La confianza es el origen de la integración social, de la convivencia pacífica, de la legalidad y la justicia. A lo largo de las últimas semanas, la sociedad ha sido afectada por diversas causas y riesgos que han ido minando los cimientos de esa confianza y en consecuencia de la convivencia armónica de las familias, los vecindarios, las organizaciones y los países.
Mucho se habla de la forma de reabrir la vida cotidiana con manuales de cuidado sanitario, pero poco se ha analizado el profundo daño que sufre la sociedad por una serie de procesos que aparentemente son inerciales y que nadie puede controlar.
Desde un aislamiento imprevisible y ante una amenaza de salud incomprensible se han venido acumulando sentimientos que dividen, discriminan o excluyen a las personas y a los grupos sociales entre sí.
Recuperar la famosa “nueva normalidad”, a mi juicio, indica que ni será nueva, ni será normal. No será nueva porque en el pasado la sociedad ha vivido condiciones extremas de zozobra y ansiedad. Y no será normal porque los fundamentos de la convivencia están amenazados en uno de sus cimientos por la desconfianza.
Se observa un deterioro de la confianza, que ha permeado entre las familias por un riesgo involuntario de contagio de Covid-19; por la sospecha inducida que se nutre de la envidia o la ambición; por la latente sensación de racismo que muchos países conservan en su sistema político y de vida; o peor aún, por la desconfianza generada por la polarización ideológica que contamina mentes libres en aras de una ventaja política.
En muy pocas semanas el mundo ha transitado de una visión compartida de impulso global de la ciencia, educación, comercio, cultura y comunicación, a un modelo desconocido de aislamiento social, proteccionismo económico, molestia por el comportamiento ajeno y recelo hacia los demás.
Mucho se ha escrito desde una perspectiva económica, biológica o médica respecto a la forma de reabrir las actividades productivas, culturales, recreativas y sociales.
Pero este análisis requiere también del insumo que debe dar la psicología, la antropología social, la espiritualidad y la filosofía política para proponer las mejores vías de reconstrucción de la cohesión social y la reconquista de la confianza.
En estos tiempos he revisado diversas lecturas, y en esta ocasión comparto mi interpretación de uno de los pasajes del Apocalipsis. Sin atreverme a disertar acerca de su debate teológico, solamente me refiero al trascendente significado de cuatro personajes que ejemplifican la destrucción en el fin de los tiempos y que han aparecido solos o en grupo cuando la sociedad pierde su rumbo.
El hambre, la guerra, la peste y la muerte son los jinetes que encarnan la profecía de la catástrofe y que a lo largo de la historia han dejado huellas lamentables en la evolución de la civilización.
Si bien conocemos a detalle a esos jinetes y los colores de sus corceles, me aventuro a identificar la identidad de cada cabalgadura, sin asignar un lugar determinado; libremente interpreto que van montados en: la desconfianza, la ambición, el miedo y la ira.
Hoy la desconfianza empieza a dominar nuestro entorno. Con las precauciones del caso y la conciencia del bienestar colectivo, abramos la mente y el corazón a favor de la prudencia sanitaria, convivencia armónica y la fraternidad por nuestros semejantes.
Ninguna sociedad avanza dividida y ningún país progresa confrontado.
Rúbrica
El espíritu de la Conago. Cuando fundamos la Conferencia Nacional de Gobernadores en 2001, nuestro objetivo era fortalecer el Federalismo para fortalecer a México. No hay país fuerte con estados débiles ni nación estable con regiones divididas. El nombre dice todo lo que somos: Estados Unidos Mexicanos.
Político y escritor @AlemanVelascoM
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