La reciente conferencia en materia de cambio climático de la ONU celebrada en Glasgow puso de manifiesto varias cuestiones que en un país como México no deberían pasar desapercibidas. La primera y quizá más relevante es que el cambio climático no es una teoría exótica de científicos con demasiado tiempo libre sino una realidad que amenaza el presente y el futuro de la humanidad.
La segunda cuestión de la que vale la pena darnos cuenta es que las consecuencias evaluables en este momento del cambio climático son todavía en alguna medida inciertas, pero sabemos que podrían ser devastadoras para millones de personas alrededor del planeta, además de serlo también para otras especies animales y vegetales.
Un tercer tema que debemos considerar a partir de la cumbre de Glasgow es que en cuestiones medioambientales debemos aplicar siempre el principio de precaución, que consiste en actuar siempre a favor de la naturaleza cuando tengamos dudas sobre el impacto que puede tener alguna actividad humana. Esto aplica a las construcciones en los litorales, en la explotación de mantos acuíferos, en la necesidad de preservar ciertas especies, etcétera.
Podemos tener incertidumbres racionales sobre si lo que estamos haciendo impactará o no en la naturaleza, pero en ese caso más vale prevenir que lamentar. Ser precavidos es una actitud sensata cuando nos enfrentamos a retos de una dimensión cataclísmica como en el tema del cambio climático.
Otro factor relevante a considerar es que, si queremos asegurar un medio ambiente viable para las generaciones futuras, tenemos que modificar de manera radical las fuentes de energía que nos permiten desarrollar el modelo de vida de cientos de millones de personas en el mundo. Los compromisos hacia un uso intensivo de la electricidad y una disminución de las fuentes más “sucias” pueden tener sentido siempre y cuando las recargas eléctricas a su vez sean generada mediante fuentes limpias.
Y ahí es donde el papel de México no queda muy claro. Ya se ha apuntado muchísimas veces el contrasentido histórico de construir una refinería en pleno siglo XXI, producto de una visión anacrónica y regresiva de ciertos políticos de nuestro país. Pero además, todo parece indicar que la agenda medioambiental mexicana es bastante precaria, pese al papel central que deberíamos jugar como un país con amplios litorales y con una posición importante en materia de biodiversidad . En Glasgow aparecieron si acaso los servidores públicos de la Secretaría de Relaciones Exteriores , pero no se escuchó demasiado a las autoridades de la Secretaría encargada precisamente de los temas medioambientales. A nivel interno el papel de dicha Secretaría ha sido simbólico o de plano inexistente: quizá hagan muchas cosas, pero de casi nada nos hemos enterado.
Tal parece que en la agenda gubernamental están proyectos de supuesto “desarrollo” de infraestructura (un tren, una refinería, un aeropuerto), pero muy pocos en materia de protección del ambiente, más allá del programa de siembra de árboles (el cual, según algunas evaluaciones internacionales, ha producido resultados bastante cuestionables).
En todo caso, vale la pena hacer una llamada al compromiso también de las empresas para lograr los objetivos medioambientales de mediano y largo plazos. Aunque los poderes públicos pueden determinar una agenda de cambio en este tema, al final las soluciones de fondo deberán provenir del sector empresarial y de la capacidad de inventiva de los emprendedores, que ya están buscando nuevas y más seguras formas de generación de energía.
No es una buena noticia que en México el gobierno esté en no muy buenos términos con el empresariado y de plano en guerra contra las empresas transnacionales que generan energía de fuentes alternativas (como la energía solar o la eólica). Un gobierno que apuesta por construir una refinería pero que hace lo posible para impedir las inversiones en parques eólicos o propone prohibir a nivel constitucional el autoabasto de electricidad no puede llamarse un gobierno proambientalista. Que ese gobierno tenga el apoyo parlamentario de un partido político que, supuestamente, es “verde y ecologista” supone una cruel paradoja e implica una burla grotesca hacia los ciudadanos que votaron a ese “partido-negocio”.
Glasgow debe suponer una llamada potente de atención. No debemos dejar pasar la oportunidad de hacer los cambios necesarios para que las siguientes generaciones de seres humanos puedan seguir disfrutando de las muchas maravillas que nos ofrece el planeta. Nuestra tarea es preservarlo para esas generaciones , en vez de actuar de manera irresponsable y agotar los recursos naturales que deben ser compartidos intergeneracionalmente. Estamos a tiempo todavía, pero el reloj avanza implacable. No nos demoremos.