En el balance del año que está a punto de terminar, el hecho más trascendente, más duro y más decisivo fue sin duda alguna la guerra emprendida por Rusia contra Ucrania. No solamente por el impacto humanitario y el sufrimiento injustificado que ha traído consigo la contienda, sino porque acercó a la humanidad hacia el fantasma de una guerra mundial, hasta un grado totalmente desconocido desde hacía 70 años.

La guerra en Ucrania, a su vez, trajo consecuencias en el mapa geopolítico del abastecimiento de energía. Varios países tuvieron que actuar con premura y eficacia para sustituir los envíos de gas y petróleo que provenían de Rusia, acercándose a otros países proveedores y tejiendo redes de nuevos socios comerciales para poder asegurarse que sus habitantes no se iban a congelar en el duro invierno que apenas está comenzando.

En el fondo, la guerra es un vivo recordatorio (uno más) de que la democracia liberal no se ha podido imponer en muchos países y de que el autoritarismo sigue vigente en demasiadas naciones. Aunque también la conflagración nos recordó el valor de un pueblo heroico que está dispuesto a resistir a la gran potencia invasora al costo que sea. Dicha resistencia requiere de líderes, de apoyo internacional y de una organización logística de gran calado, todo lo cual parece haberse hecho presente en el territorio ucraniano a lo largo de este fatigoso 2022.

En medio de tantos problemas internacionales, México jugó un papel verdaderamente menor, intentando mantener una supuesta neutralidad que sirvió de muy poco y que a la postre fue descalificada incluso por el propio gobierno de Ucrania. La falta de contundencia de la política interior se proyectó al papel de la diplomacia mexicana, que tantos logros históricos ha tenido y que quizá no esté pasando por la mejor de sus épocas, a juzgar por la lamentable asociación que se ha ido construyendo a nivel internacional con gobiernos de dudosas o nulas credenciales democráticas (como el de Cuba, por poner el ejemplo más evidente).

Habrá quienes, al realizar el balance de lo más relevante que trajo consigo este año, decidan darle preferencia a los temas de nuestras pequeñas y efímeras querellas internas, plasmadas con frecuencia en nuestras imaginarias disputas virtuales en Twitter y otros espacios cibernéticos, pero creo que son asuntos y enfoques destinados a la absoluta irrelevancia. El tiempo pondrá a cada quien en el lugar que merece y muchos de quienes hoy son “trending topic” serán del todo desconocidos dentro de unos años.

El debate público mexicano se ha empobrecido a niveles que hace unos años hubieran resultado inimaginables. Y no me refiero solamente al discurso del Jefe del Estado, sino a los comentarios que lo rodean, ya sea a favor o en contra, que no superan el bastante limitado nivel del susodicho, para vergüenza de porristas y de opositores.

Esa pobreza discursiva nos ha hecho perder de vista lo evidente, que es algo que la guerra nos recuerda a diario: que lo más importante es la vida, la integridad física y la salud de las personas de carne y hueso. Que, como lo había dicho ya hace siglos Thomas Hobbes, el primer deber de todo gobierno es proteger la vida de sus ciudadanos. Que un gobierno que permite que mueran o desaparezcan, con absoluta impunidad, miles y miles de personas, es un gobierno absolutamente criminal. Que se necesita audacia, imaginación y compromiso para hacer frente a problemas enormes. Que los políticos deben unir a sus pueblos y no separarlos. Que los líderes están para inspirar y no para descalificar, dividir y denostar.

La guerra en Ucrania no es solamente el conflicto político y militar más relevante del año y probablemente de las últimas décadas, sino un laboratorio de estrategia y de discurso político de enorme trascendencia, del cual mucho podemos aprender.

Entre esos aprendizajes debemos dejar al menos anotado el enorme boquete que la deriva populista le ha dejado impreso a muchos regímenes democráticos. Junto a las amenazas tradicionales que ha tenido que enfrentar la democracia en el mundo, hoy se erige esa distorsión y esa manipulación enorme que es el populismo, el cual ya ha logrado dinamitar a una parte de la institucionalidad democrática de varios países, tanto desarrollados como en vías de desarrollo. Esa será, seguramente, la lucha del 2023 y de los años por venir: la defensa de la democracia frente al populismo. Y será también una verdadera guerra. Feliz año nuevo para todos.

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Abogado constitucionalista.
@MiguelCarbonell