La invasión rusa en Ucrania tendrá consecuencias políticas y económicas en el sistema internacional, de eso no hay ninguna duda; sin embargo, pocos han advertido los efectos de la guerra sobre los derechos humanos. No me refiero solamente a la situación humanitaria sobre el terreno, sino a efectos más amplios sobre la gobernanza internacional de los derechos fundamentales.

Concretamente, dos grandes procesos poco alentadores para el movimiento pro-derechos humanos. Por una parte, la flexibilización de la presión occidental con respecto de los derechos humanos; por otra, la decisión de avanzar, por parte de Rusia, China y aliados, una especie de pluralismo global que diluya, o incluso excluya, la protección de los derechos humanos de la agenda internacional.

Antes de continuar, es necesario señalar que las potencias occidentales han ejercido una presión selectiva al momento de denunciar abusos contra los derechos humanos; sin embargo, también hay que reconocer que la gran expansión de protocolos, tribunales y comités especializados en derechos humanos no podría entenderse sin una política activa de países principalmente occidentales, incluyendo a América Latina.

La guerra provocó la escasez del suministro básico para la economía mundial: la energía. Las alteraciones en los flujos comerciales de gas y petróleo han provocado que Estados Unidos y la Unión Europea muevan ficha para sustituir las importaciones rusas y satisfacer su propia demanda. En este contexto, el presidente estadounidense Joseph Biden llevó a cabo una gira por Medio Oriente, que incluyó una visita al reino de Arabia Saudita.

En campaña, Biden prometió serias consecuencias para Arabia a raíz del brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Sin embargo, la reciente visita muestra que dichas consecuencias han pasado a un segundo plano y que la política de Washington estará concentrada más en asegurar el apoyo político, energético y hasta militar de sus aliados que en recriminar los abusos a los derechos humanos. Si tomamos en cuenta la búsqueda de nuevos mercados energéticos en regiones como África o América Latina, podríamos esperar un quid pro quo: el flujo de energía a cambio de una presión mucho más suave en temas de derechos humanos. Malas noticias entonces para el movimiento pro-derechos humanos en lugares como Arabia, Palestina, Camerún, Catar o Venezuela.

Por otra parte, también observamos que cobra fuerza la idea de avanzar un sistema internacional más “plural y diverso” (acaso más constreñido en sus alcances), definido por esferas de influencia y administrado mediante un esquema multilateral de corte más clásico, i.e. estadocéntrico.

En materia de derechos humanos, este sistema podría tener dos desenlaces principales: primero, relajar los mecanismos internacionales de protección de derechos humanos, como son los comités de expertos y las visitas in situ; segundo, excluir de la agenda multilateral la protección de dichos derechos. Así, podríamos avanzar a un sistema internacional que, si bien reconoce la existencia de los derechos fundamentales, complicaría mucho más la existencia o el funcionamiento de los mecanismos previstos para su protección.

Se dice que Enrique IV de Francia dijo “París bien vale una misa”, justamente por sacrificar su fe protestante para gobernar un reino católico. Parece que la guerra de Ucrania bien vale los derechos humanos, pues tirios y troyanos están dispuestos a, cuando menos, ignorarlos para asegurar sus propias posiciones.

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Asesor en temas internacionales, Senado de la República 

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