La tristemente célebre decisión de la Suprema Corte de los Estados Unidos en el caso Dobbs v. Jackson anunciada hace unos días no trata de prohibir los abortos, no trata de defender la vida, no trata ni siquiera de proteger al producto de la concepción. Es una sentencia que tiene un único objetivo verdadero: tomar control sobre el cuerpo de las mujeres, para hacer que su capacidad reproductiva se convierta en una obligación y no en lo que realmente es: una maravillosa posibilidad que se debe ejercer de manera libre y responsable.

No es creíble que digan que la Corte de EU buscaba proteger la vida, cuando un día antes los mismos jueces conservadores se habían negado a aceptar una mínima regulación sobre el uso de las armas de fuego, que por su misma naturaleza tienen como razón de ser el privar de la vida a los seres humanos.

No es creíble que digan que la sentencia quiere acabar con los abortos, porque la historia de la represión penal de la sexualidad humana demuestra que ello no es posible. La consecuencia será solamente terminar con los abortos legales, pero miles de mujeres buscarán por cualquier medio (incluso en mercados totalmente ilegalizados y convertidos en clandestinos por efecto de la sentencia Dobbs), interrumpir su embarazo.

En casi la mitad de estados de la Unión Americana una mujer podrá ser obligada a tener a un hijo o hija que haya sido producto de una violación. Una niña violada por su padrastro, por su abuelo, por alguno de sus tíos o de sus profesores, será obligada a parir y tener que criar a una persona que de por vida le recordará una tragedia que la ley define como delito. Así de bárbara es la decisión tomada por la Suprema Corte de nuestro país vecino.

La influencia de la sentencia se proyectará más allá de las fronteras de Estados Unidos, puesto que lo que se decide en su máximo tribunal suele tener efectos contagiosos (casi siempre benéficos, con la notable excepción del caso del que estamos hablando), sobre muchos otros países.

La redacción que hizo en la sentencia el juez Samuel Alito no deja lugar a dudas: la sentencia de Roe v. Wade que reconocía los derechos reproductivos y legalizaba la interrupción del embarazo desde 1973, “estuvo totalmente equivocada desde el principio” (desconociendo que durante casi 50 años ese criterio se había sostenido firme, con el apoyo de muchos jueces supremos de ideología y origen judicial muy variado, muchos de ellos nombrados por presidentes republicanos).

Lo peor de la sentencia Dobbs es que la amenaza no se queda ahí, ni se limita al cuerpo de las mujeres. El voto concurrente del juez Clarence Thomas anuncia que se deben revisar otros precedentes, citando expresamente los temas del matrimonio igualitario, el derecho a utilizar anticonceptivos o el de sostener relaciones consensuales con otra persona adulta de tu mismo sexo. O sea que el movimiento de la ultraderecha legal norteamericana tiene como objetivo la involución completa del sistema de derechos fundamentales que durante décadas se había construido en Estados Unidos. Van contra los homosexuales, desde luego contra las mujeres y también contra las parejas heterosexuales que busquen controlar el número de hijos que tendrán. Como si todavía estuviéramos en la Edad Media. Como si nuestros cuerpos no fueran nuestros. Como si nuestra intimidad estuviera bajo sus órdenes.

El juez Harry Blackmun fue en 1973 el autor de la sentencia Roe v. Wade. Había llegado a la Suprema Corte a propuesta del presidente Richard Nixon, luego de haber sido el abogado de la mundialmente famosa Clínica Mayo de Rochester (Minnesota). Su cercanía con el personal médico de altísimo nivel en ese legendario hospital le permitió entender con claridad lo que representaba el aborto en la vida de las mujeres. Fue precisamente en la biblioteca de la Clínica Mayo donde Blackmun llevó a cabo su investigación inicial y la redacción de la sentencia Roe.

Ahora Blackmun se debe estar revolcando en la tumba al ver el retroceso que la actual Corte le dio a su sentencia más famosa. Años de lucha por los derechos civiles acaban de terminar en la basura, gracias sobre todo al voto de los tres integrantes de la Suprema Corte nombrados por el presidente Donald Trump.

Pero como siempre sucede en la historia de la humanidad, esto apenas comienza. Las mujeres no se van a quedar calladas. Ellas lucharán por recuperar sus cuerpos. Y ahí estaremos muchos, para ayudarles a lograrlo.


Abogado constitucionalista.
@MiguelCarbonell

 

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