¿Qué destino habría tenido la revolución francesa sin La Marsellesa? ¿Cuántas veces en nuestra adolescencia escuchamos a algún adulto decir: “apaguen ese ruido” cuando escuchábamos la música de nuestra juventud?

En la conmemoración de un aniversario más del festival “Live Aid”, que dio origen al “Día del Rock”, es pertinente la reflexión del papel de la música como inspiración de las grandes trasformaciones sociales de la historia.

Más allá del simbolismo ritual y su evolución en tradiciones religiosas, la música y en particular la música popular es una de las manifestaciones más relevantes de la sociedad contemporánea.

Jacques Attali en su obra “Ruido, Ensayo sobre la geonomía política de la música” (1995) explica que la música “es profética. Desde siempre, ha contenido en sus principios el anuncio de los tiempos por venir”. Es el proceso de “mutación que anuncia que las relaciones sociales van a cambiar”, anuncia la evolución o la insurrección de las conductas sociales, y como toda expresión artística está obligada a la búsqueda permanente y al rompimiento con los cánones añejos y ajenos a los simbolismos contemporáneos.

La conclusión de la reconstrucción de la postguerra significó un cambio profundo en el modelo de desarrollo económico y político internacional.

La nueva generación, ajena a las privaciones de la guerra, demandó mayor participación política y se rebeló ante las costumbres tradicionales. La libertad se representó en el largo del pelo, la sexualidad, el rechazo al consumismo y otras manifestaciones.

No es fortuito que los Beatles pasaran de ser jóvenes bien peinados y vestidos a una nueva imagen inspirada en un nihilismo del “flower power”.

Entre sus éxitos iniciales “Twist and shout” lleva inmersa la armonía de “La Bamba” que Ritchie Valens había tomado de nuestra tradición mexicana y orgullosamente veracruzana.

Un punto de referencia obligado es el festival de Woodstock de 1969, donde Janis Joplin, Bob Dylan y Jimmy Hendrix, entre otros, alimentaron un debate político que traspasó fronteras y marcó generaciones.

En México se optó por una solución mixta donde los “covers” de las canciones del momento se interpretaban, traducidas al español, por artistas mexicanos y el surgimiento de grupos locales de gran calidad, sin menoscabo de la permanencia de la música mexicana en la radio, televisión y espectáculos.

En su papel político para Marx, el rock era un “espejo de la realidad”. En la Unión Soviética fue prohibida durante años la importación de discos por ser una expresión del capitalismo o una amenaza a la identidad nacional. Los compositores soviéticos tenían la tarea de “defender la música soviética contra la intrusión de elementos de la decadencia burguesa”. (Jdanov, discurso de 1948).

El Rock es una expresión de la globalización y del surgimiento de una cultura urbana de la nueva “aldea global” de McLuhan y del “homo videns” de Sartori, que convive con las culturas, tradiciones, idiomas y formas de vida.

La música es confidente de la soledad, compañera de estudio, socia del trabajo, asesora sentimental, inspiradora de anhelos, vivencia memorable, poesía en voces e instrumentos, así como himno para denunciar agravios o defender derechos.

Pocas sociedades como la mexicana tienen una identidad sonora tan poderosa, permanente y profunda, quizá por eso siempre traemos “la música por dentro”.

Rúbrica. Cuba libre. Ron con Coca-Cola, inseparables.

@AlemanVelascoM

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