. Nacida en 1933, Ginsburg nos deja un legado inconmensurable. Su amor por el derecho, su compromiso civil a favor de la igualdad y su dedicación personal en la defensa de las causas más importantes nos deben inspirar a todos los que nos dedicamos al derecho. Descanse en paz Ruth Bader Ginsburg, con toda mi admiración y respeto.