La prensa libre y el poder político están hechos el uno para el otro, en especial cuando se trata de delitos de abuso del poder para preservar el poder. En el verano de 1974 los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, de The Washington Post, iniciaron el proceso de periodismo de investigación política más importante del Siglo XX, conocido como el Caso Watergate, que culminaría con la renuncia del presidente de los Estados Unidos y que quedaría inmortalizado en la publicación del libro: Los Hombres del Presidente, cuyo ejemplo sigue siendo referente de la prensa crítica y de la libertad de expresión. Un misterioso personaje conocido como “garganta profunda” era su fuente de información. No fue sino hasta 2005 que se reveló que dicho personaje fue el entonces subdirector del FBI, Mark Felt.

El próximo viernes 9 de agosto al medio día se cumplen 50 años de la renuncia del presidente Richard Milhous Nixon a la presidencia de los Estados Unidos de América, un episodio sombrío en la historia política de ese país. Nixon abrió las relaciones con China, contuvo la amenaza nuclear de la entonces Unión Soviética con los tratados SALT, aceptó la derrota y retiro de Vietnam, y buscó una agenda continental en la que destacó una relación seria con el presidente de México, Luis Echeverría.

Nixon en su campaña de reelección apoyó el espionaje y el allanamiento de las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata, por ello fue acusado de obstrucción de justicia y otros delitos graves.

Haciendo uso de esa relación adictiva de los políticos con la televisión, Nixon ordenó que salieran todas las personas, incluyendo al servicio secreto, y solamente estuviera presente el equipo de transmisión de la cadena CBS.

Recuerdo con asombro ver que el hombre más poderoso, económica y militarmente, se desplomaba del poder, y sin mencionarlo reconocía el hecho que manchó para siempre su biografía política.

Durante 16 minutos Nixon describió las razones de su decisión, reconoció que perdió el soporte del Congreso y que seguir adelante con un juicio impediría su total dedicación al cargo. Con un semblante adusto, sostuvo con pulso firme las hojas de su discurso; no tuvo la sonrisa que sedujo a sus votantes, pero sí con la voz grave y contundente que impresionó a sus adversarios, entre otras cosas dijo:

“Continuar luchando durante los próximos meses por mi reivindicación personal absorbería casi por completo el tiempo y la atención tanto del Presidente como del Congreso en un período en el que toda nuestra atención debería centrarse en los grandes temas de la paz en el exterior y la prosperidad sin inflación en el interior. Por lo tanto, mi renuncia a la Presidencia será efectiva a partir de mañana al mediodía. El vicepresidente (Gerald) Ford prestará juramento como presidente a esa hora en esta oficina”.

Al día siguiente, antes de tomar el helicóptero que significó el fin de su mandato, en un mensaje de despedida, a sus colaboradores les dijo: “… otros te odiarán, pero los que te odian no ganarán a menos de que tú los odies también y entonces, te destruirás a ti mismo…”

Así llegó a su fin un gobierno y un líder que hasta la fecha se analiza el controvertido legado de su mandato.

Rúbrica. Gloria al bravo pueblo. En Venezuela la legitimidad en el ejercicio del poder se disputa entre el aclamo y el reclamo.


Político y escritor. @AlemanVelascoM

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