En México, al menos cuatro de cada diez personas creen que “los pobres se esfuerzan poco por salir de su pobreza”, según datos de la Encuesta Nacional de Discriminación. Más allá de los detalles entre quienes creen más o menos en esto, lo más relevante es que es una narrativa muy común en México. Que “los pobres son pobres porque quieren” es algo que hemos escuchado frecuentemente, en todo tipo de espacios.

Es por eso por lo que decidí llamar “Pobres porque quieren” a mi nuevo libro sobre los mitos de la desigualdad y la meritocracia. Y es que, desde el punto de vista que comparto, la razón principal por lo que no disminuye la desigualdad extrema en países como México, es porque creemos que es, supuestamente, legítima: “Creemos que cada quien recibe lo que merece. Creemos que el pobre es pobre porque quiere y que el rico es rico por talentoso y por trabajador”.

Una sociedad meritocrática es aquella supuestamente gobernada por los ganadores o los mejores. Las personas ubicadas en la cima “tienen más talento”, “hacen mayores esfuerzos” o “poseen más creatividad”, mientras que la posición de las personas en la “base” de la sociedad se justifica por su supuesta cultura, pereza y malos hábitos.

Y aunque existe amplia evidencia de que no vivimos en una sociedad donde la meritocracia es una realidad, esta narrativa es promovida y sostenida por las élites para su beneficio. La narrativa meritocrática es perversa, puesto que, por un lado, genera falsa soberbia entre los ricos y humilla y estigmatiza a los pobres.

Tal vez lo más paradójico de la desigualdad es que, como han encontrado diversas investigaciones, la creencia en la meritocracia suele ser mayor en países con niveles de desigualdad más altos. ¿Por qué se creería más en la meritocracia donde claramente ésta no es la regla que ordena a la sociedad?

Entre distintas hipótesis, me parece muy interesante aquella que señala que la segregación espacial y el distanciamiento social en ciudades con altos niveles de desigualdad genera que, al convivir casi solamente con personas del mismo estrato social en todo tipo de espacios (laboral, escolar, de consumo, ocio o esparcimiento), sea imposible contrastar con información real a las narrativas meritocráticas que vienen de los medios de comunicación y las redes sociales. Si me dicen que lo común en los millonarios en México es que “” y que a su familia, probablemente lo crea si en realidad no conozco de cerca a ningún millonario (o ni siquiera a una persona “rica”) como para conocer realmente su historia.

Lo anterior se exacerba si, dada la segregación de nuestra sociedad, es más alto aún el “sesgo de clase”, es decir, la creencia de que pertenecemos a una clase social distinta a en la que realmente nos ubicamos. En México, siete de cada diez personas creen que pertenecen a la clase media, aunque al menos la mitad de ellas sería identificada como en situación de pobreza, según distintas metodologías.

Así pues, en el libro “Pobres Porque Quieren” podrán encontrar discusiones sobre mitos relacionados con la pobreza (“los pobres son pobres porque quieren”), la riqueza (“con esfuerzo y talento cualquiera puede volverse millonario”), el género y el racismo (“el patriarcado y el racismo no existen, se trata de clasismo”), la educación (“la educación te sacará de pobre”), la vivienda (“los jóvenes prefieren no tener viviendas”), la política social (“los programas sociales hacen dependientes del gobierno a sus beneficiarios”) y los impuestos (“los pobres no pagan impuestos”). El libro ha sido publicado por la Editorial Grijalbo y estará disponible de forma física en librerías a partir de esta semana.

Espero que podamos seguir debatiendo sobre la realidad detrás de los mitos que justifican la desigualdad, para así desmontar las narrativas que la legitiman (como la meritocrática). De esta forma, podremos exigir cambios sistemáticos en la forma en que se distribuyen los ingresos, la riqueza y el bienestar en la sociedad. Para lograrlo, podemos empezar dejando de reproducir la narrativa del “pobres porque quieren”.

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