En la elección de hoy están puestos los ojos del mundo. No solamente por la relevancia política, económica y hasta cultural que tiene Estados Unidos en el planeta entero, sino sobre todo porque se podrá comprobar si la anomalía democrática que es Donald Trump puede o no ser corregida en las urnas. Los electores están llamados a decidir sobre un Presidente que les ha mentido de forma sistemática en los últimos cuatro años y que ha deformado el sistema político norteamericano hasta límites desconocidos con anterioridad. Lo que está en juego en la boleta presidencial norteamericana es si el populismo puede o no ser derrotado en las urnas. Los ciudadanos norteamericanos están llamados a decidir entre el populismo y la democracia tal como se le ha conocido hasta ahora.

Aunque Biden aparece arriba en las encuestas, lo cierto es que el resultado es bastante incierto, como lo pudo comprobar Hillary Clinton hace cuatro años. La victoria de Biden depende de que pueda imponerse en varios estados donde su ventaja es bastante escasa, como Florida, Georgia o Carolina del Norte. Si pierde esos estados de todas formas podría ganar, pero necesitaría imponerse en Arizona y Pensilvania, además de que en ese caso se podría prolongar la incertidumbre por la necesidad de realizar detallados recuentos.

Lo interesante del sistema político estadounidense es que es bastante complejo y no se agota en una carrera presidencial. También están en juego importantes cargos legislativos, sobre todo en el Senado, sobre los que quien sea que gane la Presidencia debe contar para ver aprobadas sus promesas electorales. En la Cámara de Representantes los resultados previsibles auguran que el Partido Demócrata seguirá manteniendo el control e incluso podrá aumentar su actual margen de ventaja de 35 votos sobre el Partido Republicano.

La misma complejidad existe a nivel de las entidades federativas, que tienen facultades muy amplias y que en esa medida determinan la calidad de vida de sus habitantes: mañana se renuevan algunas legislaturas estatales, se celebran referéndums sobre el aborto, se consulta a los ciudadanos de California sobre el estatuto jurídico de los conductores de Uber, Lyft y otras compañías de transporte, se elige a los encargados de la seguridad pública local (los famosos sheriffs), etcétera. La política local norteamericana es un mundo aparte y no necesariamente va de la mano con la macropolítica nacional que tiene que ver con la elección presidencial.

Un dato que ha llamado la atención en la contienda es la participación de personajes de edad muy avanzada. Joe Biden, en caso de ganar, tomará posesión como Presidente con 78 años. Donald Trump tiene 74 años. Nancy Pelosi, la líder demócrata en la Cámara de Representantes tiene 80 años y su colega Mitch McConell, líder republicano en el Senado, tiene 78, entre otros ejemplos que se podrían citar. ¿Qué ha pasado en la clase política norteamericana que no supo renovarse luego de la elección del Presidente Obama? ¿Cómo puede un país apostarle a la innovación y a construir un futuro basado en las nuevas tecnologías con personas al frente que en muchos otros países probablemente estarían ya jubilados? Es obvio que la experiencia y el conocimiento de esos políticos les permite ejercer un liderazgo ejemplar y su continuidad profesional es una prueba de que a cualquier edad se pueden perseguir los sueños que uno tenga, pero un sistema político está en problemas si no puede renovarse y ofrecer nuevos cuadros políticos que vayan sustituyendo a quienes llevan décadas ejerciendo como servidores públicos.

Quizá sea por eso que destaca entre todos la figura de Kamala Harris (56 años), en quien están puestas muchas de las esperanzas de futuro del Partido Demócrata. Desde luego porque, en caso de que gane Biden, pudiera tener que ocupar la Presidencia si faltase el Presidente, pero también porque será la más obvia candidata de su partido en la elección presidencial de 2024. Su origen familiar migrante, sus posturas progresistas, pero no radicales y su prolongada experiencia en temas jurídicos hace de Harris una figura especialmente atractiva, que puede guiar a su país en el futuro. Pero todo depende del resultado electoral de hoy.

Aunque todo se basa en la voluntad de los electores y en el complejo funcionamiento del famoso “colegio electoral” estadounidense, creo que el mundo entero aplaudiría una derrota de Trump. Su desdén por la verdad, sus permanentes bravatas infantiles, su absoluta falta de ética personal y profesional, su confusión entre lo público y lo privado, entre otros muchos defectos, justifican que el electorado lo mande a descansar a su mansión de Florida. Ojalá así sea.

Investigador del IIJ-UNAM
@MiguelCarbonell

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