El pasado lunes 30 de octubre se conmemoró el 150 aniversario del natalicio de Francisco I. Madero. Nacido en Parras de la Fuente, Coahuila, en 1873, Madero es el punto de partida de un país que emprendió la hazaña de reformar un sistema político, en extremo autoritario y conservador, que estaba gobernado desde 1876 por la dictadura de Porfirio Díaz.

Toda su vida, Madero fue un hombre con gran ímpetu, cuya estatura física no era comparable con la gran altura de sus ideales. La democracia libre era su divisa y su lucha contra la reelección, sembró una semilla perdurable en muchas generaciones que se consagró en nuestro modelo de gobierno.

Heredero de una familia acaudalada no aceptó las comodidades de una vida con una herencia asegurada, para abrirse camino en un proyecto que para alcanzar sus metas y desde el primer momento puso en riesgo su vida.

Educado en Francia, regresó a México y años después publicó su libro La Sucesión Presidencial de 1910, donde exponía a la democracia como la única y la mejor condición para impulsar a México a una nueva etapa de progreso.

En un país donde la población más pobre era analfabeta y estaba dispersa en las zonas rurales, las ideas de Madero se propagaron con rapidez.

Por la frescura de sus ideas, Díaz ordenó su encarcelamiento para impedir su participación en el proceso electoral. Meses después Madero huyó a San Antonio Texas y promulgó el Plan de San Luis que desconocía la reelección de Díaz y a su gobierno; convocó al levantamiento armado señalando para ello fecha y hora, el 20 de noviembre de 1910 a las seis de la tarde. En mayo de 1911, Porfirio Díaz renunció a la presidencia para emprender su viaje de exilio hacia París, a bordo del buque Ypiranga, propiedad de una empresa naviera alemana.

La nueva convocatoria electoral dio como ganador a Madero y tomó posesión el 6 de noviembre de 1911, fecha que debería tener mayor reconocimiento en el calendario de efemérides de México. La renovación de su gobierno implicaba modificaciones sustantivas entre los actores políticos y el ejercicio del poder. Se fue el dictador, pero sus partidarios permanecieron.

En los grandes capítulos de la historia todo héroe tiene un villano; Madero no fue la excepción. Victoriano Huerta conspiró con el embajador estadounidense Henry Lane Wilson para dar un golpe de Estado y ordenó apresar al presidente Madero y a su vicepresidente José María Pino Suárez, y la noche del 22 de febrero de 1913 ambos fueron ejecutados cobardemente en el trayecto a la vieja prisión de Lecumberri, donde actualmente se aloja el Archivo General de la Nación.

La muerte de Madero fue la chispa que encendió el ideal de México por un nuevo modelo de nación. Muchos años, muchas vidas y muchos sueños costaron pacificar el país y establecer un sistema político con estabilidad y paz social.

Madero se ha vinculado, quizá erróneamente, con una posición de derecha o conservadora, cuando lo realmente retardatario era el viejo régimen reaccionario que él destronó.

La corta vida de Francisco I. Madero es hoy y será siempre una fuente de inspiración por la búsqueda de una patria siempre libre y democrática.

Rúbrica. Acapulco siempre en el corazón. Ante la tragedia y la totalidad de las pérdidas, como el ave fénix, con el tesón de su gente, Acapulco resurgirá más moderno, más próspero y más digno.

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