En mi vida como periodista he conocido múltiples casos de represión y condicionamiento a la libertad de expresión. En diversos países, pensadores, escritores, periodistas y opositores políticos como Nelson Mandela, Aleksandr Solzhenitsyn, Salman Rushdie, Liu Xiaobo, Lech Walesa, entre otros más, han sufrido la pérdida de libertades y otros hasta la vida.
Por ello, hay una gran atención hacia los casos de persecución y encarcelamiento de personajes críticos a los gobiernos de dos países de tradición autoritaria, como Rusia y Bielorrusia, que, a pesar de haber superado el periodo soviético, carecen de condiciones para la competencia democrática, la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión.
Es particularmente notorio que, en los tiempos de la mayor capacidad de denuncia y divulgación de ideas a través de las redes sociales, aún se persigan y encarcelen las voces críticas en países gobernados con mano dura.
En Arabia Saudita, Bielorrusia y Rusia encontramos tres lamentables ejemplos recientes de las severas amenazas que acechan a los periodistas y disidentes políticos en esos países.
En octubre de 2018, una visita rutinaria para un trámite en el consulado Saudí, en Estambul, fue el último acto de vida del periodista Jamal Khashoggi, al ser asesinado y su cuerpo desaparecido por orden del gobierno Saudita.
El 23 de mayo de 2021, un vuelo comercial, que cubría la ruta Atenas-Vilnius, capital de Lituania, que cruzaba por el espacio aéreo de Bielorrusia, fue obligado a aterrizar en Minsk, donde se obligó descender al joven activista de oposición Román Protasévich.
Una vez apresado, hasta el año 2023 en el juicio acusado de activismo contra del gobierno, se le sentenció a una condena de ocho años, pero recibió la generosa amnistía de parte del longevo presidente Lukashenko, y tiene prohibido salir de Bielorrusia, es decir, pasó de la celda de prisión a ser prisionero dentro de su país.
Y el caso preocupante más reciente, es la sorpresiva muerte en custodia del disidente político Alekxéi Navalni, opositor declarado de Putin, que sobrevivió al intento de envenenamiento por parte de agentes rusos. A su retorno a Moscú en 2021 fue arrestado y sentenciado a 19 años de cárcel en una prisión cerca del Ártico en ese país. El pasado 16 de febrero las autoridades comunicaron su muerte.
Este suceso coincidió con la malograda entrevista que el periodista Tucker Carlson, defensor de Trump y excolaborador de la cadena Fox, le hizo cortésmente a Vladimir Putin.
Es tan sospechoso este caso que el gobierno ruso no sólo impuso una condena que privó de derechos políticos y libertad a este disidente, sino que aún después de su muerte, mantiene prisionero su cadáver, sin permitir que los familiares o médicos independientes tengan acceso a una revisión de las causas de su fallecimiento.
En esta era de desplantes ideológicos excluyentes, la tolerancia y la libertad de expresión están en entredicho. Por ello, es pertinente recordar la famosa frase de Voltaire: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. A cuantos les ha costado la vida.
Rúbrica. Reconocimiento pendiente. En el Museo Soumaya se presentó un libro sobre la obra del prominente artista plástico y muralista Jorge González Camarena; buena falta hace una amplia exposición retrospectiva de su obra.