Desde hace demasiados meses la conversación pública de México gira solamente alrededor de la política. Quizá sea momento de cambiar de tema. Recordemos que el destino de México se escribe entre todos.

Lo que el país vaya a ser en el futuro no depende únicamente de lo que se decida en las Cámaras del Congreso o en Palacio Nacional. El país lo construye cada persona que se levanta en la mañana dispuesta a dar lo mejor de sí mismo para hacerlo grande, para ser un buen ciudadano y desempeñar con excelencia la labor que le corresponda.

Dejemos de ser ilusos: luego de décadas de desengaño democrático sería una gran ingenuidad pensar que un cambio de partido en el poder va a sacar a México del atraso en el que se encuentra. Hay que dejar de buscar excusas: la solución a nuestros más grandes problemas somos nosotros y nadie más.

No estoy hablando de despolitizar a la población, sino de empezar a hacernos cargo de nuestros destinos, sin seguir esperando que los políticos de toda la vida comiencen a hacer lo que nunca han hecho. No depende de ellos el futuro, sino de todos los demás.

Debemos desarrollar una nueva actitud, personal y socialmente. Una buena actitud puede contagiar de entusiasmo y alegría a una familia, un equipo de trabajo, una comunidad o un país.

Las personas que están a nuestro alrededor todo el tiempo perciben nuestra actitud ante la vida y se fijan en la manera en que hacemos frente a los éxitos y a los fracasos. Para muchos de ellos somos una especie de modelo.

Pero así como la buena actitud es contagiosa, también lo es la mala actitud. Conozco familias enteras que se dedican con toda su energía a impedir el desarrollo de sus miembros. Inventan excusas o pretextos para que ninguno de sus integrantes salga adelante y son especialistas en buscar razones por las cuales no pueden triunfar. Cuando se pertenece a una de esas familias es muy difícil salir adelante.

Una mala actitud nos hiere, pero también hiere a las personas que tenemos cerca. Una persona tiene una mala actitud cuando es incapaz de reconocer una equivocación. A veces siente inseguridad. A veces no quiere quedar mal frente a su familia, frente a su jefe o frente a sus compañeros de trabajo. Esa actitud es una fuente permanente de conflictos

Otra forma de expresar una mala actitud es cuando criticamos todo lo que pasa a nuestro alrededor. En vez de ver “el vaso medio lleno”, hay personas que todo el tiempo destacan lo que está mal. Y en algo tienen razón: el mundo está lleno de cosas equivocadas o mal hechas, cosas que se podrían hacer de otra forma o ámbitos que deben ser mejorados.

Nadie duda de eso, pero cuando una persona solamente se fija en lo malo y todo el tiempo tiene una actitud crítica hacia los demás, se vuelve un gran obstáculo para el desarrollo. Esa actitud desalienta a quienes se esfuerzan por hacer las cosas bien y se convierte en una fuente de frustraciones para las personas que se tienen alrededor.

Vale la pena recordar la frase de Thomas Jefferson sobre la actitud: “Nada puede impedir que el hombre con una correcta actitud mental logre su meta; nada en la tierra puede ayudar al hombre con actitud mental incorrecta”.

La buena actitud nos permite identificar grandes oportunidades donde los demás solamente ven un enorme desierto. John C. Maxwell cuenta la historia de dos vendedores a los que enviaron a una isla a vender zapatos. Después de llegar, el primer vendedor se quedó pasmado viendo que nadie en la isla utilizaba zapatos. De inmediato se comunicó con la oficina central de su empresa en Chicago diciendo “Volveré a casa mañana. Aquí nadie usa zapatos”.

El segundo vendedor en cambio se emocionó al ver la misma realidad. Enseguida se puso en contacto con su oficina central en Chicago diciendo “Por favor, envíen diez mil pares de zapatos. Aquí todos los necesitan”.

Una misma realidad puede ser entendida de forma diametralmente opuesta en función de nuestra actitud. Lo que para uno es un obstáculo insuperable, para otro es la oportunidad de su vida. No lo olvidemos.

Investigador del IIJ-UNAM

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