El 2024 será para México un año eminentemente electoral en su primera mitad y político en la segunda. Durante los primeros meses del año asistiremos al muy conocido espectáculo de las campañas electorales, que cada vez parecen tener menos nivel de debate y de contraste de ideas, y son más un show mediático y un concurso de ocurrencias.
Lo que estará en juego es considerable: la Presidencia de la República, los 628 escaños del Congreso de la Unión (500 diputaciones y 128 senadurías), elecciones para diputaciones locales en 31 entidades federativas (sumando 1,098 cargos), elecciones de ayuntamientos en 29 estados y de alcaldías en la Ciudad de México (un total de 1,803 cargos), y comicios para elegir 9 gubernaturas incluyendo la muy relevante de la capital de la República.
Todos esos cargos públicos representativos serán electos por un universo amplísimo de votantes. Se estima que la lista nominal de electores llegará a los 98 millones de ciudadanos, de los cuales 50.2 millones serán mujeres y 46.4 hombres. El voto femenino será decisivo. La presencia de un número muy alto de candidaturas encabezadas por mujeres es una excelente noticia y debería generar un contexto de deliberación de mayor calidad durante la contienda electoral y mejores políticas públicas cuando esas mujeres ya estén en el ejercicio del poder.
Ahora bien, el costo electoral sigue siendo bastante alto. Las elecciones del 2024 costarán unos 37 mil millones de pesos, de los cuales unos 10 mil millones serán para el financiamiento a los partidos políticos. Por más que se ha señalado la necesidad de disminuir ese costo, no se han visto esfuerzo tangibles en ese sentido. Seguimos tirando carretadas de dinero en financiar partidos satélites que poco o nada aportan a la democracia mexicana.
Entre los días 15 y 22 de febrero los candidatos a cargos federales quedarán registrados formalmente, si bien es cierto que en los tiempos tan adelantados de la política mexicana ya hoy sabemos los nombres de quienes buscarán vivir (o seguir viviendo) del dinero de nuestros impuestos. Será muy interesante observar las dinámicas políticas regionales y locales. No todo será la competencia por la silla presidencial.
El Presidente AMLO llega con buenos número de popularidad al final de su sexenio (65% de aprobación) pero no tan lejos de los que tenían a la misma altura de sus respectivos mandatos Vicente Fox (56% de aprobación) y Felipe Calderón (58%) de aprobación. De hecho, luego de 56 meses de gobierno AMLO tiene la misma tasa de popularidad que tenía Ernesto Zedillo (65%). Todos parecen muy populares cuando están en el poder, pero una vez que dejan la Presidencia parece que algún conjuro los convierte en los villanos favoritos. Carlos Salinas de Gortari tenía una aprobación del 74% al final de su gobierno y luego tuvo que salir del país durante varios años.
Un tema que debería llamar la atención es el “envejecimiento” de nuestra clase política. Las dos principales aspirantes a la Presidencia de la República tienen más de 60 años. Salinas de Gortari fue Presidente a los 40 años; Ernesto Zedillo a los 43 años; Felipe Calderón a los 44; Enrique Peña Nieto a los 46. ¿Qué nos dice de nuestra clase política y de su incapacidad de renovación el hecho de que tener tantos políticos de edad tan avanzada queriendo llegar a ejercer cargos públicos para los que se requiere tanta energía y capacidad de trabajo? Claro que la política de México parece un jardín de niños si consideramos que la Presidencia de los Estados Unidos se jugará muy probablemente entre dos hombres de más de 80 años.
Pero lo más preocupante no es la avanzada edad de los contendientes, sino lo viejo de su discurso. No ilusionan a nadie. No traen ideas nuevas. No se atreven a proyectar a México hacia el futuro, ni siquiera a nivel de promesas electorales. Unos de plano renuncian a cualquier innovación y prometen continuidad absoluta respecto del actual gobierno (lo cual debería de ser preocupante en temas como seguridad pública, militarización o combate a la corrupción). Otros carecen de credenciales que nos permitan creer en sus palabras huecas y en sus promesas vanas: ni han hecho ni parecen capaces de hacer nada que sea disruptivo.
Quizá las mejores opciones estén en la política local. Habrá que estar pendientes de las elecciones estatales. Allí se juega, en realidad, el futuro político del país. No lo olvidemos.
Abogado constitucionalista. @MiguelCarbonell