En las redes sociales nada sucede por casualidad; las aplicaciones y plataformas de interacción social constituyen una base de datos que buscan identificar y comercializar los comportamientos predecibles de los usuarios.
Hay una huella digital que todo usuario deja a su paso en las redes sociales. La afición deportiva, mascotas, viajes, reuniones familiares, conversaciones en mensajes, sitios visitados, música, series, películas, tiempo dedicado, todo ese caudal de información de lo que se comenta, analiza, busca, consulta y disfruta la sociedad digital en sus medios es cuidadosamente documentado. De ahí se genera un algoritmo que consiste en un método que codifica y sintetiza el perfil digital de cada individuo, y con ello se sugieren o quizá hasta se anticipan los contenidos que llegarán a la atención de cada persona. En ello también va una publicidad selectivamente segmentada para asegurar el mayor número de impactos y con eso la mayor probabilidad de consumo, al grado de poder llegar a tener un “Gran Hermano Digital” que ofrezca todo aquello que pasiva y silenciosamente escucha y registra.
Hay cambios fundamentales e irreversibles en el consumo de contenidos en redes sociales de una sociedad que ha sido sometida al largo aislamiento por la pandemia de Covid, que aumentó el nivel de uso y quizá dependencia de sus instrumentos de comunicación digital.
Todas estas plataformas y medios de comunicación y entretenimiento, que según parece son gratuitos, tienen la doble función de promover la demanda de nuevas versiones de medios móviles de comunicación.
La conducta es una fuente valiosa de información que se segmenta por género, edad, intereses, tiempo dedicado, zona geográfica y otros indicadores que se codifican y se agregan en la conformación de un perfil o algoritmo que determinará en el futuro sus búsquedas.
Es así donde las aplicaciones gratuitas nos dejan ver que el usuario no es el cliente, sino el producto de dichas plataformas.
Por una parte, puede ser una poderosa herramienta que discrimina la gran nube de información que existe en el ciberespacio, y por la otra, funciona como un vigilante invisible que decide qué es posible conocer y qué queda excluido.
Un aspecto que merece atención es que la serie de contenidos a los que se accede en las redes en foros monotemáticos, que pueden ser elementos causales de una actitud de bajo nivel de tolerancia y un rechazo a la confrontación de ideas ajenas o temas no conocidos o un sectarismo ajeno a la diversidad.
De ahí la importancia de reflexionar en la manera de aprovechar las valiosas herramientas digitales para fortalecer la cultura democrática, la confrontación de ideas y el diálogo maduro acera de los temas fundamentales de nuestro futuro colectivo.
Todo algoritmo es resultado de una mente, especializada en su programación; son hombres y mujeres anónimos que construyen estos códigos con magistral cuidado. La pregunta es saber quién es el dueño de la huella digital de cada persona y si somos capaces de navegar libremente en el espacio digital o estamos sometidos a la tiranía de un sofisticado modelo probabilístico que nos condiciona. Sabemos que la libertad en el alcance de nuestros intereses está a un botón de distancia.
Rúbrica. Faltan 114 días para el inicio de la XXXIII Olimpiada en París. Lo importante es competir, pero para ganar.