Cada siglo tiene sus progresos y sus retrocesos, sus orgullos y sus vergüenzas, sus descubrimientos y sus olvidos, su paz y sus guerras, sus héroes y sus víctimas. El siglo XXI no es la excepción. La mayor herencia de la raza humana es la toma de conciencia de sus valores.
Los regímenes de gobierno y los valores sociales están sometidos a profunda revisión. La tónica de nuestro tiempo es la creciente dependencia de las tecnologías, en particular la imagen generalizada de una persona con una mano sosteniendo casi permanentemente un dispositivo móvil de acceso a las redes sociales.
El revisionismo es integral. Es la búsqueda de las nuevas teorías que expliquen la fórmula exitosa de convivencia y progreso en una sociedad donde la dependencia digital lo abarca casi todo, donde la inteligencia artificial amenaza la razón y las libertades de la inteligencia natural del ser humano. Es la confrontación del humanismo libre y espontáneo entre la automatización que todo lo registra y todo lo controla. Es la búsqueda de los espacios donde los valores del espíritu puedan sobrevivir en una vida ordenada por algoritmos que buscan predecir el comportamiento del individuo para maximizar su potencial de consumo.
Pero también la crítica al modelo de producción y de consumo que genera contaminación y cambio climático. Se debate la definición de derechos humanos y libertades sociales. Se contrastan los regímenes de representación democrática contra los de gobiernos unipersonales que condicionan a opositores y censuran la libertad de expresión.
La sociedad de las libertades es la sociedad más vigilada de la historia. La vigilancia omnipresente en la vía pública, los espacios privados, que todo lo ve y todo lo registra.
Hoy el anonimato del individuo se diluye en un caudal de huellas digitales, aplicaciones, gastos, compras, registros médicos, ejercicio, búsquedas, diálogos, recorridos en mapas que indica una voz metálica, las órdenes a Alexa o Siri y múltiples aplicaciones y plataformas que, si bien permiten que la vida del individuo sea más eficiente, también es fuente de información que registra casi la totalidad de la vida del individuo por marginal o intrascendente que sea.
Nos sometemos a la autoridad de edificios inteligentes, elevadores sin botones, automóviles sin conductor, múltiples artículos que se entregan a domicilio, dinero sin billetes, criptomonedas que son unidades de cuenta para consumo y especulación sin nacionalidad ni autoridad monetaria que los regule.
La instantaneidad como forma de vida distingue la impaciencia y la obsesión por una autoestima medida por la cantidad de “likes” o “me gusta” para acumular simpatías superfluas de un público anónimo y distante.
La indiferencia, el aislacionismo y el hedonismo predominan ante la inquietud de reconocernos como seres humanos con conciencia de los valores fundamentales de la vida, la justicia, las libertades, así como la importancia de expresar los sentimientos de amor, fraternidad y respeto para crear y disfrutar las artes, la poesía y la abierta expresión de las emociones. Antes se aprendía en la escuela y se educaba en la casa, hoy la noción general de la sociedad está en las redes. El humanismo no puede claudicar ante la automatización.
Rúbrica. Entre embarazos y balazos. Al parecer la Suprema Corte de Estados Unidos defiende el derecho a la vida, pistola en mano.
Político y escritor. @AlemanVelascoM articulo@alemanvelasco.org