En pocas ocasiones la traducción del título de una película ha sido tan atinada y exitosa como Amor sin barreras. El título original de la producción musical West Side Story llegó a Broadway y a las pantallas de cine, y el significado era conocido solamente por la sociedad estadounidense sobre las restricciones y límites raciales prevalecientes en la década de los años 60.
Amor sin barreras es una historia de amor del género musical de la segunda mitad del siglo XX. Una polémica versión “nuevayorkina” de un Romeo de clase alta enamorado de una Julieta puertorriqueña de clase baja, que deja al descubierto la discriminación y exclusión entre el país de los “Montescos” blancos y los “Capuletos” hispanos.
Ambientada en la importancia que la sociedad de consumo a crédito de la postguerra daba a los electrodomésticos, grandes automóviles, rascacielos y otros símbolos de éxito económico que no eran del todo accesibles para grupos raciales de raza negra o latinos.
Las partituras y letras de la música de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim dejan un testimonio de estos contrastes en una producción musical de emociones y pasiones memorables.
La industria cinematográfica estadounidense se vio restringida en su libertad creativa por la famosa acta Hays, llamada así por William H. Hays, que fue presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores de Películas de los Estados Unidos (MPPDA por sus siglas en inglés).
El contenido extremadamente puritano y racista de este código vigente de 1934 a 1968, prohibía toda expresión majadera o insultos, escenas de desnudos, sexuales o sugestivas, violencia excesiva, así como límites a escenas de danza impúdica y hasta la prohibición expresa que en una recámara de una pareja casada se viera una cama matrimonial. Así que, en todas las películas de entonces, las parejas tenían que mostrar camas individuales y separadas. Además, se imponían criterios de fortalecimiento al sentimiento nacionalista, la moralidad y la impartición de justicia. Uno de los aspectos más rigurosos de este código era la intención de evitar a toda costa presentar, y mucho menos fomentar, las relaciones entre parejas de grupos raciales mixtos. Una película que también presentaba los prejuicios de la relación de una mujer blanca con un hombre de raza negra fue ¿Sabes quién viene a cenar? (1967), protagonizada por Sídney Poitier. Por ello la historia de amor del güerito con la latina sorprendió y escandalizó a muchos y abrió el camino para el derrumbe de dicho código en 1968.
En la producción de Amor sin barreras, filmada en 1961, los límites aún seguían en la consciencia de los directores y productores, por ello el papel de la latina no lo hizo una actriz hispana, sino que le dieron el papel a Natalie Wood, originaria de San Francisco, hija de padres rusos.
Hoy se puede disfrutar de una nueva versión de esta historia recreada con la magistral dirección de Steven Spielberg, donde a pesar de los años y los esfuerzos por la equidad la historia de una sociedad con fuertes resabios de xenofobia, racismo y división social, conserva hoy una huella que las nuevas generaciones deberán superar.
Rúbrica. Voz de la guitarra mía. Vicente Fernández está en ese coro celestial con Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, Cuco Sánchez, Miguel Aceves Mejía, José Alfredo Jiménez, Cornelio Reyna, el Charro Avitia, Tony Aguilar y tantos más que le dejaron a México la música ranchera que llevamos en el corazón.
Político y escritor.
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