Según datos del Inegi, la materia en la que mayor número de procedimientos jurisdiccionales se plantean cada año en México es el derecho de familia. Cuando se visita un juzgado que tiene competencia en asuntos familiares se nota enseguida el desbordamiento de los casos. No es infrecuente ver expedientes en el suelo, en los escritorios, en sillas, invadiendo cada espacio disponible.
Seguramente ninguna rama del derecho está tan desbordada y trabaja con tantas limitaciones como el derecho familiar.
Del año 2000 al 2019 la tasa de divorcios tuvo un incremento del 205% y hoy en día es probable que una de cada dos parejas que contrae nupcias termine divorciándose. Hay quienes señalan que, de seguir así la tendencia de rupturas matrimoniales, en el año 2030 habrá 66 divorcios por cada 100 matrimonios.
Pero además de los elementos puramente estadísticos, que sin duda son importantes, hay que destacar la fiereza, la virulencia, el odio con el que se desarrollan muchos de los procesos familiares ante los juzgados. Se podrían escribir miles de páginas contando las anécdotas que se observan en los tribunales que deben decidir si los hijos se quedan con papá o con mamá, que deben hacer frente a mil y un hechos de violencia en contra de los cónyuges o de los propios hijos, que deben intentar que la gente pague sus obligaciones de manutención, que conocen de casos de sustracción de menores que luego pasan a la competencia de jueces penales y un largo etcétera.
Mientras que la discusión nacional no deja de estar enfocada en el triste papel de nuestra clase política, las familias en México están librando una guerra como no se había visto en ninguna época anterior de la historia del país. Hay que encender las alarmas y advertir que algo no está funcionando bien en esas células elementales de la sociedad que son las familias.
Lo curioso es que la descomposición familiar que se observa en miles de expedientes que tramitan cada año los juzgados competentes, se ha producido cuando los avances en el tratamiento jurídico de las familias han sido más notables. Hace años hubiera sido impensable el matrimonio igualitario, el divorcio sin expresión de causa, la custodia compartida, la pensión compensatoria, la llamada comaternidad, el concepto de “voluntad procreacional” para establecer vínculos de filiación y muchos otros cambios que se han producido en el derecho mexicano de familia.
Es paradójico que tales cambios no hayan logrado el mejoramiento de la vida de las familias. O quizá sí, puesto que tal vez el incremento en los divorcios ha impedido que personas que no se llevan bien sigan viviendo juntas o que no estén obligadas a fingir una relación marcada más por el aburrimiento que por el amor.
Lo que resulta más preocupante es que subsisten graves pautas de violencia de todo tipo al interior de las familias. Lejos de idealizar la convivencia entre sus miembros, los juicios en materia familiar acreditan que los abusos entre sus miembros son constantes. En casos extremos se observan violaciones y abusos sexuales, o incluso feminicidios. Pero incluso en casos menos graves no es extraño constatar violencia psicológica constante (insultos, faltas de respeto, menosprecio, abandono emocional), violencia económica (uno de los cónyuges controlando los recursos financieros de la familia y limitando su uso por parte del otro cónyuge) y violencia patrimonial.
No será fácil que en un entorno familiar tan complicado las personas se puedan desarrollar a plenitud y logren la realización de sus sueños. Como sociedad, tenemos que preguntarnos qué hemos hecho mal y qué debemos mejorar para que la convivencia familiar sea más armónica, más pacífica y más feliz.
No hay duda de que hay muchísimas familias que han logrado una relación espléndida entre sus integrantes. Enhorabuena por ello. El problema es que un porcentaje creciente de familias no lo logra y, por el contrario, va construyendo pequeños infiernos en los que suelen salir muy lastimadas las personas más vulnerables y que no pueden defenderse, como las niñas y los niños.
Se trata de un tema en el que deberíamos estar mucho más alertas y buscando soluciones. La política sin duda es muy relevante y tenemos que fijarnos en lo que hacen o dejan de hacer los representantes populares, pero una sociedad mejor y más avanzada se debe construir sobre la base de relaciones familiares sanas. Y eso no lo estamos logrando.
Abogado constitucionalista.
@MiguelCarbonell
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