El fin de la Segunda Guerra Mundial en el teatro del Pacífico no habría sido igual sin la determinación y el carácter de Harry S. Truman y Robert Oppenheimer.
El pasado 6 de agosto se cumplieron 78 años del lanzamiento de la bomba nuclear en Hiroshima, y hoy 9 de agosto, es aniversario de la segunda bomba en Nagasaki. Hechos que terminaron la guerra y abrieron el capítulo de la Guerra Fría.
Japón vivió momentos críticos ante la rebeldía de las élites militares que estaban en contra de que el emperador Hirohito diera su histórico mensaje de capitulación incondicional. Nadie sabía que Estados Unidos no tenía más bombas, pero fue determinante para contener la gran movilización militar de Stalin hacia Vladivostok para invadir por el norte a Japón.
Truman llegó a la presidencia por la muerte del presidente Franklin D. Roosevelt, en la fase más intensa de la Segunda Guerra Mundial, Su mandato está reducido a este episodio, pero sus logros son memorables; mantuvo abierto el puente aéreo con Berlín, dio reconocimiento, apoyo militar y económico al naciente estado de Israel, concluyó la segregación racial e inició la intervención militar para contener la expansión comunista en Corea del Sur.
La relación de Truman con el presidente Miguel Alemán fue de gran afecto y cercanía, pues sabía que Alemán, como secretario de Gobernación durante la guerra, mantenía cercana vigilancia con los extranjeros y algunos mexicanos vinculados al nazismo en México.
El proyecto Manhattan creó una nueva industria, en dos años y medio logró alcanzar su objetivo con total secrecía a pesar de haber involucrado a medio millón de trabajadores, es decir el 1% de la fuerza laboral civil de los Estados Unidos, en donde destacó la participación de Robert Oppenheimer.
Años después de la guerra, Oppenheimer fue víctima del macartismo, que no era otra cosa que una paranoia colectiva de ultraderecha, nacionalista y fundamentalista que ha resurgido con fuerza en los Estados Unidos.
La historia registra con detalle la única ocasión que Oppenheimer visitó al presidente Truman en la Casa Blanca en octubre de 1945. Con un diálogo áspero el científico le dijo al presidente: “Tengo sangre en las manos” y el presidente, republicano al fin, menospreció su reclamo, así como la posición de los científicos liberales.
El resto de su vida, Oppenheimer lo dedicó al avance de la ciencia, con valiosos equipos de investigadores y colegas; uno de ellos el notable físico mexicano, Manuel Sandoval Vallarta.
En el año de 1962, Oppenheimer visitó México para ser recibido por uno de sus amigos, Sandoval Vallarta, a quien había conocido en Boston de jóvenes, y con quien mantuvo una relación personal y científica.
En su visita, Sandoval Vallarta llevó a Oppenheimer a pasear a la Plaza Garibaldi y fue ahí donde en un descuido le robaron el sombrero; su cuñado el arquitecto Silvio Margáin logró que se lo devolvieran. En su conferencia insistió en su mensaje de la importancia de las ciencias para la paz, el progreso y la concordia entre los pueblos.
Truman y Oppenheimer no se volvieron a ver, entre ambos hubo una animadversión profunda. A pesar de ello, sus nombres quedaron unidos. Uno creó el arma más potente del siglo XX y el otro decidió utilizarla con el mayor número de bajas civiles a causa de una agresión nuclear.
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