“A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas”. Marcel Proust.

Una característica de nuestro tiempo ha sido someter a profundo análisis la estructura de la familia, la gobernabilidad, la religión, la diversidad en modos de vida y de pareja, al igual que las nociones de equidad jurídica, libertad de pensamiento, ideologías, modelos económicos y misión del Estado moderno que están en continua evolución y debate.

La cuestión es definir si podemos someter a juicio las instituciones y los valores que las sustentan sin destruirlas, ofender a sus responsables o dañarlas irremediablemente antes de poder ofrecer una versión mejor.

Winston Churchill definió que: “Estados Unidos hace invariablemente lo correcto, después de haber agotado el resto de alternativas”.

La invasión al Capitolio de los Estados Unidos por una turba hostil dispuesta a transgredir el umbral de su institución más prestigiada no es un hecho aislado ni único. Representa el punto de máxima confrontación social de un país que a lo largo de los últimos cuatro años ha estado sujeto a un discurso incendiario de división, burla, crítica, intolerancia y autoelogio de su presidente.

¿Donald Trump llegó a la Presidencia de los Estados Unidos para imponer una narrativa de encono social, exclusión racial supremacista y autoritarismo unipersonal o esas son las causas latentes que residían en la conciencia de buena parte de la población blanca que lo llevaron a la Casa Blanca?

La crisis de gobernabilidad que hoy afecta a los Estados Unidos no es un caso aislado ni genuino de ese país, es un síntoma extremo de una serie de tensiones y problemas que se han venido gestando en diversas partes del mundo.

La crisis no es política, económica, ideológica, social o intelectual, es una crisis del respeto.

Del respeto a la vida, la familia, las instituciones, las creencias religiosas y sus líderes, las leyes y las libertades y de quienes tienen a su cargo su aplicación.

De ahí que la crítica al orden preexistente no sea prerrogativa de un gobernante sino de una sociedad inconforme, pero sobre todo impaciente.

Puede haber debate, disenso y vehemencia, sin que se pierda el respeto por lo que otros dicen o representan. Podemos expresar o decidir en cuanto nos sea adecuado, sin que para fundamentarlo se justifique la agresión.

Amigos lectores, en los tiempos de reflexión y cuarentena indefinida tenemos la oportunidad para concebir una visión renovadora de los modos de vida, que nos permitan imaginar una visión de futuro más promisoria, para remontar las limitaciones actuales, no para regresar al modelo del ayer sino para construir un mejor mañana para todos.

El reto es evolucionar, pero sin correr el riesgo de abrir vacíos de decisión o autoridad que puedan generar daños irreversibles en los valores y logros fundamentales.

Por ello, es oportuno citar de nuevo a Marcel Proust para inspirar el avance de la sociedad: "Mientras los hombres sean libres de preguntar lo que deben, libres de decir lo que piensan, libres de pensar lo que quieran, la libertad nunca se perderá y la ciencia nunca podrá retroceder".

Para algunos un paraíso se perdió en el pasado reciente, para otros, hoy tenemos la gran oportunidad de emprender la construcción de uno mejor.

RÚBRICA: Epitafio político. La democracia estadounidense amenazada por el ocaso de Trump.

Político y escritor.
@AlemanVelascoMarticulo
@alemanvelasco.org

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