En México, es común escuchar que “el pobre es pobre porque quiere” y, por equivalencia, que “los ricos son merecedores de su riqueza”. Reflexionemos un poco sobre eso. La riqueza total de la persona más rica en México (Carlos Slim) es de 100,000 millones de dólares (de acuerdo con la lista 2024 de Forbes). Dicha acumulación de riqueza es tan grande como la del 50% de la población más pobre en el país (según informe de Oxfam México de este año), equivalente a poco más de 60 millones de personas, de las cuales cerca de 10 millones están en situación de pobreza extrema.

Lo interesante de la desigualdad en México es que se supone es “legítima”. O al menos así es de acuerdo con la narrativa meritocrática, esta idea de jerarquización de las sociedades, según la cual las personas que están en la cima de la estratificación social se encuentran ahí por sus méritos, es decir, la suma de su talento innato y su esfuerzo personal. Del otro lado de la moneda, quienes están en la parte más baja de la sociedad serían aquellas personas que, supuestamente, no se esfuerzan lo suficiente ni tienen dichos talentos de nacimiento.

Cada vez que alguien repite el “pobres porque quieren” y entiende la pobreza como el resultado de un fracaso personal, está haciendo eco de la narrativa meritocrática (tal vez sin saberlo). Entonces, bajo la lógica de la narrativa meritocrática, cada quien merece lo que tiene (riqueza o pobreza). México sería legítimo merecedor de las inmensas brechas de desigualdad que le caracterizan.

¿En realidad la riqueza del top 10 de multimillonarios mexicanos en la lista de Forbes merece haber crecido 45% (más de 50,000 millones de dólares) durante el sexenio actual? ¿Los méritos de dichas personas son miles de millones de veces mayores que los de alguien en situación de pobreza? ¿El esfuerzo y el supuesto “talento (en otra ocasión problematizaré la idea de talento) de una sola persona (la más rica del país), con 24 horas al día, equivale al de 60 millones de personas? ¿Los 10 millones de personas en pobreza extrema, son “pobres porque quieren”? Y si dejan de “quererlo”, ¿saldrán de la pobreza?

La realidad es que la desigualdad de resultados (por ejemplo, en términos de riqueza, ingresos o bienestar) no es necesariamente “legítima”. La persona más rica de México no tiene méritos 60 millones de veces más altos que una persona en pobreza. Un cúmulo cada vez más amplio de evidencia científica demuestra que “origen es destino” para la inmensa mayoría de quienes nacen en un hogar en pobreza. Lo mismo sucede con las personas más ricas, cuya riqueza se explica más por la mera casualidad de haber nacido en una familia rica, así como por sus conexiones con los gobiernos y/o su abuso de mercados poco competitivos y de la explotación de trabajadores con salarios bajos y poco poder de negociación.

Pero la narrativa meritocrática funciona como un discurso legitimador, que al mismo tiempo justifica la desigualdad de resultados y también desincentiva las políticas redistributivas (mediante programas sociales e impuestos). Es por esto que Michael Sandel habla de la “tiranía del mérito”. Es claro que la meritocracia es una narrativa perversa, pues es compartida y nutrida por élites que se benefician de que el resto de la sociedad les crea, perjudicando a toda la sociedad (y al bienestar común) pero, sobre todo, a los más pobres.

Quienes leen esto pueden preguntarse, al menos, si consideran como legítimas las inmensas brechas que nos separan como sociedad. O si creen en la narrativa meritocrática como la forma en que supuestamente nos jerarquizamos como sociedad. ¿Queremos seguir creyendo una historia que claramente es irreal, o nos abriremos en el futuro a formas distintas de entender nuestra sociedad, por ejemplo, desde la solidaridad y el beneficio mutuo? De eso y temas relacionados estaremos hablando más en esta columna en futuras entregas, al igual que en un libro que escribí y se publicará en octubre próximo.

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