“Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo” (Ludwig Wittgenstein).

La emancipación de las palabras es quizá la mejor forma de la emancipación de las ideas; entre más libre sea la elección de las primeras más amplio ha de ser el horizonte intelectual de las segundas.

En nuestro tiempo ya no hay palabras prohibidas.

Recordemos aquella frase que decían las mamás cuando imprudentemente un niño decía un vituperio, “te voy a lavar la boca con jabón”, que implicaba la limpieza de la forma de expresión y la moralidad imperante en esos tiempos. Había pues una lista de palabras prohibidas que se evitaban tanto en las conversaciones de familia como en los medios de comunicación.

En nuestro tiempo la verbalización de la realidad se hace con crudeza y con la impaciencia de las nuevas generaciones.

El idioma castellano tiene sus orígenes en el siglo décimo, en textos tales como la “Nodicia de Kesos”, las “Glosas Emilianenses” o el “Poema del Mío Cid”.

En México nuestro vocabulario está enriquecido con el crisol de lenguas indígenas de invaluable valor cultural.

La soltura con la que se maneja el idioma representa la libertad con la que la sociedad define los asuntos de actualidad.

Los líderes de opinión que influyen entre las nuevas generaciones, “influencers”, en su rutina pronuncian una veintena de palabras altisonantes para construir sus ingeniosísimas parodias sarcásticas.

En el pasado los cómicos como Cantinflas, Tin Tan, Resortes, Clavillazo y tantos más expresaban sus ideas agudas con humor blanco prescindiendo de insultos y majaderías.

Hoy en día se habla de todo, no hay palabras prohibidas, es su significado lo que provoca debate en la sociedad.

Donde no hay diálogo hay monólogo que intenta “embrujar a la inteligencia mediante el uso del lenguaje” (L. Wittgenstein).

En la más reciente encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco no tiene palabras prohibidas para fustigar la falta de caridad del uso descarnado de la economía de mercado y de la denuncia del populismo insano que busca perpetuarse en el poder.

De igual manera, en el pasado el discurso político se construía a base de una retórica de prosapia grandilocuente, que hoy ha sido sustituido por un mensaje directo cuyo relativismo moral exacerba la división de la sociedad. La beligerancia verbal es la antesala de la violencia física.

Pocas son las cosas que están prohibidas en nuestro tiempo, por ejemplo, la estrofa de nuestro Himno Nacional que alaba “al Barón de Zempoala”.

También en Alemania está prohibida la venta del libro Mi lucha, de A. Hitler, así como la primera frase que se utilizaba entonces en el himno nacional de ese país.

En los regímenes autoritarios o dictatoriales se han censurado las palabras que vulneren el abuso del poder, no por ello las sociedades oprimidas dejan de atesorar su significado y de anhelar llevar a la práctica sus derechos y libertades. Se puede silenciar una palabra, pero nunca se podrá reprimir la fuerza de un ideal.

Mas allá de las palabras prohibidas hay conceptos intocables, como lo son: la libertad, los derechos humanos, la ley, la justicia, y como mexicanos la frase fundamental de nuestro sistema político, “Sufragio efectivo no reelección”.

Rúbrica


Al fin una ventaja del Covid-19. En los debates por la presidencia de Estados Unidos usar tapabocas podría también contener las imprudencias de Trump y elevar la calidad del debate.

Político y escritor. @AlemanVelascoMarticulo @alemanvelasco.org

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