En el pasado la propaganda de los dictadores los presentaba como personajes solemnes, en todo momento lúcidos y capaces de expresar frases históricas en cada bocanada de su mesiánico aliento, capaces de resistir la crítica y someter a sus opositores, pero nunca superarían el impacto demoledor de la mofa, la parodia, la farsa y la comedia.

Un día como hoy, 16 de octubre pero de 1940, se estrenó una de las películas más emblemáticas de la carrera cinematográfica de Charles Chaplin: “El gran dictador”, de la que él fue escritor, director, productor, editor, compositor y actor protagónico, interpretando el personaje de Adenoid Hynkel, dictador de la república ficticia de Tomania (donde todas las escenas se asemejan a un pueblo alemán), líder del partido “Nami” de la doble cruz, en alusión directa al partido nazi y su representativa suástica, que en 125 minutos logró desmitificar al ogro bélico infalible y obsesionado con el culto a su personalidad, que meses antes había roto el frágil periodo de paz en Europa.

Esta fue la primera película hablada de Chaplin, acompañado de Paulette Goddard y un gran elenco, en donde cada escena, en particular el parlamento final, es memorable y de conocimiento obligado.

Chaplin logró demostrar la amenaza y la tragedia que escondía la dictadura fascista, que algunos líderes políticos no querían reconocer. La cinta se estrenó a pesar de la posible censura del gobierno estadounidense, que había elogiado a Hitler, al grado de que la revista TIME le concedió varias portadas y hasta el título de “Persona del año” en su edición del 2 de enero de 1939, ocho meses antes de la invasión a Polonia.

La contraofensiva de la propaganda nazi a nivel mundial fue magistralmente concebida por Chaplin al convertir al infalible y venerado dictador en un ridículo demente.

Chaplin logró un insuperable remedo del Führer, se enfundó en su uniforme y sendas botas para bailar con el característico paso de ganso, con un globo terráqueo, extasiado en su sueño de dominio mundial en una escena que superó sus pantomimas del cine mudo.

La película concluye con un monólogo poderoso, que dirige directamente a cámara con una vehemencia que al tiempo que implora un llamado a la razón de los agresores, invita a la liberación de los pueblos sometidos, del cual cito un pasaje:

“En nombre de la Democracia utilicemos ese poder actuando todos unidos, luchemos por un mundo nuevo, digno y noble, que garantice a los hombre trabajo; y dé a la juventud un futuro; y a la vejez, seguridad. Con la promesa de esas cosas las fieras alcanzaron el poder, pero mintieron; no han cumplido sus promesas, ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres solo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer nosotros realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo, para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón, un mundo donde la ciencia, donde el progreso nos conduzca a todos hacia la felicidad.”

Chaplin y Hitler nacieron con cuatro días de diferencia en el año 1889, tuvieron infancias difíciles y bigotes semejantes; uno supo superar sus carencias por la fantasía y la comicidad y el otro nunca pudo superar sus destructivos rencores ni sus fobias raciales.

Rúbrica. Misterio resuelto. Por fin supimos “dónde quedó la bolita”.

Político y escritor. @AlemanVelascoM

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