Jon Batiste tomó lo que alguna vez se consideró intocable y lo transformó. En su último álbum, Beethoven Blues, el ganador del Grammy reinterpreta las composiciones de Beethoven con un alma que respira jazz, blues y góspel. Lo que podría haber sido una herejía para los puristas se convierte en una obra maestra contemporánea, un recordatorio de que incluso los clásicos más sagrados pueden ser reinterpretados. Porque la grandeza no está en preservar lo inmóvil, sino en encontrar nuevas formas de hacerlo resonar en el presente. Si la música puede reinterpretarse para hablar a nuestras generaciones, ¿por qué no hacer lo mismo con la Constitución?

Interpretar la Constitución es, en esencia, un acto de creatividad que enfrenta una tensión fundamental: encontrar el equilibrio entre adaptarla a los tiempos y preservar su esencia. Como dijo Cass Sunstein en ¿Cómo se interpreta una constitución?, la mayoría de las constituciones no nos dicen cómo deben ser interpretadas. Proporcionan principios y reglas, pero dejan los métodos de interpretación a quienes las aplican, creando un marco que exige tanto juicio como responsabilidad. Este desafío nos lleva a una pregunta inevitable: ¿hasta dónde debe llegar la interpretación, y dónde comienzan los límites?

Interpretar la Constitución no debe ser visto como un acto arbitrario, sino una responsabilidad de gran nobleza. Es el proceso mediante el cual las palabras escritas se convierten en una herramienta viva que protege derechos y fortalece democracias. Sin embargo, ha de decirse que no todo se puede interpretar. Existen principios inamovibles que deben servir como anclas en este mar de cambios, lo que Cass Sunstein llama los fix points o puntos fijos. Estos son los cimientos de cualquier Constitución y garantizan que, aunque evolucione, no pierda lo que la define.

En México, estos puntos fijos incluyen los derechos humanos y su progresividad, la división de poderes y el pacto federal, por ejemplo. Stephen Breyer, ministro en retiro de la Suprema Corte estadounidense, en su libro Leyendo la Constitución, afirma que una Constitución debe ser lo suficientemente flexible para atender las necesidades de una sociedad cambiante, pero también debe permanecer anclada en sus principios fundamentales; sin este equilibrio, corre el riesgo de perder tanto su integridad como su esencia orientadora.

La interpretación constitucional, entonces, no debe ser un ejercicio de conveniencia política o ideológica, sino una búsqueda reflexiva que respete estos límites inamovibles mientras se adapta a las necesidades actuales.

En los últimos meses, México ha enfrentado reformas constitucionales que buscan imponer una interpretación literal bajo el argumento de garantizar certeza jurídica. Obligar a las personas juzgadoras a ceñirse exclusivamente a las palabras escritas elimina la capacidad de interpretar el texto en función de sus principios y finalidades y desconoce que una misma palabra puede variar su significado dependiendo el caso concreto.

Una Constitución que se lee sin considerar el contexto se convierte en un documento que traiciona su propósito. La literalidad puede ser útil en determinados textos normativos, pero en una Constitución —un pacto vivo diseñado para adaptarse a los desafíos de cada época—, este enfoque resulta insuficiente. La historia nos muestra que algunos de los avances más importantes en derechos humanos, como la despenalización del aborto, el uso recreativo de la marihuana y el reconocimiento del matrimonio igualitario, han sido posibles gracias a interpretaciones que trascienden la letra del texto.

La interpretación constitucional no debe ser entendida como traición o rescritura del texto constitucional, sino una forma de preservar la relevancia de los derechos en contextos cambiantes. Nuestro artículo primero constitucional, habla del principio de progresividad y no regresividad; este principio ordena ampliar el alcance y la protección de los derechos humanos en la mayor medida posible hasta lograr su plena efectividad.

Este principio ha sido clave para decisiones que desde la izquierda hemos aplaudido. Sin este principio, nuestros derechos estarían sujetos a los vaivenes políticos y podrían ser eliminados con un simple cambio de gobierno, como lo hemos visto en Estados Unidos en casos como Dobbs v. Jackson donde se revirtió el emblemático caso de Roe v. Wade.

Interpretar la Constitución no debe ser visto ni entendido como un acto de conveniencia. Interpretar es reconocer que las palabras no son solo palabras, sino una herramienta para crear y transformar la realidad. Porque cuando entendemos que interpretar es también construir, las y los intérpretes de la Constitución dejan de ser solo los jueces y legisladores, sino toda la ciudadanía. Y es así como se inicia con la democratización del derecho y la justicia.

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